Ciudad

Tauromaquia en Rosario

La primera corrida de toros en la ciudad fue en 1872 y la actividad se prohibió años después

Duró sólo dos años, pero en 1899 se inauguró la plaza de toros, el Coliseo taurino, en Córdoba y Dorrego, y se reanudó el espectáculo que frente al rechazo social y al desinterés fue finalmente desapareciendo por completo


Fotos extraídas del Facebook Fotografías y Estampas del Rosario Antiguo - FyERA

La corrida de toros es una actividad que desde su origen ha generado controversias, ya que se trata de una actividad en la que un animal es sometido a sufrimiento y finalmente matado. Para algunos, es un gran espectáculo. Pese al rezo de “la tortura no es arte ni cultura” y campañas en contra en todo el mundo, su práctica continúa al calor de la llamada cultura de la tauromaquia.

En Rosario, hace unos 151 años también hubo corrida de toros. ¿Dónde, cuánto duraron y dónde se hacían? El historiador Eduardo Guida Bria relató la saga de esa actividad en la ciudad.

Primera corrida de toros en Rosario

Guida Bria, historiador y docente, explicó a El Ciudadano que en 1870 se creó la Sociedad Protectora de los Animales de Rosario y el 16 de setiembre de 1871 se envió al jefe político del departamento Rosario, Servando Bayo, la nómina de sus miembros fundadores y una detallada relación de los propósitos perseguidos: aliviar el sufrimiento innecesario de las bestias y mejorar los hábitos y sentimientos de las personas que de ellos se valen haciéndolas trabajar.

La primera corrida de toros que se realizó en Rosario fue dos años después, el viernes 2 de febrero de 1872, en un ruedo improvisado en la antigua Plaza de las Carretas del Interior, hoy Plaza San Martín. Asistieron unas cuatro mil personas.

En aquel espectáculo se lidiaron seis toros, cuatro de muerte y dos de capeo. Guida Bria resalta que muchos de los asistentes, gente humilde en su mayoría, llevaron su entusiasmo al extremo de oficiar de improvisados toreros, clavando banderillas a los toros y lanzándoles piedras, todo en medio de una descomunal batahola.

Grupos de gente ebria invadieron el circo y cometieron toda clase de desmanes, resultando un saldo importante de heridos y contusos. Ello sumado a que la ineptitud de los toreros hizo que el espectáculo fuera un fiasco.

En el ínterin, la Sociedad Protectora seguía intentando frenar las presentaciones, aunque sin éxito. La plaza de toros se trasladó al sitio donde hoy está la plaza López (hoy, Buenos Aires y Pellegrini) hasta julio de 1874, cuando la Municipalidad dictó una prohibición para las corridas de toros.

Toros, toreros, chanchos y su provisoria prohibición

Las reuniones previstas para el 25 de febrero y el 3 de marzo siguientes se malograron a causa del mal tiempo. Pero una se hizo el domingo 10 de marzo, con la lidia de seis toros y a pesar de que tampoco había un clima propicio. Debido a la tierra húmeda por la lluvia, y por lo tanto resbaladiza, la tarea de los toreros fue complicada, aunque según las crónicas de la época, se lucieron igual. Se destacaron los matadores Antonio Carballosa Pestrana y Miguel Trenzado (El Cívico), y el picador Antonio Llavero. Al domingo siguiente, además de los toros de lidia, se introdujo en el ruedo un “embolado”, como se le llamaba a los toros a los que se les colocaban en sus cuernos bolas o fundas de corcho, madera, caucho o cuero para evitar heridas de asta a los aficionados que participaban.

Fotos extraídas del Facebook Fotografías y Estampas del Rosario Antiguo – FyERA

 

El domingo 7 de abril hubo una curiosa novedad: además de los toreros, un italiano Santiago Ramussi, contratado al efecto por el empresario Andrés González, debía tomar al toro por las astas y ponerlo patas arriba en sólo diez minutos. No pudo. Y los toreros no eran muy avezados o les faltaba arrojo, por lo que terminaron con cornadas y revolcones dando una pobre imagen a los cuatro mil rosarinos que se acercaron con la idea de ver algo más llamativo.

Las corridas siguieron. En la del 28 de abril, el torero Pastrana, tenido como uno de los más valerosos, terminó levantado entre las astas del animal. Quedó con alguna herida, pero retomó la faena y al final mató al toro, lo que le retribuyeron con resonantes aplausos. También mereció una medalla de oro por ese desempeño, que le entregó la esposa de Luis Laflor, empresario de mensajerías de la ciudad.

En las funciones del 24 y 25 de mayo, y como la afluencia de público ascendía, se dispuso que, aparte de los toros, se incluyera corridas de chanchos. Sin los cuernos, para lidiar con esos animales no hacía falta experiencia y entonces cualquier espectador podía ingresar al ruedo para una justa un tanto diferente: debía retener por la cola al chancho, previamente pelada y engrasada. Para quienes lo conseguían, se prometía un premio de 25 pesos bolivianos.

El jueves 30 de mayo hubo otra corrida, en principio la última de la temporada porque comenzaba a refrescar y se estimaba que con el invierno habría menos público. Esa función fue un bochorno. El público se sintió defraudado y reaccionó arrojando las sillas de los palcos, maderas de las divisiones que limitaban las secciones de la pista, frutas, piedras y cualquier cosa que tuviera a mano. El empresario Andrés González decidió que, con ese antecedente, no iba a propiciar otro espectáculo.

Hubo un intento por recuperar el interés de la gente, el 30 de octubre de ese mismo año. Se llevaron reses que prometían ser mucho más bravas, pero esa característica se volvió en contra. Los toros terminaron embistiendo a los espectadores y se lanzaron a la calle. En ese derrotero, hubo heridos y pánico.

El proyecto contó nuevamente con la oposición de la Sociedad Protectora de Animales, pero los medios gráficos de esa época opinaban que en “esa clase de espectáculos, es más el ruido que las nueces”. Tal era así, que en España se consideraba un hecho muy esporádico la muerte del torero. Las crónicas agregaban, con el interés en el torero, no en el animal: “Lo que hoy vamos a ver es simplemente una diversión como cualquier otra, el ejercicio de un arte casi exento de peligro”.

Fotos extraídas del Facebook Fotografías y Estampas del Rosario Antiguo – FyERA

 

Pero las funciones solían estar tan mal organizadas que a veces terminaban con el público invadiendo la pista, en un gran desorden. A raíz de estos hechos, entre risueños y pintorescos, en 1874 se prohibieron las lidias en la ciudad.

Hasta el 9 de julio de 1888, que se realizó una corrida en la Quinta El Retiro, cerca del Matadero Municipal. Con una curiosidad: la presencia de policías de la Seccional Nº 11 que se dedicaron a agitar al público. Fue aislado, porque las corridas se suspendieron por 11 años. Se reanudaron en 1899, pero a condición de que los toros estuvieran embolados.

Nueva plaza de toros: El Coliseo

Esta plaza de toros se inauguró como circo y espacio para realizar corridas el 10 de noviembre de 1899, en lo que hoy es Córdoba y Dorrego, frente a la plaza San Martín. Tenía capacidad para unas seis mil personas, aunque registros de la época señalan que el día de la apertura hubo unos 10 mil asistentes. Al principio se pensó en construirla en la calle Córdoba entre Corrientes y Arenales (hoy Paraguay). Estos espectáculos fueron autorizados previa comisión del 10% para la Municipalidad.

Fotos extraídas del Facebook Fotografías y Estampas del Rosario Antiguo – FyERA

 

El Coliseo, como se conocía a la nueva plaza de toros, fue construido de madera y forma circular. Lo financió el empresario Enrique Ruiz, y su propietario era Pedro Lino Funes.

Las butacas estaban divididas en dos categorías, según su ubicación al sol o a la sombra, que eran las más caras. Para las familias pudientes se reservaban los cómodos y bien situados palcos. Pero la muchedumbre tomó por asalto los palcos, sin preocuparse por las disposiciones de jerarquías ni de estatus social. Y los vigilantes estaban más atentos al espectáculo que a mantener el orden.

El establecimiento y las corridas duraron varios años. Las funciones comenzaban a las 3 de la tarde y eran publicitadas con afiches que incluían la leyenda Pro-Asilo, para neutralizar las protestas de la Sociedad Protectora de Animales. Esta decisión no fue bien recibida por la sociedad más distinguida de Rosario, de la misma forma que sucediera con la de Buenos Aires.

La Sociedad Protectora de Animales inició trámites tendientes a impedir las corridas de toros en la ciudad. Y así las lidias en Rosario se daban con más problemas que beneficios para los organizadores, que por la presión de los defensores de los toros sufrían de vez en cuando la suspensión de los espectáculos.

En una oportunidad, gran número de asistentes amenazaron con destruir el local si no era reintegrado el importe abonado por la entrada. Pero la recaudación fue destinada posteriormente al Hospital de Caridad (hoy Provincial). Carlos Larravide, comisario de órdenes de la policía, procedió al embargo de lo recaudado, en total 592 pesos con siete y medio reales bolivianos, que entregó la Jefatura Política a Laureana de Benegas, presidenta de la Sociedad de Beneficencia, institución administradora del efector de salud. Quien le comunicó esa donación fue el jefe político interino de la ciudad, Melitón de Ibarlucea.

En esa época solía haber además, ya terminado el espectáculo central, una corrida infantil. Un pequeño toro para que los jóvenes aficionados bajaran a lidiar con él. Varios terminaban con las ropas destrozadas, y volvían a su casa semidesnudos, con los que se arriesgaban a una fuerte reprimenda que podía ascender a una segunda paliza, ya no de los animales sino de los padres.

El 9 de octubre de 1900, el presidente del Consejo Deliberante, Marcelino Freyre, redujo al 5% la comisión de los ingresos brutos de las corridas a la Municipalidad. Y como ya el interés por las lidias de toros iba en disminución, la recaudación para el erario público por esa actividad de desplomó.

Para más, la Sociedad Protectora de Animales de Rosario, que dirigía el doctor Jacinto Fernández, protestó ante el gobierno provincial exigiendo el cumplimiento de la ley nacional que prohibía las corridas. Hubo algunas clandestinas, que fueron denunciadas por Deolindo Muñoz, jefe político, quien ordenó a las autoridades policiales utilizar la fuerza para impedirlas.

Fotos extraídas del Facebook Fotografías y Estampas del Rosario Antiguo – FyERA

 

En Alberdi hubo un intento, pero fracasó

Guida Bria cuenta que en 1909, en el Pueblo Alberdi, que se anexó a Rosario una década después, se quisieron revivir las corridas. Para ello, se llegó a levantar un circo taurino. El empresario, de apellido Sánchez, era el promotor de la iniciativa, que infringía la ley 2.786. Había llegado a un acuerdo con la Comisión de Fomento de Alberdi el 23 de enero de 1910 para construir una plaza y organizar las corridas.

La Comisión de Fomento, al saber que el gobierno santafesino había aceptado el planteo de los defensores de los derechos animales, alegó que las corridas serían incruentas, no martirizándose a los toros.

Se alegaba que, incluso, la muerte del toro se simularía, por lo cual se estaría presente ante una especie de parodia taurina y no ante una corrida de toros, prohibida por ley. Finalmente, no se dio lugar a la posición de la autoridad del Pueblo Alberdi. A la Protectora rosarina se sumaron otras de Buenos Aires, interviniendo el Ministerio del Interior de la Nación, que dispuso la demolición de la plaza sin estrenar, para que sirviera de castigo y advertencia a quienes intentaran hacer lo mismo.

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