Sociedad

Gordofobia

La sutileza de la banalización: entre el clasismo y la ignorancia


Por Romina Sarti*

En una bella habitación, cuyas cortinas translúcidas nos permiten entrever un parque cuidado, muebles y paredes a tono, piso tipo madera, blancuzco o gris, una mujer adulta, promediando los 55 o 60 años, blanca, rubia, delgada, está lidiando con un jean que al menos le llega a la cintura y refunfuña -cual chiquilina-que cada vez le cuesta más ponerse el pantalón.Su hija (la nutricionista), cruzada de piernas en el borde de una cama lujosa y minimalista, va finalizando una conversación telefónica debido a que observa la escenade su madre y, aparentemente, tomará cartas en el asunto.

Hija: –¿qué onda ese jean, es nuevo?

Mamá: –¡No! ¿qué va a ser nuevo?, lo tengo hace 20 años, es más, es de una época en que vivía a dieta, no me lo puedo ni subir ya ¡un desastre!

Hija: –¿Y de verdad pensas que te va a seguir entrando ese jean?, era otro momento, eran otras circunstancias, pensa que las mujeres atravesamos un montón de cosas, inclusos los embarazos. Yo lo que te recomiendo que consigas algo de tu talle, que te quede cómodo y que aceptes el paso del tiempo.

Mamá: –¡Sabés que sí!, mejor me lo saco y nos vamos de shopping.

(fin de la historia)

Como suele suceder con estos posteos, la escena se ve reforzada por una descripción detallada de sugerencias que no adjetivaremos porque detallaremos a continuación:

¿Cuántas veces quisimos seguir usando ropa que no nos entra hace años? Y es más, la guardamos “por las dudas” de que en algún momento nos vuelva a quedar. Pero ese momento nunca llega, y cada vez que la vemos ahí doblada sin poder usarla nos queremos matar. ¿Cómo vamos a pretender que nos quede la ropa que compramos hace veinte años? ¿Cómo vamos a pretender que nos quede la ropa que usábamos cuando vivíamos a dieta? ¿Cómo vamos a pretender que nos quede la ropa que usábamos cuando vivíamos en el gym? ¿Cómo vamos a pretender que nos quede la ropa que usábamos antes de los embarazos? Dejemos de esperar poder seguir usando la ropa que usábamos en otros momentos y otras circunstancias de nuestras vidas. Si nos sigue entrando, está perfecto, ¡pero si no nos entra, también! La vida es dinámica, y nuestro cuerpo también lo es. Donemos todo aquello que ya no nos va o nos queda incómodo, seguro otra persona pueda darle más uso del que le venimos dando nosotros guardándolo por tantos años juntando polvo en nuestro placard. ¡Y salgamos a comprarnos prendas de nuestro talle, que queden cómodas y nos hagan sentir bien! Alguien que se sienta identificado/a con mi madre? ¡Los leo!

Repercusiones cuantitativamente livianas y encuadre pesado

Este “Reel” de la nutricionista tiene 673K de reproducciones, 13.5 corazones, 581 comentarios (95% de ellos reconociéndose en la historia y apoyando que hayan puesto en imágenes el pesar de muchas mujeres).

Aclaro que no tengo nada en contra de la profesional, es más, muchas veces da buenos consejos. Pero como persona, como gorda, como usuaria histórica de dietas, nutricionistas, médicos, acupunturistas, etc. etc. etc., este enfoque, este “paso de comedia” reviste de una peligrosidad enrome en su metamensaje.

El nudo gordiano se encuentra en un mensaje contradictorio, poco claro y casi superficial (por más que todes guardemos una remera en el placard). Acá el problema de fondo no es guardar ropa por la esperanza (quimérica o no) que algún día podamos volver a usar tal prenda. Acá el problema es que una mujer delgada entra en crisis porque no entra en un pantalón de hace 20 años, naturalizando:

  1. Que debería tener el mismo cuerpo
  2. Que para poder usarlo se mataba a dieta
  3. Que, como le dice la hija, se la pasaba en el gimnasio

Su hija, desde nuestro parecer, trata de ubicarla, de contextualizar que su reclamo carece de sentido, sin embargo no se abordan cuestiones estructurales que hacen que más del 95% de las mujeres se sientan identificadas con la protagonista.

Es por ello que traemos a colación a dos grandes autoras que analizan la violencia estética y la gordofobia.

Para la Socióloga Esther Pineda, autora del libro “Bellas para morir”, la violencia estética tiene consecuencias en psiquis y el cuerpo de las mujeres, no es considerada como tal y no está visibilizado. Esto es una problemática que a las niñas y las mujeres que somos socializadas desde nuestros primeros años de vida en la idea de la belleza como referencia y una obligación para demostrar la femineidad”. También explicó que “las mujeres son consideradas como tales en la medida que se acercan o asocien a los estereotipos de belleza y la mujer que no se acerque a esos estereotipos es una mujer que es cuestionada y no hace lo suficiente por corresponder a esas expectativas”. “Es parte de una construcción conceptual y está compuesta por dos elementos: el ejercicio de presión ejercido sobre las mujeres por parte de diferentes agentes de socialización y también es la violencia de carácter físico o psicológico, de procedimientos estéticos que afectan, limitan, condicionan su puesta en práctica en condiciones de dignidad de las mujeres”. (Pineda, E entrevista – ver)

“Llamamos gordofobia a la discriminación a la que nos vemos sometidas las personas gordas por el hecho de serlo. Hablamos de humillación, invisibilización, maltrato, inferiorización, ridiculización, patologización, marginación, exclusión y hasta de ejercicio de violencia física ejercidas contra un grupo de personas por tener una determinada característica física: la gordura.” (Piñeyro, M, 2016, “Stop Gordofobia y las panzas subversas. Zambra. p. 48)

Aclarados estos conceptos, que cuasi fundacionalmente atraviesan al “reel”, no evitamos preguntarnos:

¿Por qué muestran a una mujer adulta, blanca, delgada, que “padece” que no le entra un jean que le entraba hace 20 años (matándose a dieta y en el gimnasio), generando en les lectores confusión entre aumento de peso lógico por la edad, la violencia estética y la gordofobia?

¿Por qué la joven profesional trata de calmarla justificando su aumento de peso en los procesos naturales de la vida, embarazos, etc. (cuando insisto, está refiriéndose a una mujer delgada)? Otra vez violencia estética y autopercepción gordofóbica.

¿Por qué este “desastre” al que refiere la señora adulta, estimula distorsiones sobre las cuerpas, potenciando la delgadez más allá de la salud? Consideremos en este aspecto los Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCD), Bulimia, Anorexia, etc.

¿Por qué se banalizan o minimizan los cambios reales en las cuerpas?, (más allá de la subjetividad o propia percepción de cada persona sobre sí misma).

¿Por qué el problema es resuelto comprando ropa en un shopping (teniendo dinero para ello, pudiendo acceder a talles) y no reflexionando en profundidad sobre la violencia estética, por la discriminación por gordofobia y por cómo somos presas de un sistema con un ideal de belleza poco accesible y para nada diverso?

¿Por qué quien baja el mensaje es una profesional de la salud, que tiene una responsabilidad ética y moral sobre la forma de transmitir ideas y “modelos” y, lejos de hacer un abordaje consciente de la situación, invita a las personas a compartir esta identificación, casi naturalizándola?

Dietas meritocráticas

Retomando el concepto de violencia estética, en esta sociedad machista donde las mujeres-objeto debemos estar siempre bellas, delgadas, jóvenes y perfectas, somos discriminadas sino cumplimos con algunos de estos parámetros. Es más, resultaría llamativo que no nos preocupemos por estas temáticas. Así fácilmente caeríamos en el sojuzgamiento social: marimachos, machonas, lesbianas, gordas, feas, desprolijas, etc (da lo mismo cada palabra, se vacían los contenidos reales transformándose en insulto, todas terminan siendo engarce de la otra, todas juntas construyen una suerte de cadena de cautiverio para las disidencias).

La perversa industria de la dieta, analizada por Piñeyro, “nos habla por un lado del canon de la delgadez y por otro de la exclusión de la gordura, mientras que intentan vendernos los productos de la industria de la dieta que nos prometen el acceso al universo del canon, de la delgadez normativa. Una industria que, por cierto, mueve millones y millones de euros entre productos light, fármacos adelgazantes, gimnasios, clínicas estéticas, intervenciones quirúrgicas, etc. Resumiendo, tanto nuestros complejos como el odio por nosotras mismas y nuestros cuerpos alimentan sus fortunas. O como dice una frase de Stendhal que anda rulando por las redes: “llamamos bello a aquello que es elogiado por el periódico y que produce mucho dinero”. (Piñeyro, M., 2016, Stop Gordofobia y las panzas subversas. Zambra. p.57). Esta creciente industria creó en sí misma su necesidad y codependencia: para adelgazar (seguir el canon, estar incluídes) nos tenemos que eliminar ciertos alimentos, consumir otros (generalmente más costosos) y realizar actividad física. Ergo: necesitamos plata, tiempo y fuerza de voluntad (meritocracia pura). Guita para pagar el tratamiento, comprar comida, ropa y zapas para actividad física, para un gimnasio o caminar/correr en un parque (ojo, ¡a veces también cobran por esto!). Tiempo para hacer las compras conscientes, para cocinarnos con tiempo, para masticar 84 veces, para ir al gym y encima fuerza de voluntad, para que no caigamos en la tentación, no ser les pecadores permanentes frente al dios light. Control, respiración, responsabilidad: nos persignarnos ante una pizza satánica, ante un helado del infierno, ante un chocolate luciferiano. En las dietas o planes restrictivos darnos un gusto termina siendo un riesgo real, que puede generar de a poco una catarata descontrolada y compulsiva, cuyo desenlace radica en obsesionarse con la temática, tener fuertes sentimientos de culpa y necesidad de retomar el control con la compensación (coerción del impulso a comer, ayunar) frente al desenfreno. Cual perrito de Pavlov vamos generando condicionamiento insanos, círculos viciosos, dialelos del delito; únicos responsables de un sistema que se alimenta de nuestros trastornos, inseguridades, angustia, una suerte de interseccionalidad de irresponsabilidad que justifica la discriminación (y la autocensura).

La liviandad discursiva con que se encaran temas que afectan a distintos colectivos, retroalimenta la frivolidad obscena que el propio sistema estimula que sea abordado. Una sociedad naturalmente diversa sólo puede generar tensiones, violencias, discriminaciones, a aquelles que queden por fuera de los cánones estereotipados de una gris, obvia y dañina sociedad capitalista.

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*Gorda, aprendiz de las diversidades en todos sus niveles, mamá, docente y rockera IG: romina.sarti

 

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