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La vuelta de Carlos Chacho Álvarez y otros mitos de la progresía vernácula

Por: Pablo Ibánez

Chacho Álvarez aún conserva un rol preferencial en el arco progresista.
Chacho Álvarez aún conserva un rol preferencial en el arco progresista.

Carlos Chacho Álvarez volvió a Buenos Aires. Es cierto que nunca se fue del todo pero hace unos días el ex vicepresidente se despidió de la pompa y los honores, y una manutención a la europea, del Mercosur para reinstalarse en Capital, donde planea montar un centro de estudios sobre las relaciones exteriores.
Tras cuatro años en el cargo, en el que sucedió a Eduardo Duhalde, Álvarez volvió a deslizar, por ahora elípticamente, una alternativa que produce, en simultáneo, interés e intriga. “Por ahora, en política interna no voy a hacer nada. Sólo acompañar a amigos. Más adelante veremos”, se excusó.
En rigor, volvió a darle a un recurrente mito de la progresía argentina que reserva a Chacho, aun entre quejas, un rol preferencial por haber sido el que logró, en los 90, configurar un único espacio de la centroizquierda que pudo, con el resultado conocido, aspirar a un proyecto de poder.
“Más allá de sus errores, Chacho está un escalón por encima de todos los demás dirigentes progresistas del país. Y es el único que puede unirnos”, evaluó hace días una figura que transitó el período de expansión chachista y ahora, como muchos de ese origen, forma parte del dispositivo K.
Desde el derrumbe de la Alianza, que castigó a Álvarez en persona y produjo un cisma en el Frepaso, su partido, la progresía vernácula no pudo encontrar un orden, en parte por celos internos, combinado con mezquindades, exceso de personalismos y, además, una factura impaga por los errores pasados.
Por un momento, Néstor Kirchner –antes de terminar de volcarse hacia el PJ– pareció convertirse en una figura que podría encarrillar esas pasiones dispersas.
Sedujo con medidas de gobierno a ese sector, lo dejó sin agenda pero, a su vez, lo sometió a un lugar periférico de su diseño que tomó como base al peronismo.
En tiempos en que el patagónico muestra inocultables signos de vulnerabilidad, el progresismo que se plegó a su proyecto –muchos ocupan cargos, incluso ministerios, como la frepasista Nilda Garré– empezó a imaginar otro destino y el que lo orbitaba, con una mirada crítica pero no feroz, dejó de verlo como una opción futura.
Muestra de este último fenómeno son, por separado, el socialista Hermes Binner y el diputado nacional y ex intendente de Morón, Martín Sabbatella. De vínculo zigzagueante con la Casa Rosada, ambos aparecieron en el foco de los Kirchner como actores refrescantes pero ya operan en sintonías propias y posiblemente antagónicas al gobierno.
Sabbatella, la CTA –que tiene dos sectores distantes entre sí por la mirada sobre el proceso K–, los ex kirchneristas de Libres del Sur, el Frente Grande de Eduardo Sigal, el SI de Macaluse y Raimundi, las dos versiones del socialismo –los K y los anti K–, Luis Juez, Carlos Heller, Pino Solanas y los hermanos Ibarra, entre otros, conforman un universo vasto y diverso.
El primer intento de unidad fracasó en el Congreso cuando se trató de unir a los más de 20 diputados “progres” pero, por recelos y por el nivel de simpatía con los Kirchner, se fracasó en el armado. Ése es el grupo C que trató de ubicarse como tercera posición que sirvió para “someter” al oficialismo.
Esa fallida versión de los “no alineados” es un mal precedente para otros mitos que alienta la progresía local: uno sostiene que, con o sin Chacho en la mesa, el armado progresista que participó del Frepaso podrá ordenarse, ante una crisis de Kirchner, y aspirar a instalar candidatos propios en 2011.
Los que se entretienen con fantasías futuristas hablan de una fórmula Binner-Pino Solanas para la presidencial o se tientan con reservar al cineasta para la competencia porteña en la que se anota, siempre soñando una revancha, Aníbal Ibarra. En ese esquema, Sabbatella rankea como el candidato a gobernador bonaerense.
La posible expansión de ese universo depende, además de un aprendizaje para evitar miserias, de una definitiva debacle de Kirchner para que los sectores de centroizquierda cercanos al gobierno migren hacia una nueva versión del frepasismo, ahora con un sesgo adicional Nac & Pop.

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