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La posibilidad de repensar el potencial civilizador del turismo pos-pandemia

Mientras el virus impacta social y económicamente sobre las ciudades que dependen del turismo para subsistir, desde Milan o Florencia hasta la propia Buenos Aires, el arquitecto e historiador Adrián Gorelik dice que este momento debe significar una oportunidad para terminar con su fase depredadora

Las restricciones que implicaron una suspensión del flujo económico y social de las ciudades tuvieron un impacto crucial sobre aquellas que, como Venecia o Florencia, funcionan como museos al aire libre y dependen del turismo para subsistir, al tiempo que sufren deterioros frente al impacto ambiental que genera el tránsito masivo de visitantes, una lógica que en estos días tiene la chance de ser repensada para hacer prevalecer el potencial civilizador del turismo y no su fase depredadora, plantea el historiador y arquitecto Adrián Gorelik.

Con su belleza inmutable, reforzada acaso por la desaparición del hormigueo humano y librada del tránsito descomunal que da lugar ahora a una inhóspita escena que podría definirse como el “desierto sonoro” de la escritora mexicana Valeria Luiselli, muchas de las urbes europeas afrontan la reactualización de una paradoja preexistente: con pocos habitantes en condiciones de sostener en pie su incalculable patrimonio, el turismo asoma como la variable que permite sostenerlas pero también como aquella que incrementa su riesgo de extinción.

Apertura a las migraciones y a los contactos culturales amplios

“No querría sumarme a una visión negativa del turismo, ya que junto con sus aspectos depredadores, y su tremendo impacto ambiental sigo viendo en él un potencial civilizador y un factor democratizador de la cultura muy difíciles de reemplazar por otras vías”, destaca Gorelik, arquitecto y doctor en Historia, autor de La grilla y el parque y Ciudades sudamericanas como arenas culturales.

Para el ensayista, “la pandemia es una gran oportunidad para repensar el modo en que estaba funcionando nuestro mundo, diría que lo ideal sería poder mantener en nuestras ciudades una internacionalización cosmopolita –me refiero no sólo al turismo, sino a la apertura a las migraciones y los contactos culturales más amplios–, pero que no esté ya guiada por las formas industriales del turismo masivo”.

La idea de la “marca ciudad”

Más allá de los perjuicios económicos por la parálisis de actividades y el tráfico mundial de turistas, la pandemia instaló interrogantes en ciudades cuyo ritmo económico y social está atado casi de manera excluyente al turismo. Gorelik apunta: “El turismo se ha convertido para las ciudades en mucho más que el impacto económico producido por un volumen determinado de gente que llega y consume: la lógica del turismo se ha introducido en el funcionamiento económico y cultural de las ciudades de modos mucho más amplios.

Y esto ocurre no sólo en las ciudades que históricamente han sido grandes destinos turísticos, ya que el turismo funciona articulado con otras dinámicas del mercado global en que todas las ciudades buscan competir. Se trata de una articulación de época que encontró su formulación más característica en la idea de la «marca ciudad»”.

Reconstrucción e integración

Así, las nuevas escenas museográficas, el calendario de festivales, las ferias de arte y diseño, los distritos gourmet, las políticas de preservación de centros históricos, los circuitos temáticos patrimonial-arquitectónicos, todo ello es pensado por las políticas públicas como instrumento fundamental para presentar una identidad urbana memorable en condiciones de atraer visitantes e inversiones.

Todo este proceso, claro, impactó sobre la configuración de las industrias culturales. “La llamada industria cultural ha quedado asociada directamente a esa capacidad de atracción: las inversiones multimillonarias que realizan los grandes museos internacionales para ampliar sus edificios no sólo buscan responder al hecho de que tienen una cantidad creciente de visitantes, sino que los deja atados a la necesidad de atraer todavía mucho más público, lo que por supuesto incide en el tipo de políticas de exhibición que se elaboren.

La competencia entre ciudades para convertirse en sede de alguno de los grandes eventos mundiales –campeonatos de fútbol, juegos olímpicos– o para conseguir la instalación de una franquicia de alguno de los grandes museos internacionales (luego de que el Guggenheim de Bilbao lograra reemplazar por medio del turismo los ingresos que la ciudad había perdido desde su pronunciada decadencia industrial) es de alguna manera el epítome de este funcionamiento de las últimas décadas, que se difunde capilarmente de modos muy diversos en todo el tejido de la ciudad”, explica el arquitecto.

Evidentemente, la construcción de esa “marca ciudad” da lugar también a muchas distorsiones urbanas.

El también historiador dice al respecto: “Esto tiene una incidencia enorme: la reconstrucción escenográfica del gigantesco palacio de los Hohenzollern en pleno centro de Berlín, por poner un solo ejemplo, es un disparate urbano y arquitectónico que fue votado por el congreso de la ciudad más progresista de Alemania con el único y contundente argumento de su atracción turística.

Eso incide también en ciudades mucho más marginales al circuito, como Buenos Aires: no hay que olvidar que aquí se habían unido las secretarías de turismo y cultura, mostrando que tras esa combinación hay una política de Estado, y que hasta hace poco se presentaba como una de las iniciativas importantes en la urbanización de la Villa de Retiro la instalación allí de un «»polo gastronómico», como si la integración de las villas miseria a la ciudad y la solución a los acuciantes problemas de sus pobladores pudiera pasar por ampliar su atracción turística”.

Paisajes espectrales

El arquitecto catalán Josep Montaner advirtió hace algunos años que esa lógica de museificación obliga a estos centros urbanos a no evolucionar y a quedar fosilizados en un imagen cristalizada ¿Las restricciones por la pandemia alcanzarán para romper con este fenómeno? Gorelik acota: “La política de maquillaje que tiende a convertir los centros históricos en parques temáticos de la identidad urbana, tiene efectos distorsivos en los valores inmobiliarios, volviendo esos distritos de interés turístico inaccesibles para sus habitantes tradicionales.

A lo que se ha sumado lo que podríamos llamar el «efecto airbnb»: como se sabe, esa red de alquiler de departamentos comenzó siendo un emprendimiento artesanal de individuos enlazados globalmente que favoreció una democratización del turismo, pero se convirtió ya hace tiempo en un negocio millonario manejado por intereses inmobiliarios concentrados que fueron comprando centenas de apartamentos en las principales ciudades, convertidas en territorios de especulación global; por tanto, desalojando más población y contribuyendo con esa metamorfosis de los centros históricos en paisajes espectrales”.

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