Región

Españoles, indios y criollos

La vegetación dibujó la fosa que protegió al fuerte de Melincué y potenció el trabajo arqueológico

Una primera construcción en 1777, en el inicio del Virreinato del Río de La Plata, otra entre 1780 y 1790, una tercera durante las guerras internas tras la independencia, una más en 1865. El trabajo del Museo Gallardo y la UNR que intenta rescatar materialidades de una extensa historia


Un dron sobrevolando la laguna contraída por la sequía, la lluvia al fin, que no alcanza para recuperar el nivel del agua pero hace que renazca la vegetación de la orilla, y ese verde nuevo que dibuja los rastros del pasado. Todo eso, asentado en un trabajo de exploración que lleva años, se conjugó para desnudar los límites de una construcción colonial que remite a momentos trascendentes de la historia del territorio santafesino y de lo que hoy es Argentina: el fuerte virreinal de Melincué. Por ahora, un cuadrado de 50 metros de lado y una fosa alrededor que, al estilo de los castillos medievales, oficiaba como barrera no siempre eficaz contra los asaltos de los indios.

El equipo interdisciplinario que venía excavando la zona, parte de la Universidad Nacional de Rosario, parte del Museo Gallardo, tiene por delante una tarea tan grande como su entusiasmo por el descubrimiento.

 

Armando Senese trabaja como fotógrafo y videasta de Melincué. Desde hace tiempo colabora con arqueólogos y otros especialistas documentando con sus cámaras las excavaciones. El 20 de marzo pasado, fue hasta la laguna con su dron para hacer tomas panorámicas de la bajante histórica del espejo de agua y se llevó una sorpresa: las marcas perimetrales de lo que se presume el foso de un fuerte de avanzada de frontera construído hacia fines del 1700 y los rastros del antiguo camino virreinal que conduce hasta la hoy Ruta 90.

Armando avisó de inmediato al equipo del Museo Gallardo y de la UNR y les adjuntó un plano a mano alzada del hallazgo, dibujado de apuro. El entusiasmo fue tan grande como la rapidez con que se organizó una nueva campaña a la zona.

“Es un avance sustancial en el proyecto” de reconstrucción del fuerte del siglo XVIII, resaltó Germán Giordano. Es antropólogo y coordina el área de Antropología y Paleontología del Museo Gallardo. “Creció la vegetación con las últimas lluvias y determinó un cuadrado de 50 por 50 metros. Interpretamos que se trata de la fosa del fuerte virreinal que se trasladó allí poco después de 1779. El descubrimiento permite ir afirmando esa hipótesis, porque coincide con los relatos de naturalistas y viajeros de la época”.

Una de esas fuentes primarias a las que se refirió el antropólogo es lo que dejó escrito don Luis de la Cruz, alcalde de la Concepción de Chile, cuando pasó por la zona en 1806. “El costado noroeste y sudeste lo forma una vistosa laguna, tendrá de circuito tres leguas, sus aguas son turbias y hace sus pleajes (olas) según el aire”, describió el paisaje. Y sobre el estado del fuerte en ese momento, anotó: “Está demolido, arruinado, y en un estado de experimentar su total destrucción. Ya no queda otra pieza que la habitación del comandante, y ella está al caerse, pues la humedad la tiene, por la corriente, minada. Tiene de resguardo un foso que está lleno de agua, de la que entra de la misma laguna, y así en partes, cegados y sin ninguna defensa”. No era el fin: hubo varias reconstrucciones del fortín casi obligadas por su posición estratégica.

 

El foso, explicó Giordano, es “palo a pique”: con troncos clavados en la tierra para apuntalar sus laterales. Posiblemente de ñandubay, trasladados desde Santa Fe, por tener una madera que resiste la intemperie y se hace más dura con el tiempo, sobre todo si está enterrada. Estimó que la zanja estaba cruzada, como en construcciones similares de la época, por “un puente levadizo que se retiraba para protegerse de los asedios de los indios, o incluso de los propios españoles”. Porque, también, hubo conflictos entre los conquistadores.

Juan de la Cruz había advertido, cuando pasó por la zona, una dinámica de crecidas y retracciones de las aguas de Melincué que, muchos años después, produjo estragos por no tenerla en cuenta. Giordano aclaró que los restos del fuerte también sufrieron las consecuencias: “Ahora tenemos una gran superficie dada por esa materialidad” que la vegetación dibujó, pero “un sector está muy comido por la laguna, aunque se conserva parte del «piso arqueológico» sobre el que hay muchas expectativas”. Claro, otras pérdidas deben computarse a la actividad humana: en la zona hubo dos balnearios, con gran concurrencia de público. Y sin embargo, “quién dijo que todo está perdido”.

 

Lo que sigue, explicó el especialista del Gallardo, es “excavar el interior de la fosa, pero más aún hacerlo dentro de la superficie de 50 por 50 metros que delimita, para ver si hay otras construcciones típicas como el mangrullo, la casa de comandante y la de los oficiales, un jaguel para toma de agua, corrales”. Agregó, entre las posibilidades, un recinto utilizado como polvorín sobre el que el chileno, al que le habían encomendado marcar la mejor ruta a Buenos Aires pero terminó retratando en su diario un mundo pampeano desconocido, había referido en 1806: “También padeció este fuerte, el año pasado, el estrago de una centella que incendió el almacén de pólvora…”.

 

Los dos virreyes

 

La historia del fuerte está ligada a la creación del Virreinato del Río de la Plata, en 1776, con Buenos Aires como capital. El primer virrey, Pedro de Cevallos, imaginó una gran campaña armada para ampliar las “fronteras”, con un ambicioso plan de irrupción de 12 mil hombres en los territorios dominados por los pueblos originarios. Esa costosa ofensiva quedó en veremos, pero aún así hubo acciones destinadas a tomar posesión en zonas hostiles. Así, en 1777 se comenzó a construir el fuerte de Melincué, cerca de la laguna homónima. Quedó terminado en 1779.

Los equipos de la UNR y el Gallardo consultaron numerosos documentos de la época. Giordano se remitió a esas fuentes para describir el primer fuerte como “muy austero, apenas unos pocos ranchos, algo de milicia, unos palos”. La sospecha es que esa débil construcción fue considerada insuficiente para tamaña empresa en territorios “inestables” sobre los que pretendía ejercer autoridad la Corona española: “Suponemos que hubo un reclamo para una mejor, dada la posición de Melincué como zona de avanzada fronteriza”.

El sucesor de Cevallos, Juan José de Vértiz, impulsó una estrategia diferente, más acorde con los recursos con los que contaba y orientada a la protección de las rutas entre Buenos Aires y, en especial, las provincias de Cuyo. Eso obligaba a garantizarles seguridad, por lo que decidió reforzar los fortines existentes, como el de Melincué, y construir otros intermedios.

Lo que presumen los investigadores es que el hallazgo corresponde a la primera de varias reconstrucciones del fuerte de Melincué. Una empresa que, calculan, se extendió entre 1780 y 1790 en el sector que están excavando, a unos dos kilómetros del caserío original y más cerca de la laguna que aquel.

“Vertiz tiene un plan estratégico de recomponer toda la línea de frontera, levantar fortificaciones sólidas y dotarlas de milicias regulares con pagas mensuales, armamentos y uniforme”, refirió el antropólogo del Gallardo. Las fallidas experiencias españolas con el Cuerpo de Blandengues, de irregular y exigua remuneración y peores pertrechos, eran antecedentes para corregir.

 

La capilla, el enterratorio, los cuerpos y la historia

 

Ahora, hay un elemento más para sostener la hipótesis de que el sitio en el que venían trabajando es efectivamente el primer jalón de la estrategia de Vértiz. Algunos documentos fechan la construcción de la capilla del fuerte en 1780, con Fray Francisco Albarracín como primer capellán. Ese sector ya fue explorado como parte del proyecto “Entornos de Melincué”.

“Es una capilla con enterratorios”, aclaró Giordano. Allí, descubrieron hasta ahora “25 cuerpos de distintos géneros y todos de personas menores de 40 años, incluso niños”. Falta, dice, excavar una cuarta parte. Esos restos, completa, pertenecieron, “como primera hipótesis, a españoles y criollos de entre fines del siglo XVIII y principios del XX”. Es que el fuerte todo, como la capilla, hecha ella sí de ladrillos, y con techo de tejas, guarda capas de la historia de distintos períodos, y en eso reside gran parte de la riqueza que guarda a 117 kilómetros de Rosario, en la cabecera del departamento General López.

En ese cuadrado de Melincué y cerca de él, en efecto, hay por descubrir más rastros de acontecimientos sucedidos antes, durante y después de la Revolución de Mayo de 1810 y la declaración de independencia de 1816.

Giordano menciona otra reconstrucción del fuerte. Fue consecuencia del llamado Tratado del Cuadrilátero, suscrito en 1822 por los gobiernos de las provincias de Santa Fe (con la firma del secretario de Gobierno de Estanislao López, Juan Francisco Seguí), Entre Ríos, Corrientes y la dominante Buenos Aires. En tiempos de luchas intestinas, fue un pacto de no agresión y defensa mutua contra otros caudillos, una posible incursión portuguesa-brasileña, la siempre latente amenaza realista y, por supuesto, los indios. Las crónicas de la época, mencionó el antropólogo, detallan el envío de albañiles para levantar tapias, rehacer la fosa y la capilla.

 

El mangrullo de material

Una nueva reconstrucción, aunque a unos cinco kilómetros de las actuales excavaciones, ya dentro de lo que fue colonia y hoy es la comuna, puntualizó Giordano, data de 1865. Bastante antes, en 1843, el fuerte había quedado de nuevo desguarnecido debido a la guerra con Francia e Inglaterra. Pero en 1862 se integró como mojón del Caminos de Correos, que partía desde Rosario hacia Río Cuarto, San Luis, Mendoza, La Rioja y Catamarca.

Tres años después, comenzó a edificarse el nuevo mangrullo, la única parte del fortín en su “cuarta versión” que se conserva casi en su totalidad por ser de material en lugar de madera. Tras una compra de Miguel Torres, antiguo vecino de la zona y fundador de la estancia San Miguel que lo donó a las autoridades del entonces llamado pueblo San Urbano, esa atalaya fue declarada Monumento Histórico Nacional por una ley de septiembre de 1945.

 

Un lugar, mucho tiempo

 

Las etapas del fuerte, cuya primera reconstrucción ahora luce delimitada, abarcan gran parte de la historia de la región, desde la conquista europea a las guerras civiles de la todavía inexistente Argentina tras separarse de la Corona. Fue escenario de luchas internas y por mucho tiempo una zona de frontera, conflictiva pero también de intercambio entre españoles, criollos y habitantes originarios.

Las tareas para recuperar toda la materialidad posible que atestigua ese derrotero continúan, de aquí en más, con mayor empuje. Si bien la encabezan el Centro de Estudios Interdisciplinarios en Antropología de la Facultad de Humanidades y Artes de la UNR y el Museo Gallardo, junto al Ministerio de Cultura de Santa Fe del cual depende la institución, incluye a numerosos profesionales de otras áreas y pertenencias, porque se trata de un proyecto interdisciplinario e interinstitucional.

Por caso, hay especialistas de las facultades de Ciencias Exactas, Ingeniería y Agrimensura y de su par de Arquitectura y Diseño de la UNR. Y, sobre todo, vecinos, instituciones culturales y educativas más autoridades de las comunas de Melincué, Elortondo y Labordeboy.

 

 

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