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La verdad llega por herencia

Por Nicolás Maggi.- Esta semana la Facultad de Bioquímica fue escenario la jornada “El aporte de la genética en la búsqueda de la identidad”. La investigadora rosarina Silvia García Borras, integrante del panel, explica cómo el conocimiento sobre ADN fue la clave.


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El jueves 18 de abril se realizó en la Facultad de Ciencias Bioquímicas y Farmacéuticas de la Universidad Nacional de Rosario, una jornada sobre derechos humanos titulada: “El aporte de la genética en la búsqueda de la identidad”. Entre las actividades, se desarrolló una charla a cargo de las investigadoras Claudia Biondi y Silvia García Borras sobre los estudios de ADN; la proyección de un video de Diego Golombek sobre el «índice de abuelidad», una herramienta científica fundamental para la identificación de los hijos de desaparecidos; y también la presentación del libro “Reencuentro”, donde Alfredo Hoffman narra la historia de Sabrina, una nieta recuperada y restituida a su familia biológica en el año 2008. La idea de los organizadores es replicar este ciclo en diversas facultades de la ciudad, en principio Psicología, Humanidades y Ciencias Médicas, incluyendo en los paneles especialistas de cada unidad académica, para darle a la temática de la búsqueda de la identidad un abordaje desde diferentes líneas del pensamiento y el conocimiento.

El Ciudadano dialogó con la bioquímica García Borras, quien es especialista en histocompatibilidad y doctora en ciencias biomédicas. La especialista, que participó de la actividad en calidad de oradora, explicó las implicancias de los estudios de ADN en la restitución de la identidad de los hijos de desaparecidos que fueron apropiados durante la última dictadura cívico-militar, y su importancia en la lucha que llevan adelante desde entonces las Abuelas de Plaza de Mayo por recuperar a sus nietos.

—¿Qué se analiza en los estudios de ADN?

—El material hereditario está constituido por genes, segmentos de ADN que contienen la información necesaria para que las células del cuerpo fabriquen todo lo que necesitan para vivir. Estos genes se llaman alelos y existen de a pares, uno heredado de la madre, y el otro del padre.  A su vez, cada padre heredó un alelo de la abuela, y uno del abuelo. En consecuencia, por cada gen los alelos del niño van a ser copias de los alelos de sus abuelos. Si los alelos del niño para cierto gen no son iguales a los de cada uno de los abuelos se puede decir que el niño no es miembro de esa familia. En el caso contrario, si cada gen del niño tiene un alelo presente en los abuelos maternos y paternos, se piensa que ese niño puede estar relacionado con la familia. Esto sería estudiando un tipo de ADN que se denomina «nuclear», ya que el 99 por ciento del ADN se encuentra en unas estructuras que se denominan cromosomas, y están presentes en el núcleo de la célula.

—¿Cómo se aplica en los casos de personas que sospechan que son hijos de desaparecidos?

—En esos casos, se puede estudiar el ADN que existe dentro de otra parte de la célula, las mitocondrias, encargadas de generar energía para mantener la célula viva. Estas estructuras tienen otro ADN aparte, que se denomina «mitocondrial» cuya característica fundamental es que el 100 por ciento proviene de la línea materna. Este es el estudio que se realizó en estos casos de hijos de desaparecidos, estudiando las abuelas y los nietos. Todo este conjunto de técnicas de identificación genética permiten estimar la probabilidad de que un niño determinado, cuyos padres se encuentran desaparecidos, sean nietos de una determinada abuela. El resultado de ese estudio se denominó «índice de abuelidad».

—¿Cuándo y cómo comenzó a aplicarse para este tipo de casos?

—La aplicación de estas pruebas biológicas en los casos de hijos de desaparecidos, surgió porque una mañana del año 1979 las Abuelas de Plaza de Mayo leyeron en un diario de La Plata, El Día, una noticia que las llenó de esperanza. Ellas vieron que un hombre que negaba su paternidad fue sometido a un examen de sangre comparativo al del presunto hijo, y resultó ser el padre. En ese momento se les ocurrió la idea de utilizar la genética para identificar a sus nietos. Entonces, solicitaron la ayuda de genetistas internacionales, y en el año 1984 pudieron realizar el estudio de la primera nieta identificada y recuperada.

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