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La soledad y el correr tras el viento

Por: Carlos Duclos

Se hizo silencio por unos instantes, el suficiente como para que los tres periodistas sorbieran, casi al mismo tiempo, de la tasa de café en un bar céntrico. Planificaban un probable programa radial e intercambiaban ideas respecto del perfil del mismo y los temas a tratar. En ese contexto, alguien enfatizó un hecho poco conocido: Rosario es una de las ciudades del país que mayor cantidad de personas solas posee. “Es un dato interesante para ser desmenuzado en un estudio sociológico o en un informe periodístico”, dijo uno de los tres. Y sí, es un tema interesante, profundo y que mueve a la reflexión. No puedo asegurar que Rosario sea referente en cuanto a ciudad con mucha cantidad de personas solas, pero si de algo no tengo dudas es de que la soledad es el mal social de hoy y en el mundo. La soledad que se padece por estar solo, pero también ésa que se sufre en compañía, que es la peor de las soledades.

A menudo ocurre que las personas sienten una sensación de vacío, que nada les basta, que todo les aburre; la rutina los agobia. Cuando se lleva tiempo de hacer las mismas cosas, de acumular bienes materiales sin dificultad, de compartir la vida con las mismas personas sin renovar los afectos, aparece esta problemática. Hay quienes para mitigar el vacío salen de compras, como si el hecho de tener un vestido o un par de zapatos nuevos pudiera solucionar el problema. Unos llenan el agujero existencial comiendo, otros huyen viajando. En realidad esto atenuará la sensación de vacío por un tiempo, pero luego la sombra retornará. Hay quienes cansados compartir años con una persona suponen que otra relación, paralela, mitigará la sensación de vacuidad. En muchos casos puede significar un problema aún mayor.

Leí unas palabras que vienen al caso: “No correré tras el viento que me lleva a un futuro incierto, no correré tras el viento que me aleja de mi presente. Correr así y en pos de lo abstracto, es correr más veloz que el yo interno, es ir veloz para no enfrentarse a la verdad. Correr así, es ir más rápido que la vida misma para evitar luchar contra la culpa, el fracaso, el yo que juzga severamente. Tal carrera, es convertirse en prisionero del huir sin escapar de la verdad, es un sueño, una quimera”. Un hombre entrado en años advertido de un error que cometía se dijo para sí: “Me detendré, meditaré, valoraré mis logros y perdonaré mis errores. No, no correré sin rumbo y sin conciencia, me empeñaré en vivir hoy caminando en el sosiego”.

En momentos de vacío existencial no se puede huir alocadamente corriendo tras las ráfagas del viento de la vida. La persona debe saber retornar a los afectos que se opacaron, pero no borrado, debe caminar hacia el amor. Un psicólogo amigo dijo una frase sabia: “En la vida hay que enamorarse muchas veces, en lo posible de la misma persona”. Y es posible enamorarse muchas veces de la misma persona, de las mismas cosas, del mismo trabajo, de los mismos amigos y de uno mismo. La mente, con los años juega malas pasadas. Se cansa, se obnubila y neutraliza la buena visión. Entonces es necesario detenerse, tomarse un tiempo sabático y meditar. Con mucha frecuencia el ser humano valora las cosas en toda su magnitud cuando ya no las posee, cuando las ha perdido. Entonces es demasiado tarde. Una buena meditación supone imaginarse nuestra vida sin “esa persona”, sin “ese trabajo” o aun sin eso material, humilde tal vez, pero importante. Con frecuencia es el propio ser humano el que se pone vallas infranqueables que le impiden tener paz y alimentan el vacío.

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