Opinión

Sociedad

La omnipresencia muda de la represión que sobrevivió a la Guerra Civil española

A propósito de “Episodios de una guerra interminable”, de Almudena Grandes.


Por Cecilia Lesgart (Profesora de Teoría Política III. Investigadora de Conicet. UNR)

La transición desde la dictadura franquista a la España organizada democráticamente obliteró las discusiones públicas sobre la Guerra Civil española (1936-39) y las indagaciones políticas sobre la brutal violencia represiva e ilegítima del régimen dictatorial construido por Francisco Franco (1939/1975-1982).

La nunca derogada Ley de Amnistía (1977) fue un pacto de olvido de todos y para todos que produjo un espacio político pacificado asentado sobre el silencio del pasado golpista, la voz de los derrotados en la Guerra Civil, el exterminio político que la sobrevivió durante la dictadura y también de esos persistentes episodios activistas o resistentes que pervivieron dentro de España y en el exilio.

Pero desde principios del nuevo milenio, con el Movimiento de Recuperación de la Memoria Histórica, se inició un proceso de cuestionamiento a la idea de consenso pacificador y a la reconciliación promovida como clima público y construida como política de Estado durante la transición que rehabilitó las memorias y las historias de los vencidos de la Guerra Civil y la de los “represaliados” por el franquismo -perseguidos, expulsados, encarcelados, exterminados-.

La obra “Episodios de una guerra interminable”, de Almudena Grandes, inspirada en los “Episodios Nacionales” de Benito Pérez Galdós, recupera historias y memorias olvidadas que no coinciden con las públicamente sostenidas, inscribiéndolas en ese pasado traumático e inacabado que se perpetúa en el presente, surcado por la guerra, el golpe y la dictadura. Se trata de un proyecto de seis novelas históricas independientes que combinan ficción y no-ficción, de las cuales han sido publicadas cinco por la Editorial Tusquets en la Colección Andanzas: Inés y la alegría (2010), El lector de Julio Verne (2012), Las tres bodas de Manolita (2014), Los pacientes del Doctor García (2017) y La madre de Frankenstein (2020). Mariano en el Bidasoa está aún por escribirse.

Estas le restituyen densidad política al pasado haciendo hablar a los vencidos y mostrando las resistencias políticamente encuadradas contra el poder dictatorial, como la acción guerrillera dentro y fuera de España para recuperar la República, la persistencia militante a pesar de la derrota y de las controversias con las dirigencias partidarias, la vida mutilada de los exiliados que regresan a España, la vida clandestina o en cárceles pobladas por presos sin crimen. Otras veces se delinean como rebeldías de la gente común en el espacio privado e íntimo contra el ahogo cotidiano que produce el poder, como los momentos de liberación sexual en un mundo donde lo tildado de pecaminoso es visto como delito, la lectura nocturna de las mujeres, o la expresión sentimental que desafía las férreas jerarquías sociales.

La quinta y más reciente novela de la hexalogía, titulada La madre de Frankenstein, se desata a partir de un caso resonante y real de filicidio ocurrido en 1933 en el que Aurora Rodríguez Carballeira mata de cuatro tiros a su hija Hildegart. La novela se construye a partir de la vida y agonía de esta mujer diagnosticada como paranoica en su cruce con la historia de Guillermo Velázquez, joven hijo de un reconocido psiquiatra republicano que se exilia en Suiza y regresa a España formado él también en psiquiatría. Guillermo Velázquez es una figura que condensa las tensiones del exiliado, condenado a sentirse un extranjero en su lugar de acogida y en su regreso al país, cuando es convocado como profesional para dirigir un manicomio por su especialización en el suministro de un antipsicótico. Él representa una manera progresista de entender la enfermedad psíquica y una práctica científica y ética de la psiquiatría, enfrentada y en lucha con la del franquismo. El conjunto de médicos, curas y monjas que pueblan las instituciones manicomiales de la dictadura revelan la presencia en sordina de Antonio Vallejo Nájera -llamado el “Mengele” español-, Jefe del Servicio de Psiquiatría militar del franquismo, quien hacía uso de una ciencia pretendidamente neutral para demostrar la inferioridad mental de los militantes marxistas, la ausencia de raciocino de las mujeres, para justificar la represión física y hasta el robo de niños recién nacidos que portaran el “gen rojo” con el fin de darlos en adopción a familias que los “regeneraran”.

La novela vincula las historias de los derrotados con la caída de todas las esperanzas de que los aliados intervengan para terminar con la dictadura franquista, las que se anudan en el apogeo de la España nacional católica. La represión de la dictadura y la moral opresiva de la Iglesia -y del Opus Dei-, se ponen en juego dentro del manicomio femenino de Ciempozuelos y en el tratamiento de la subjetividad, revelando cómo en una “dictadura todo es político”.

La vida de las mujeres surca todas las novelas de Almudena Grandes. Mujeres republicanas y guerrilleras como en Inés y la alegría, mujeres comunistas viudas de partisanos que conservan prácticas sexuales liberadoras y feministas como Pastora en La madre de Frankenstein, la dura vida social de las mujeres cuyos maridos se encuentran en la cárcel de Porlier como en las Tres Bodas de Manolita y, en esta también, el destino de las hijas de los encarcelados que purgan con trabajo esclavo la adscripción política de sus padres.

Por lo que la elección de Ciempozuelos, un manicomio destinado a las mujeres, condensa la represión pública y la de la libre expresión privada de las mujeres en la España franquista y nacional católica -enfrentada a las posibilidades contenidas por la República y perdidas con la derrota-, con un encierro que las despoja de decisión autónoma o espontánea de sus vidas.

En esta novela hay una doble metáfora. La primera, como varias veces se le ha escuchado decir a Almudena Grandes, es que la España de Franco es un país de locos. La segunda, sobre quiénes son los enfermos psiquiátricos dentro del manicomio toda vez que sus autoridades -administrativas, eclesiásticas y médicas-, deciden por la fuerza de la burocracia, por las convicciones morales o religiosas, o por usar la ciencia y las nuevas técnicas como una ideología, el destino de esa población manicomial en detrimento de sus avances subjetivos. La vida dentro del manicomio muestra la ausencia de empatía y los prejuicios de los médicos hacia los internados, reproduciendo los mitos, la incomprensión y la humillación social a la que están sometidos los enfermos y sus familias. La madre de Frankenstein revela que no hay espacio en el que el ejercicio del poder político de esta dictadura permanezca neutral. Y, sin embargo, en esa España en la que se despliega ostensiblemente la violencia física en el espacio público, se modela opresivamente la vida privada y el puritanismo penetra la intimidad, alguien toca el piano y esparce sus notas al azar, otros sonríen y disfrutan de un cielo soleado, dos viven de la complicidad que produce el sexo, y algunos se enamoran. Subsisten pequeñas treguas necesarias para seguir con vida.

 

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