El Hincha

Hinchas felices

La noche de las bocinas eternas, la ciudad festejó el título canalla y copó el Monumento

Las calles rosarinas fueron el escenario del desborde de felicidad auriazul, con el Monumento como epicentro de la locura canalla

Fotos: Prensa RC

Ya terminó el partido. Ya las amenazas de empate de Platense dejaron de ser una preocupación y la ansiedad enloquece a los que no pudieron ir a Santiago del Estero y lo siguieron por televisión. La elección inmediata es el debate interior por quedarse en casa a ver hasta el último de los festejos de los jugadores, a escuchar sus palabras, o no, partir a las calles de Rosario en una noche en la que Arroyito y Avellaneda fueron una locura, pero en la que casi todos los caminos condujeron al Monumento.

Y la marea es incesante, los espacios se ocupan a gran velocidad. Será la noche de las bocinas eternas, de las banderas ondeando desde las ventanillas de los autos, de los colectivos desbordados de alegría azul y amarilla, de las motos en caravana, de los que patean felices y chivados de calor y pasión.

No queda un lugar en el Parque a la Bandera, iluminado por el Monumento que toma color canalla y por los fuegos artificiales que despiertan una y otra vez la banda sonora que suele entonarse en el Gigante. Los que habían estacionado allí en un sábado que esperaban fuera como todos los demás no saldrán por un rato largo.  Lejos estuvieron de ser previsores como los choripaneros o los vendedores de cerveza, siempre pillos para el negocio. Hoy la gente no regatea, paga la latita milqui y se olvida por un rato de las malas noticias. Eso sí, algunos arman el fernet con Cunnington porque la Coca está por las nubes en el kiosco, que además tiene la fila más larga que el Anses.

No todos tienen el mismo aguante, hay familias, hay padres y madres con bebés, hay cientos de grupos de amigos, hay viejos y pibes, hay viejas y pibas. Algunos que empiezan a sentir el trajín del festejo, del desborde y deciden emprender el camino ascendente para alejarse del hormiguero de felicidad, ruido y sudor.

Eso sí, como soldados espartanos, cada guerrero que sale de la formación es reemplazado automáticamente por otro que llega. Es la segunda oleada de las muchas que llegarán para ser parte del festejo, para cantar su alegría en una madrugada que se alargó todo lo que la lluvia permitió en la espera del avión que trajo a los héroes del Madre de Ciudades.

Desde la bellísima movilización albiceleste del último diciembre no se vivía algo así, esta vez con la grieta intrínseca que desvive a Rosario, con esa parte inmensa a la que nuevamente le toca ser feliz.

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