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“La única venganza que quiero es verlos a todos presos”

Por: Ana Laura Piccolo.- Su esposo, Miguel Saboldi, cayó el 4 de abril en Alvear y murió el 12 de ese mes en el incendio intencional de la Alcaidía. Diálogos con la mujer que retó en público al intendente Pedro González, a quién vinculó con los asesinos de su marido.


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“Casa decente. No molestar”. El texto es de lectura obligada si se quiere encontrar el 3464 de una cortada en la zona sur. Porque al igual que la numeración está escrito a mano sobre la puerta de chapa oxidada. No hay timbre. El primero en responder los golpes es Veneno, un pitbull negro, que aparenta una maldad que no tiene pero cuenta con refuerzos extra: dos patrulleros que descansan en la puerta las 24 horas y que bien podrían ser la custodia de algún reo de Tablada con prisión domiciliaria. Pero no. Están ahí para cuidarla a ella. Una viuda joven y sensual que aparece con la cara de su marido impresa en la remera y bromea: “Tengo la misma custodia que Vienna, son de la Patrulla Rural”. Juan Carlos Vienna es el juez de Instrucción 4ª que firmó la orden de allanamiento con la que un grupo de policías irrumpió en una finca rural de Alvear en busca de electrodomésticos robados en Rosario. La finca es la “narcochacra” donde el pasado 4 de abril hallaron casi 20 kilos de drogas, ningún electrodoméstico, una bolsa con muchos billetes que desapareció, animales de cría, a Japo y a otras cinco personas más que ya fueron procesadas.

Japo era Miguel Ángel Saboldi, el marido de la viuda que tiene custodia y uno de los tres reclusos asesinados durante un incendio intencional en la Jefatura, una semana después de su detención. La viuda, Norma Acosta. Rubia, 36 años, tres veces madre, militante peronista, canalla, leonina, verborrágica y, desde que mataron a su compañero, un dolor de cabeza para más de uno.

“Soy militante desde que estaba en la panza de mi mamá”, dice mientras ceba mates en la cocina de una casa humilde de pasillo. Cuenta que nació en el seno de una familia “zurda hasta la mierda”, que aprendió a leer de niña y que su primer libro fue la historia de Norma Arrostito, una de las fundadoras de Montoneros desaparecida en la última dictadura militar. “Me enamoré tanto de esa mujer. Yo me llamo Norma por ella. Mi mamá, que es más loca que yo, me quería poner Norma Esther. Imaginate, año 77. Le dieron un consejo sano y al final me puso Norma Estela”, dice y aclara: “Fui zurda hasta que vino Néstor (Kirchner). Cuando me contaron que tenía ideales montoneros, me vi tan reflejada en él, que lo amé desde el primer día”.

Tuvo a su primer hijo a los 15 años, con un novio que abandonó en el tercer mes de embarazo, cuando se enteró que su tío, “el que lo había criado, era un represor”. Terminó la secundaria en una escuela nocturna y se anotó en la carrera de abogacía que más tarde abandonó. A los 20 años iba a casarse con el primo de una amiga, gerente general de una constructora e hijo del dueño. El pibe llevó a su fiesta de compromiso a un amigo que trabajaba con él en las veredas de calle San Martín y Centeno. Era el Japo, que fue como un amor a primera vista. Y chau boda.

“Desde que murió me quedé muerta. Japo era la luz de mis ojos. Se llevó mi vida con él. No tengo proyectos para mañana. La fuerza para levantarme todos los días me las dan mis hijos”, dice Norma frente a sus tres varones de 20, 15 y 7 años. Cada vez que lo nombra, llora. El resto del tiempo se transforma en una guerrera dispuesta a cualquier cosa para que se haga Justicia. Entre ellas, hablar.

A su lista de enemigos la encabezan personajes de la talla de Pedro González, intendente de Villa Gobernador Gálvez; Luis Orlando “Pollo” Bassi, el ex barra brava de Newell’s que está prófugo de la Justicia. Les achaca liderar sangrientas disputas territoriales para hacer más fructífero el negocio de la droga. Y también, sacar del medio a Japo, que jura, “no era trigo limpio pero jamás se metió con la falopa”.

Fue a partir de su asesinato que Norma se convirtió en una mujer mediática, donde comenzó otra forma de militancia, tendiente a denunciar asociaciones mafiosas en las que acusa tanto a funcionarios públicos como a personajes marginales. Su primera intervención fue el 12 de abril pasado cuando las cámaras de televisión registraban en la puerta de la Jefatura de Policía el ingreso de bomberos, ambulancias y hasta una mortera, entre los gritos desesperados de familiares de detenidos que querían saber si estaban a salvo de las llamas. Ella era una de esas mujeres y recibió la peor noticia de su vida en vivo y directo. Fue al final de una sórdida lista de heridos cuando leyeron el nombre de la primera víctima fatal. Era Saboldi.

“Pregúntenle al Gordo González y al Pollo Bassi”, gritaba ante las cámaras entre acusaciones que nada cambiaron con el correr de los meses. Los peritajes determinaron que los dos focos de incendio en los sectores A y B del Pabellón 3 fueron intencionales. Acosta sostiene que su marido, antes de ser consumido por el fuego, fue apuñalado y que hubo dos muertes más que las autoridades escondieron. Serían quienes entraron “pagos” para matarlo. También asegura que Japo le había advertido que lo querían asesinar y que el día anterior al incendio le pidió que buscara un sobre con dinero y se lo entregara a un policía de alto rango para evitar que lo cambiaran de pabellón. El trámite se concretó, según Norma, pero sólo le alargó un día más la vida, ya que un cambio de guardia lo dejó sin protección.

El chiquero de Alvear

“El sueño de él era laburar en el campo. Le gustaban los caballos. Pero no quería búnker y no andaba en la falopa. No era trigo limpio, pero se dedicaba a otras cuestiones. La gente que lo conoce sabe bien que no vendía merca”, dice Acosta tras recordar que en marzo de 2012 “empezó a trabajar en el campo de Diego Cuello”, propietario de la finca de Alvear y procesado en una causa federal junto a cuatro personas que estaban durante el allanamiento policial. “Creo que Diego le presta el campo a Japo más que nada para tener un respaldo, porque tenía problemas con algunas personas y a mi marido le tenían terror por lo que encerraba en sí mismo: era un tipo que no tenía amigos del ambiente, que se manejaba solo en todos los aspectos de su vida, que no tenía problemas con nadie y si los tenía, los arreglaba. ¿Vos te creés que se iba a involucrar en la droga? No sabés la plata que se llevaba laburando con animales. No le hacía falta nada. No era avariento”, dijo en la segunda tanda de mates tras denunciar irregularidades policiales en el allanamiento a la chacra: “Se llevaron las lámparas y la peladora de pollo, hasta el caballo del Japo se robaron. No sabés la fortuna que vale todo eso. Y la bolsa que desapareció tenía plata del Diego”. La bolsa aparece en una filmación en manos de un uniformado que canta “¡Bingo!” y no está entre los elementos secuestrados, por lo que se abrió una investigación penal. Oficialmente, ese 4 de abril incautaron del chiquero 7 kilos de cocaína y 12 de marihuana, 150 mil pesos en efectivo, tres vehículos y armas de distintos calibres. A fines de ese mes, el juez federal Marcelo Bailaque procesó a las cinco personas detenidas allí. El operativo  fue ordenado por el magistrado provincial Vienna por el escruche de electrodomésticos en San Martín al 2100, de la firma Calatayud, ocurrido el 1º de abril. Once días después se produjo el incendio en la Alcaldía de la Jefatura de Policía, donde murieron Guillermo Benavente, Darío Escobar y Japo Saboldi. Pasaron cuatro meses y Norma Acosta fue condenada a seis años de prisión en una causa por tenencia de drogas para su comercialización junto a otras siete personas. El fallo, que resalta irregularidades en el accionar policial, no está firme y lo revisa la Cámara de Casación.  Los acordes de la marcha peronista interrumpen la conversación. Es el teléfono de Acosta que antes de concluir la entrevista aclara: “La única venganza que quiero es verlos a todos presos”.

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