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Aniversario

La Refinería Argentina de Azúcar y el nacimiento del martirologio obrero

Hace 120 años comenzaba la era de las represiones con víctimas fatales de la clase trabajadora. Se iniciaba un violento y rápido proceso de cambio en una Rosario que ya comenzaba a ser comparada con otras ciudades: de pujante Chicago argentina, a la anarquista Barcelona y hasta la Varsovia zarista


Especial para El Ciudadano (*)

“Hijo del pueblo, te oprimen cadenas
y esa injusticia no puede seguir,
si tu existencia es un mundo de penas
antes que esclavo prefiere morir”.
(“Hijo del Pueblo”, himno anarquista)

Rosario ha tenido, desde la batalla de Caseros hasta las puertas del siglo XX, un crecimiento acelerado de todos sus indicadores. Esto significa que, al calor del progresivo crecimiento productivo, se iba creado una inmensa ciudad a la sombra de las primeras chimeneas que comenzaron a erigirse por aquel entonces. Hacia el 1900 Rosario contaba con 112 mil habitantes y sus límites urbanizados comenzaban de a poco a sobrepasar los bulevares Rosarino (actual 27 de Febrero) y Timbúes (actual Francia). Tal crecimiento productivo, poblacional y urbanístico era celebrado como causa y consecuencia del progreso, motivo por el cual se la solía denominar con el mote de la “Chicago argentina”, comparándola con la pujante ciudad norteamericana. Si hoy puede sonar banal, por aquel entonces no, pues la Argentina estaba destinada a convertirse en los Estados Unidos de Sudamérica, o así al menos lo entendían y pretendían sus contemporáneos.

De esta forma, no era de sorprender que fuera Rosario la ciudad donde pudiera surgir una empresa del nivel técnico y tamaño como lo fue la Refinería Argentina de Azúcar, propiedad del empresario Ernesto Tornquist, la cual era definida por el médico y abogado Juan Bialet Massé como la empresa más avanzada del continente para su época.

Bialet Massé, a quien el gobierno nacional encomendó un informe sobre el estado de las clases obreras del país en 1902, afirmaría también sobre dicha empresa que “…las horas de trabajo son de seis a seis, teniendo de las ocho a ocho y media para tomar café, y de doce a una para comer; quedando una jornada efectiva de diez horas y media, muy alemana, pero muy impropia, de esta jornada participan niñitas de doce y diez años de edad”. Así, entre la admiración y el rechazo por las condiciones de trabajo que registraba, Bialet Massé pintaba un fresco que permite comprender por qué, en octubre de 1901, lxs trabajadorxs de dicha empresa llamarían a una huelga.

Habían elevado un pliego de condiciones a la patronal en búsqueda de mejoras salariales, acortamiento de la jornada de trabajo, disminución del peso de las bolsas que cargaban los “hombreadores”, entre otras. El día 20 de octubre lxs obrerxs se manifestaron afuera del establecimiento a la espera de alguna respuesta. Ésta llegó, pero no fue la que esperaban. La policía intervino deteniendo a varios obreros, los cuales entre forcejeos buscaron evitar que se llevaran a sus compañeros detenidos. El por entonces jefe político de la ciudad, Octavio Grandoli, quien había sido intendente tiempo atrás, había prometido a la patronal solucionar este conflicto de forma expeditiva. Lo hizo, pero no en los términos que hasta entonces se venían dando los conflictos entre capital y trabajo. Argumentando que aquella huelga no era de obreros legítimos, sino de elementos perturbadores del mundo anarquista, entre quienes descollaba Rómulo Ovidi y la puntana Virginia Bolten, ordenó una represión desmedida.

Ésta hubiera sido una más de tantas, cuando la alarma de una huelga comenzaba a amenazar la producción. Sin embargo, entre aquellos forcejeos de aquel 20 de octubre, un obrero de origen austríaco buscó escapar de la policía saltando una alambrada, pero fue abatido de un tiro en nuca. Cosme Budislavich era su nombre, con tan sólo dos años en el país en búsqueda de un pasar mejor. Su muerte sería la primera del mundo obrero argentino en manos de la represión policial, abriendo el lamentable y tortuoso camino del martirio para muchxs trabajadorxs que lucharon desde entonces por unas mejores condiciones de trabajo y vida. En Rosario volverían a repetirse represiones así en 1904 y en los años sucesivos.

El problema no quedó allí, ya que el cortejo fúnebre que buscaría darle descanso final al desgraciado obrero fue también desbaratado violentamente. Aquellos atropellos fueron tan inadmisibles como el mismo crimen, lo cual generó que amplios sectores sociales apoyaran la lucha obrera. Diarios como La Capital y El Municipio, en absoluto obreristas por entonces, apoyaron la realización del “meeting” de protesta y condenaron fervientemente los actos violentos de la policía. Justamente, había sido la actitud pasiva y prudente obrera lo que había concitado el reconocimiento de los sectores medios y burgueses.

El miércoles 23 diversas sociedades obreras lanzaron un comunicado en el que afirmaban que “…ha sido asesinado un obrero por el único delito de haber participado en la huelga de los trabajadores de la Refinería Argentina. Este crimen cobarde reclama justicia por parte de la clase trabajadora consciente de sus derechos a fin de que no se repitan. Las asociaciones que suscriben aconsejan que ningún obrero concurra al trabajo el jueves para asistir a la manifestación de indignación y de protesta que tendrá lugar a las 2 de la tarde, para demostrar que la clase trabajadora no está dispuesta a tolerar crímenes tan cobardes como indignos”.

La huelga continuó, y el día 24 finalmente tuvo lugar el meeting en la plaza San Martín, frente a la Alcaldía o Jefatura Política (actual palacio de gobierno provincial), al tiempo que en Capital Federal sus pares llamaron a meetings en solidaridad con la causa rosarina. Transitaron 22 cuadras en perfecto orden y silencio hasta concentrar en la plaza, en la cual participaron figuras del socialismo porteño como Adrián Patroni y Enrique Dickmann, pero también locales como la reconocida oradora Virginia Bolten y otros destacados anarquistas locales. Era tal el peso que el anarquismo tenía en la ciudad que aquellos dos referentes del socialismo entendieron las dificultades que tenía su doctrina para echar raíces en Rosario, por lo cual le pusieron el mote de ser la “Barcelona argentina”, en clara alusión a la libertaria ciudad catalana.

Sin embargo, Lorenzo Mario (seudónimo de Ernesto J. Ortiz) desde el diario anarquista La Protesta ocho años después, en 1909, analizando las diversas caras de Rosario, afirmaba que la ciudad no sólo sería homologable con la anglosajona ciudad del norte primero, sino que también mutaría hacia una Barcelona argentina después, pero sobre todo a una Varsovia y luego una Montjuic sudamericana. De esta forma, el tránsito desde la ciudad pujante del progreso –Chicago- a una marcada por un mundo obrero anarquista –Barcelona-, daba paso luego a una signada por la represión “cosaca” como en la Varsovia zarista, pero sobre todo a la del Castillo de Montjuic en Barcelona, espacio de torturas inquisitoriales, el cual estaría representado por las jefaturas de policía argentina.

Sin dejar de ser una licencia poética del redactor ácrata, éste puso en evidencia el violento y rápido proceso de cambio vivido por Rosario y cuál era el precio que la clase trabajadora pagaba por ello. Así, hace 120 años, en la pujante Rosario de inicios del siglo XX, las más altas y soberbias chimeneas verían caer a sus pies al primer mártir de la clase obrera argentina, cuya bandera recogerían otrxs transformando su muerte en lucha reivindicativa.

(*) Historiador

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