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Despedida

La vida de Egle Martin: el largo recorrido desde el estrellato al amor por la cultura negra

Fallecida el pasado fin de semana, su historia es la de una mujer que había estudiado danza en el Colón y llegó a ser vedette del teatro de revistas, pero utilizó la fama y el dinero para trabajar por la causa de la difusión de la cultura de los afrodescendientes


Carlos Polimeni, NA

La pura verdad es que hay vidas que por intensidad y extensión resultan imposibles de sintetizar, de tal manera que cualquier intento de narrarlas resulta una versión pálida de una obra mayor, una fotocopia borrosa de un original lleno de esplendor: la de Egle Martin es un ejemplo que viene como anillo al dedo.

Egle, que murió el pasado fin de semana tuvo al menos tres vidas a lo largo de sus 86 abriles: en la primera brilló como una de las mujeres más sensuales de la historia del espectáculo en la Argentina, en la segunda se convirtió en una figura central del rescate de las culturas afrodescendientes, en la tercera fue separándose del mundanal ruido segura de que su mito la sobreviviría.

Es curioso, pero inevitable que las necrológicas que se publicaron la relacionen con los artistas famosos con los que interactuó a lo largo de no menos de seis décadas, porque la lista es impresionante, si se tiene en cuenta que va desde Jorge Luis Borges a Lalo Schifrin, pasando por Vinicius de Moraes, Ernesto Sábato, Astor Piazzolla, Dizzy Gillespie y Miguel de Molina.

La primera Egle tuvo la dimensión de un mito sexual, en la etapa de su primera juventud, en la que pasó de estudiar danza clásica en el Teatro Colón y actuación en el Conservatorio Nacional, de interesarse por la literatura y la pintura, a encabezar revistas en los teatros de la Avenida Corrientes, mientras el director Daniel Tinayre inmortalizaba su cuerpo en películas de tono subido para la época.

“Pero creo que todo eso, bailes clásicos, pintura y letras no eran otra cosa que una desesperada búsqueda de mí misma”, dijo en 1966 en una entrevista con la revista Siete Días. “Necesitaba expresarme de alguna manera”, agregó antes de contar que algunos de los poemas que escribió en esos momentos “no eran del todo malos” e incluso le habían agradado a Sábato, que era uno de sus admiradores cercanos.

Sábato, que iba a verla al teatro de revistas, en cuyo ambiente la bautizaron un poco irónicamente “la vedette intelectual”, fue padrino de su hija Alejandra, bautizada así en homenaje a uno de los personajes de Sobre héroes y tumbas, y muchos años después una reconocida fotógrafa, que además es desde 1995 la esposa del músico y productor Gustavo Santaolalla, por ende padre de dos nietos de Egle.

“A simple vista, parece una muchacha pop: vestidos policromos, pantalones vaqueros, tintineantes esclavas, minifaldas, un movimiento constante, casi rítmico”, escribió el periodista que la entrevistó en un “bohemio departamento” de la Recoleta. “Pero enseguida también se advierte que piensa. Aceptó la entrevista con una condición: la de no hablar de ella. Y casi lo logró”.

El cronista puntualizó que la vedette que había concedido la nota para hablar del candombe vivía “rodeada de los objetos más inverosímiles: armas antiguas, cabezas de ciervos y chanchos salvajes, un cuadro de Figari, un afiche francés, en el que la muerte advierte sobre los peligros del alcoholismo (robado por Egle y su marido en una cueva existencialista de Saint Germain des Prés), trofeos de natación y muchos libros”

“En una piletita de lona, en la terraza, chapotean Alejandra y un ex campeón argentino de natación: Lalo Palacios, estanciero, cazador, sobrino de Alfredo Palacios y marido de Egle Martin. («Espero que no me pregunten si nos vamos a divorciar»)”, agregó en aquella entrevista en la que anunciaba su primer espectáculo de reivindicación de la música argentina basada en los ritmos que trajeron los esclavos africanos.

“Queremos hacer del candombe un verdadero movimiento, similar al de la bossa nova en Brasil”, decía llena de esperanzas, aunque completamente a contrapelo de lo que se esperaba de una mujer hermosa que había sido Miss Televisión, vedette, parte central de la farándula y modelo publicitaria. “En sus raíces”, aseguraba, esperanzada, “se van a encontrar los argentinos”.

Ese camino, haber soñado en vano con que el candombe en pleno apogeo mundial de la bossa nova brasileña podía convertirse en una seña de la identidad nacional, le hizo comenzar su segunda vida: de allí en adelante esa mujer cuya anatomía había enamorado a distancia, o en la proximidad, a centenares de varones, incluyendo algunos de los ya mencionados, comenzó a mostrar menos el cuerpo y más el alma.

En 1965, tras haber conocido la escuela de Samba Marabú, de Santo Tomé, Corrientes, donde su marido rico tenía su estancia, empezó a trabajar en Capital Federal con las comparsas y murgas de los barrios de San Telmo y Barracas, entre otros, y sumó como hombre de consulta a Borges, a quien le parecía “muy simpático” poder colaborar con ese entusiasmo.

A Barracas se fue a vivir, en una casa chorizo de la calle Río Cuarto que fue transformándose con los años un verdadero templo de su vida y su vocación antropológica, además del centro de reunión por el que pasaron los famosos que resultan inevitables en su recuerdo, de los que fue a un tiempo musa, compañera de aventuras, confidente y en algunos casos amada y amante.

Egle fue la inspiración de la famosa ópera María de Buenos Aires, de Astor Piazzolla y Horacio Ferrer, un clásico de fines de los años 60, con una historia interna tumultuosa, que incluyó una relación alocada entre ambos, la intervención del marido indignado, y un fuerte resentimiento del músico, que para su suerte conoció muy poco después a Amelita Baltar, que por entonces cantaba folclore.

De todos modos, Piazzolla, que decía haberse separado de su primera esposa por amor a Egle, musicalizó antes de ese escándalo un poema de Ulises Petit de Murat, que ella cantó en la película de Tinayre Extraña ternura, llamado “Graciela oscura”, cuya letra decía: “Al mundo entré descalza, forzando la puerta falsa, con padres desconocidos. Yo soy un montón de trapos, acunada por los sapos, que croan en los baldíos”.

En la tercera etapa de su vida, un retiro de los lugares de gran exposición. con una nueva pareja, La Negra o Bumby, como le decían en la intimidad, hizo de la casa en Barracas una escuela de formación multidisciplinaria en la que trabajaron como docentes, entre otros, su segunda hija, la música Barbarita Palacios (canto), Camilo Carabajal (percusión), María Vaner (teatro), Roberto Catarineu (canto y coros) y Julio Zurita (danza)

“Me interesa poder transmitir una forma de trabajo corporal ligada al equilibrio energético, que aprendí con gente del grupo Dohomei de San Salvador de Bahía, en Brasil”, contaba, más espiritual que nunca. “Ellos lo denominan «De la nada al todo» y consiste en hacer pequeños movimientos que luego se van ampliando hasta que la persona se mueve a un ritmo impresionante, casi sin darse cuenta. La sensación que produce este trabajo es la de estar caminando sobre la rítmica de los tiempos”.

A los 86 años murió la artista Egle Martin y su hija, Barbarita Palacios, la despidió en redes

Después de tanto esfuerzo, era al fin una experta en los géneros negros del continente. “Lo que sé ahora es que el candombe argentino está basado en la clave cubana, que en realidad es muy parecida al candombe uruguayo: tres tambores que se tocan de forma diferente. Cada nación tiene una rítmica y la desarrolla de maneras distintas. Acá no se desarrolló tanto, porque el negro se metió en los patios, se quedó allí y sus hijos no siguieron tocando”.

En estas tres vidas, Egle Lucía Martínez Furque, hija de la escritora Verónica Berry, novia formal de Schifrin y del dibujante Divito, amante de Piazzolla, amiga íntima de Tinayre, y oscuro objeto de deseo de muchos hombres famosos de la política y la cultura durante al menos cuatro décadas, arañó la felicidad sólo algunas veces, pero la arañó, que a veces termina siendo lo único que importa.

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