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La noche que se llevaron a Federico

Por Rubén Alejandro Fraga.- Hace 76 años tropas fascistas fusilaban al gran poeta García Lorca por ser republicano y homosexual.


“Yo soy español integral y me sería imposible vivir fuera de mis límites geográficos; pero odio al que es español por ser español nada más, yo soy hermano de todos y execro al hombre que se sacrifica por una idea nacionalista, abstracta, por el sólo hecho de que ama a su patria con una venda en los ojos. El chino bueno está más cerca de mí que el español malo. Canto a España y la siento hasta la médula, pero antes que esto soy hombre del mundo y hermano de todos. Desde luego no creo en la frontera política”. Así se definía el poeta y dramaturgo Federico García Lorca, uno de los miembros más destacados de la generación del 27, quien en la madrugada del 18 al 19 de agosto de 1936, a los 38 años, se convirtió en la víctima más conocida de la Guerra Civil Española, un conflicto entre republicanos y nacionalistas que había detonado un mes antes y terminó en 1939 con un saldo de más de 200.000 muertos.

Al momento de su asesinato, Lorca, uno de los autores más importantes del siglo XX, ya era conocido internacionalmente por obras que combinaban elementos populares, clásicos y realistas con una buena dosis de expresionismo. Poemas como el Romancero gitano (1928), Poeta en Nueva York (1930) y Poema del cante jondo (1931), y obras de teatro como La zapatera prodigiosa (1930), Bodas de Sangre (1933) y Yerma (1934), junto a su magnetismo personal, le habían granjeado muchos seguidores. Sin embargo no pocos conservadores españoles lo acusaban de decadente, sobre todo después de que se declaró socialista.

Nació en Fuente Vaqueros, Granada. Estudió bachillerato y música en su ciudad natal y, entre 1919 y 1928, vivió en la Residencia de Estudiantes de Madrid, un centro importante de intercambios culturales donde se hizo amigo del pintor Salvador Dalí, el cineasta Luis Buñuel y el también poeta Rafael Alberti, entre otros, a quienes cautivó con sus múltiples talentos. Viajó a Nueva York y Cuba en 1929-30. Volvió a España y fue director del teatro universitario La Barraca, conferenciante y compositor de canciones, y tuvo mucho éxito en la Argentina y Uruguay, países a los que viajó en 1933 y 1934.

Luego de escribir su obra de teatro La casa de Bernarda Alba, Lorca había llegado el 16 de julio a Granada, a la residencia familiar de verano para descansar, pocas horas antes del alzamiento del general Francisco Franco al mando del Ejército en Marruecos contra el gobierno republicano, lo que marcó el comienzo de la sangrienta guerra civil.

Cuando los nacionalistas entraron en la ciudad y arrestaron al alcalde y a otras personalidades para ejecutarlas, Federico buscó refugio en casa de la familia de un amigo conservador, cuyo hermano entregó al escritor a los falangistas.

Lorca fue fusilado por los franquistas la madrugada del 18 al 19 de agosto del 36, tras permanecer dos días encarcelado en las dependencias gubernamentales de Granada. Lo mataron por ser republicano y homosexual, un delito imperdonable para la barbarie fascista. Fue ejecutado en el camino que va de Víznar a Alfacar, y sus restos permanecen enterrados en una fosa común anónima en algún lugar de esos parajes con los del maestro Dióscoro Galindo y los de los banderilleros Francisco Galadí y Joaquín Arcollas, quienes fueron ejecutados con él.

Lorca y la ciudad del río encerrado

“El duende nos inundó el alma. Allá por octubre de 1933, cuando navegó esta geografía nuestra, buscando, tal vez, las raíces de la hispanidad austral. Nos dejó un jirón de su vida que, por entonces, no se podía pensar en las postrimerías. La bala asesina ya lo andaba buscando, aunque Federico no lo supiera”, escribió Oscar Sbarra Mitre, ex director de la Biblioteca Nacional, sobre la primera visita que Lorca hizo a  la Argentina, tres años antes de que la mano criminal lo arrancara del mundo, y que incluyó un fugaz paso por Rosario.

Cuentan que Lorca, que venía del Guadalquivir (“Guadalquivir, alta torre/y viento en los naranjales”), su río grande, y que muy poco sabía de la geografía rosarina, en una caminata por la costanera local miró con asombro el Paraná caudaloso y exclamó: “¿Tenéis un río?”. De inmediato, viendo la verja que impedía a la gente aproximarse a él, preguntó: “¿Por qué lo habéis encerrado?”.

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