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Reflexiones

La pesadilla Griega

“No tenemos intención de trabajar con una comisión que no tiene razón de existir, incluso desde la perspectiva del Parlamento Europeo”, anticipó el nuevo ministro de Finanzas griego, Yanis Varufakis, durante un encuentro con el presidente del Eurogrupo, Jeroen Dijsselbloem.


El desenlace de las elecciones griegas se convirtió en un thriller político y económico para la Unión Europea (UE): el flamante primer ministro Alexis Tsipras, líder del partido Syriza, prometió un aumento del gasto público estimado en 11,5 billones de euros, suba de salarios y asistencia social, en resumen, la contracara de lo exigido por la Troika (Comisión Europea, Fondo Monetario Internacional y Banco Central Europeo) a lo largo de los últimos cinco años.

“No tenemos intención de trabajar con una comisión que no tiene razón de existir, incluso desde la perspectiva del Parlamento Europeo”, anticipó el nuevo ministro de Finanzas griego, Yanis Varufakis, durante un encuentro con el presidente del Eurogrupo, Jeroen Dijsselbloem. “Quiero recordar que este gobierno fue elegido con un programa que no admite el actual programa de rescate ni tampoco que la deuda puede ser pagada”, insistió en una conferencia de prensa en Atenas, si bien añadió que su intención es cooperar con la UE.

En los comicios del pasado 25 de enero, Syriza obtuvo 149 de las 300 bancas del Parlamento (36,4 por ciento de los votos), que sumadas a las obtenidas por Griegos Independientes, llegaron a un total de 162. De esta alianza ya se desprendieron los nombres de los once ministros que tendrán la difícil tarea de sacar a Grecia del pozo con nuevas recetas. Por lo pronto, ninguno de estos primeros pasos seducen a los inversores, y la Bolsa de Atenas llegó a caer un 9 por ciento, la peor marca desde septiembre de 2012 durante la primera semana posterior a la convocatoria a las urnas, con una tendencia a la baja que hasta la fecha se ha mantenido. El impacto en los mercados fue mayor una vez que el BCE anunció que dejará de admitir los bonos griegos en sus operaciones de refinanciación con las que las entidades bancarias de Atenas obtienen liquidez para mantenerse a flote.

Una vez que estalló la crisis de deuda en 2009, los préstamos de los socios del bloque –alemanes la mayoría– le permitieron al país evitar caer en el default a cambio de dolorosos recortes y despidos en el sector público. Un lustro después, las políticas de austeridad y la falta de mejoras llevaron al ascenso vertiginoso de Syriza. Grecia “deja la austeridad tras cinco años de humillación” porque “el pueblo dio un mandato claro” de relegar al pasado a la troika de acreedores, afirmó Tsipras una vez confirmados los resultados. “Antes de todo, el pueblo debe recobrar su dignidad, el optimismo, la sonrisa, ése es el mensaje primordial”, añadió frente a una multitud en la capital, e indicó que su triunfo es también “el de todos los pueblos de Europa que luchan contra la austeridad que destroza nuestro futuro común”. El nuevo gobierno, subrayó, “desmentirá a todos los que ven destrucción”.

“No habrá desastre ni sumisión. Nuestro objetivo desde el primer día es restablecernos de las consecuencias de la crisis. Con ese objetivo, negociaremos con nuestros socios europeos” un plan de reformas sin nuevos déficit pero sin un superávit irrealizable”, proclamó.

Los analistas se preguntan si será posible llevar a cabo el ambicioso programa de reformas que pretende solucionar la crisis de deuda con una reestructuración, y remontar el bienestar social a partir del incremento del gasto, obras públicas y alivio de la carga tributaria a la clase media. En la actualidad el desempleo se mantiene en un 26 por ciento –trepa al 50 por ciento entre los jóvenes– y una deuda del 175 por ciento de su PBI (alrededor de 412 billones de euros). Es claro que los griegos apostaron por el camino más arriesgado para terminar la crisis, pero a la vez la única que hasta la fecha no ha sido explorada por los partidos tradicionales, sumidos en el descrédito.

Los planteos de Grecia son justos: su deuda, y los mecanismos impuestos para saldarla, necesitan una cirugía. Pero sus acreedores europeos no se dejan conmover por las súplicas y exigen que sus demandas sean cumplidas a rajatabla.

Tsipras aparece como el comodín de esta crisis que ha sumido a su población en la pobreza, pero todavía no parece encontrar una receta que logre el equilibrio con los acreedores. Si falla, las turbulencias serán mayores. Si llega al éxito, el mapa de la política y economía Europea sufrirán cambios.

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