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La vindicación de la cultura popular y de la resistencia

Por Carlos Solero.- Rosario fue escenario de creaciones destruidas durante décadas de infamia para borrar la memoria colectiva.


Nos toca vivir en tiempos sombríos de frivolidades, imposturas y simulacros. Pretenden hacernos digerir sin más alimentos precocidos con recetas espurias como las de la imposibilidad de todo cambio que no sea un mero corrimiento dentro de los moldes prefijados para la continuidad del sometimiento y la dominación.

Sabemos por los años ya vividos que existen otras sendas posibles que no sean las de la resignación y el servilismo.

Esta ciudad ha sido escenario de creación por fuera de las normas establecidas por dictaduras cívico-militares, proscripciones, prohibiciones e inquisidores.

Esas creaciones, monumentos vivientes de la cultura popular, fueron destruidas por décadas de infamia tratando de borrar de la memoria colectiva esos atisbos de rebeldía social, artística y política en el más noble de los sentidos de cada uno de estos vocablos.

Alguna vez aquí se dio una muestra llamada “Tucumán Arde”, que superando la censura denunció los atropellos de la explotación contra los trabajadores de la caña de azúcar y sus miserias.

En plena dictadura, durante los años de plomo, mientras algunas torvas figuras lacayunas de todo mandón buscaban ser el relevo civil de los déspotas uniformados, por otro lado no cesaron las reuniones en plena clandestinidad de luchadores sociales, estudiantes y profesores perseguidos en las que en centros de estudios sociales se continuó polemizando y lucubrando sobre acciones colectivas en defensa de lo derechos humanos, las libertades individuales y la educación pública.

En medio de las tinieblas más densas se construyeron publicaciones llamadas alternativas, realizadas con precarios medios cuasi artesanales para que la voz de los poetas se expandiera por los intersticios de la sociedad generando conciencia y pensamientos críticos. En medio del plomo las paredes hablaron con los versos de Felipe Aldana, Miguel Hernández y Gabriel Celaya, con la firma de un Poeta Manco que lanzaba palabras en aerosol contra los muros.

Recientemente se apagó la vida de Raúl Frutos, uno de los más activos impulsores de la Biblioteca Popular Constancio C. Vigil, un hito de las construcciones colectivas de la cultura popular de la región y de Latinoamérica. Este hombre nunca se resignó a los escarnios de los inquisidores y como difundidor de libros no cesó jamás de divulgar ideas y conocimientos, de alentar iniciativas nobles. Su accionar deja huella profunda en las nuevas generaciones, que multiplican en diversos espacios bibliotecas en los barrios de la ciudad poniendo los libros al alcance de niños y jóvenes.

El retorno de Portogalo

Se reeditó Tumulto, el libro de poemas de José Portogalo. La reaparición de los versos allí reunidos fue ilustrada por grabados del artista Demetrio Urruchúa; es la puesta en vigencia de un llamamiento a la acción contra los que ejercen obscenamente el poder.

Tumulto fue publicado originalmente en 1935 por la editorial anarquista Imán, y por su contenido denuncialista despertó la ira de Mariano de Vedia y Mitre, intendente de Buenos Aires, personero del fraudulento régimen del general Agustín P. Justo que hizo requisar el volumen de las librerías y quitó a José Portogalo su carta de ciudadanía. Obligado al exilio interno en Rosario y luego del golpe de 1943 en Montevideo, Uruguay, el poeta continuó su labor periodística de solidaridad con los trabajadores, señalando con firmes palabras las injusticias sociales y los atropellos de los de arriba. Portogalo no calló y siguió resistiendo.

Dilemas y desafíos

La filósofa antifascista Simone Weil, una de las más lúcidas exponentes contemporáneas, afirmó: “La época actual es de aquellas en las que todo lo que normalmente parece constituir una razón para vivir se desvanece, en las que se debe cuestionar todo de nuevo, so pena de hundirse en el desconcierto o en la inconciencia”. Este llamamiento, formulado en un tiempo dramático, el período de la Segunda Guerra Mundial es una incitación para llevar adelante acciones colectivas contra el vaciamiento existencial y cultural.

El transcurso del tiempo le otorga absoluta vigencia a estas palabras, ya que el sinsentido reina en las sociedades, con altos niveles de alienación. Las migraciones forzadas de millones de personas por las guerras y espeluznantes condiciones de vida no hacen sino ampliar la brecha y multiplicar las injusticias.

Regímenes que no paran de saciar las demandas del sistema financiero, mientras lanzan al desempleo a crecientes contingentes de trabajadores. La exclusión social persistente y demoledora, las prácticas militaristas en creciente e imparable expansión.

El baño de sangre perpetrado en Medio Oriente para consolidar el dominio imperial sobre los pueblos, las regresivas políticas de ajuste crónico para que los banqueros y mercaderes sigan sus festines macabros en todo el orbe no son más que algunas muestras del agotamiento de un sistema sólo propicio a minorías opresoras.

Es preciso, como señalaba Simone Weil, poner en cuestión los paradigmas que presentados como cargados de una “racionalidad única e inexorable” son en realidad falacias repetidas como propaganda. Meros eslóganes que ocultan más de lo que explican.

El colosal fracaso de la reciente cumbre multilateral sobre medio ambiente muestra que, en realidad, los jerarcas de las principales potencias no están dispuestos a modificar en lo esencial una cultura del despilfarro y el consumismo que pone en serio riesgo la vida de millones.

Los desafíos de la hora son acuciantes y es preciso encararlos con lucidez y coraje, desechando prejuicios y anacronismos. Actuar colectiva y solidariamente para no quedar entrapados en el desconcierto y la inconciencia.

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