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Dilema humano

La realidad que está ahí afuera

Ariel Dobry, doctor en física, docente e investigador del Conicet local, teoriza sobre qué es la realidad para un físico y afirma que “su evolución histórica no sólo la podemos ver como una construcción humana sino como una construcción social”.


¿Es real la realidad? Esta pregunta es el título de un libro escrito hacia fines de los 70 por Paul Watslawicz, un integrante de un grupo de elite intelectual liderado por Gregory Bateson, en la Escuela de Palo Alto, Estados Unidos. Para este experto en comunicación, la realidad es el resultado de la comunicación. El autor sostiene que plantea una tesis paradojal, ya que la realidad, siguiendo al sentido común,  es lo que la cosa es realmente y la comunicación, el modo de describirla y de informar sobre ella; mientras que él intentará demostrar, a lo largo de un libro escrito con rigor científico, amenidad y lenguaje coloquial,  que la percepción de la realidad es ilusoria; y lo que se hace frente a ella es apuntalarla incluso hasta el nivel de distorsionar los hechos simplemente para no contradecirla.

Desde hace unas décadas, se ha instalado un dilema que pone en jaque la forma en que el ser humano cree percibir la realidad como tal e independiente de la persona que la observa; la polémica descansa sobre si es posible acceder a la “realidad” que el ser humano dice poder percibir por medio de sus sentidos.

Mario Bunge, que ha estado muchas veces en Rosario, tiene una visión tradicional sobre el modo en cómo el observador influye en el experimento que llevará adelante. Bunge, cuenta con un prestigio ganado en sus trabajos en física y, luego, en filosofía de la ciencia, ante la pregunta de este cronista, sobre si el observador influye en lo observado, manifestó que no lo hace con su mente “porque si así fuera no podríamos confiar en los aparatos de medición. Influye, sí, al crear y diseñar los instrumentos y los experimentos con los que encara y mide la observación, ya que éstos no se dan en la naturaleza”.

La física es una ciencia calificada como “dura”. Parece que a través de ella, lo que está afuera de quien la observa, puede ser descripto con objetividad por un observador incontaminado. Así, al menos el “positivismo nos condujo a concebir un mundo con entidades sólidas, circunscripto, como si tuviera existencia fuera de nuestra mente…”, describe Claudia Perlo, doctora en educación e investigadora del Conicet, en su reciente libro: “Hacer ciencia en el siglo XXI”; y más adelante señala, “entendemos que somos partícipes, artesanos, autores y responsables de una realidad holográfica, inclusiva y entrelazada”.

Ariel Dobry es doctor en física, docente e investigador del Conicet y acepta, ante el requerimiento de El Ciudadano, responder a la pregunta sobre qué es la realidad para un físico. “Para un físico del común”, sostiene Dobry, “es lo que él puede medir con sus aparatos. Para Galileo, la realidad eran las balas de cañón que él tiraba desde la torre de Pizza; su aparato de medición reposaba en su sistema auditivo, ya que según el sonido de las balas, al caer, le señalarían la velocidad de sus caídas. Para Galileo, eso era “la realidad”.

Su manifestación experimental era su pedazo del mundo, al que aislaba para poder estudiar una hipótesis con la que buscaba una demostración coherente. Un físico moderno, que cuenta con toda una tecnología a la que pone en juego, introducirá un material dentro de un aparato para mirar el resultado en una pantalla de computadora, o se lo marcará una aguja, u otro patrón de medida y eso va a ser la realidad para él.

A lo sumo, esto nos habla de un aspecto de esa realidad, ya que sin una preconcepción de lo que yo, como científico, espero obtener de mi experiencia, sin esa construcción mental, es decir sin una teoría, ese contacto con lo “real” no tiene ningún sentido. Mirar el resultado de una curva en una computadora o una aguja en un medidor, no me dice nada si yo no tengo ‘algo’ que espero de esa intervención”.

Claudia Perlo, en el libro mencionado, trae una referencia de dos autores, Briggs y Peat, quienes señalan que, en cierta ocasión, Einstein le indicó a Heisenberg que “no tenía caso tratar de construir teorías a partir de los observables, pues, a fin de cuentas, era la teoría misma la que indicaba a los físicos qué se podía observar y que no en la naturaleza” (Hacer ciencia en el siglo XXI; página 81).

Robert Pircig es un escritor norteamericano que pasó por la química, la filosofía y el periodismo. Es autor de “Zen y el arte de la mantención de la motocicleta”, un libro de filosofía que indaga en los valores. Es ameno, presentado bajo el formato de relato ficcional. El autor recorre en motocicleta los Estados Unidos junto a su hijo y una pareja de colegas suyos de la universidad. Lo sustancioso de la historia ocurre cuando, luego de andar por caminos secundarios, viajando a Montana, desde Mineapolis hasta los montes Dakotas, a la hora de descansar, en el acampe, y alrededor del fuego, Chris, su hijo, y Sylvia y John, despuntan el arte de la conversación.

Allí, el autor, ante una inquietud de su hijo sobre la existencia de fantasmas, aprovecha para dar su opinión sobre la ciencia y el pensamiento mágico de los antiguos habitantes del planeta. Robert Pircig sostiene que el nivel intelectual de los científicos y el que tenían quienes en el pasado creían en las ánimas y los fantasmas, carece de diferencias. No eran ignorantes, sino que sus creencias eran el producto del contexto de sus pensamientos en el momento y el lugar que les tocaba vivir y desarrollar sus experiencias.

Luego, apela a ley de la gravedad, y se pregunta si la misma existía como tal antes de que en el planeta se desarrollara la vida humana. Pircig concluye que la ley de Newton no existía en ningún lugar salvo en la cabeza de la gente. “Las leyes de la naturaleza son invenciones humanas, tal como los fantasmas. Las leyes de la lógica y de las matemáticas también son invenciones, como los fantasmas (…)”. El autor sentencia: “El mundo no tiene existencia alguna fuera de la imaginación humana” (pág 43 a 46).

“¿Y de qué otra cosa puede hablar el hombre, más que de fantasmas?”, se preguntaba León Felipe, el poeta.

Para Ariel Dobry, “la naturaleza es extremadamente compleja. La ciencia no puede describirla; lo que puede hacer es aislar una parte y pensar que al caerse una manzana de la planta se puede, como Newton hizo, formular el tiempo de caída pero en forma ideal, haciendo abstracción de todo lo que nos rodea incluyéndonos a nosotros y al mismo Newton, por supuesto. Nuestras leyes físicas son construcciones teóricas; son poderosas y útiles porque nos permiten, de alguna manera, un cierto control sobre ciertas variables, pero nunca sobre todas las variables que pueden intervenir”.

Alguien deslizó, con una dosis de ingenio y atrevimiento, que “no vemos el mundo como es sino como somos”.

A propósito de esta sentencia, Dobry recuerda: “Hace unos años, llevé a nuestro laboratorio un grupo de la carrera de Antropología y les mostré una cuerda que nosotros hacíamos vibrar y que estaba sujeta en los extremos. Era un experimento que hacíamos con los alumnos para observar los armónicos de acuerdo a cómo hacíamos vibrar la cuerda, con lo cual podíamos ver distintos puntos en donde la cuerda no vibraba; a partir de allí, nosotros componíamos ‘nuestra historia’; esa era nuestra realidad. Nuestros visitantes dijeron que veían algo de cierta belleza, algo que tiene un movimiento y que se aquieta; que muestra una figura que va cambiando. Lo que ellos no podían ver eran ciertos cambios que para nosotros eran triviales. La conclusión es sencilla: nosotros íbamos al encuentro del experimento con un armado teórico que ya teníamos incorporado y lo que veíamos era esa realidad, pero la realidad que nosotros decíamos ver, la realidad que nos estaba dando ese aparato que eran los nodos de un honda, no era sino lo que nosotros estábamos buscando en nuestro armado teórico. Buscábamos comprobar una  teoría previa”.

— ¿Esto es lo que ha llevado a mucha gente a afirmar que la realidad es una construcción humana?

— Lo que podemos decir es que el concepto de realidad, tal cual se ve desde la física ha tenido una evolución histórica, consecuentemente no sólo la podemos ver como una construcción humana sino como una construcción social. Los primeros científicos modernos, como Galileo y Newton, que fueron los creadores de lo que nosotros llamamos la ciencia clásica, pensaban que la ciencia puede describir la realidad independientemente de su observación. A principios del siglo XX, en estudios que tenían que ver con el mundo atómico, ese concepto de realidad comienza a hacer una crisis y lo que hoy conocemos como la física cuántica ha dejado abiertos caminos de interpretación para algunos conceptos de la física tradicional que han sido puestos en tela de juicio y rompe con ese concepto de realidad”, concluye Dobry.

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