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La otra tragedia

Por Carlos Duclos.- Desde un punto de vista temporal, puramente humano, la muerte siempre es una desgracia. Sin embargo, Cicerón enseñaba a Lucio que la muerte no debe temerse, pues cuando llega el ser humano no está para ser humillado por ella.

Desde un punto de vista temporal, puramente humano, la muerte siempre es una desgracia. Sin embargo, Cicerón enseñaba a Lucio que la muerte no debe temerse, pues cuando llega el ser humano no está para ser humillado por ella. No obstante, y aun cuando el filósofo romano tuviera razón, la muerte siempre sume en lamento a los que quedan. En el caso de un gobernante, si éste satisfizo las necesidades de la sociedad, si produjo políticas de Estado que coadyuvaron al desarrollo de una Nación, la muerte es una desgracia para todos. Si no fue así, ella sólo se convierte en una pena para los allegados y  seguidores del político.

No es el propósito de esta columna dirimir para quién es un suceso desgraciado políticamente hablando  la muerte del ex presidente de los argentinos, Néstor Kirchner. Cada ciudadano tendrá su opinión en ese sentido. Claro que la muerte de Néstor Kirchner, el ser humano, es una verdadera pena para todos, porque si hay un valor sobre el cual nadie debería permanecer indiferente ese valor es la vida. Desde este punto de vista, la muerte de Kirchner es algo penoso y no puede menos que acompañarse y desearse las fuerzas que sus seres queridos y seguidores necesitan en este momento.

Pero detrás de la muerte de un político, y en este caso detrás del fallecimiento del ex presidente, podría haber otras desgracias  más fatales que su inesperada partida: la no advertencia de que la muerte no puede ser un hecho vano. Sería  penoso para todos los argentinos que la dirigencia no advirtiera que es hora de conciliar posturas, puntos de vista, abdicar de los odios y rencores y sentarse a la mesa del diálogo y de la elaboración de proyectos para llevar paz interior a tantos seres humanos argentinos afligidos.

Lamentablemente, la historia política nacional  muestra, en todas las épocas, el imperio del odio, del rencor, del distanciamiento, del desencuentro y de la violencia. Desde el fusilamiento de Dorrego a manos de Lavalle, hasta ayer nomás, la historia  muestra rencores, divisiones, insultos, balas, bombas y mucha muerte. No hace muchas horas atrás, por ejemplo, cayó una vida joven, la del militante del Partido Obrero, baleado por una patota adversaria.

Durante el velatorio de Néstor Kirchner, el jefe de Gabinete, Aníbal Fernández,  le pidió a Cobos, a Duhalde y al cardenal Bergoglio que no se hicieran presentes para evitar provocaciones. La sugerencia del gobierno nacional da testimonio de un suceso desgraciado en la sociedad argentina: el rencor subyace en muchos corazones. ¿Acaso es posible construir algo bueno sobre semejante fundamento?  Nada al menos que perdure en el tiempo, que se sostenga. Seguramente la sugerencia del gobierno nacional ha sido la adecuada para evitar problemas, pero no deja de ser una atención sobre la triste y lamentable realidad de la escena nacional.

Dentro de este marco, no es posible dejar de formular una pregunta: si hay un espíritu en cada ser humano y si este trasciende lo puramente temporal para ver y comprender lo verdadero y es capaz de sentir ¿qué podría sentir ahora el espíritu de Néstor Kirchner? ¿Qué podría desear? Quien esto escribe tiene la certeza de que, liberada de las pasiones mundanas, el alma no puede sino desear lo mejor para los que quedan. Y lo mejor no es el rencor. Por eso si Kirchner tuviera la posibilidad de un último discurso,  ahora mismo, llamaría a la unidad nacional.

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