Mundo Laboral

CINE Y TRABAJO

La negación del derecho al trabajo

Con imágenes contundentes y ritmo atrapante, la película “La guerra silenciosa” describe la resistencia de un grupo de obreros y sus delegados al cierre de una fábrica en el interior francés pese a la promesa empresarial de sostenerla abierta luego que los trabajadores aceptaran rebajar sus salarios


Juan Aguzzi

En tiempos difíciles para los trabajadores del mundo, en particular por la avanzada neoliberal sobre los derechos y conquistas que costaron sangre, sudor y lágrimas durante al menos casi dos siglos, algunos cineastas ensayan algunas aproximaciones a los conflictos que tienen a la clase obrera como protagonista exclusiva; a su resistencia, a su lucha muchas veces inclaudicable.

La práctica documentalista fue dando buena cuenta de estas instancias y hoy pueden verse innumerables realizaciones que describen acabadamente momentos, situaciones, periodos,  donde los trabajadores mostraban los dientes a través de los recursos con los que se sentían más a gusto (en la mayoría de los casos los que daban probados resultados): huelgas, paros generales, tomas de fábrica, todos confrontando la intención de ponerle fin al proletariado, de concretar su extinción.

Y en ese campo hay autores y materiales invalorables. No ha sido tan así desde la ficción ya que los abordajes y recreaciones fueron muchas veces defectuosos en sus planteos, en sus tratamientos, en representar de un modo verosímil parte de esa problemática.

Sin embargo, hay algunos directores que se destacaron precisamente por sus enfoques, por la audacia para hurgar en los pliegues de esta realidad y expusieron con solvencia y eficacia los detalles del sistema opresivo con que se edifican las sociedades o la sociedad como estructura global.

Uno de ellos es el francés Stéphane Brizé, que con su reciente film En Guerre o La guerra silenciosa, como se conoció en castellano, pone en escena a un delegado gremial que no admite el inminente cierre de la fábrica en que trabaja y decide enfrentar a los gerentes y dueños (se trata de una filial gala de una empresa radicada en Alemania) para impedirlo.

Cuando en rueda de prensa durante su presentación en Cannes el año pasado le preguntaron por la “guerra” del título, Brizé expresó: “Es el conflicto de los empleados contra sus dirigentes pero también la del sistema contra los obreros.

Hay una guerra contra los trabajadores”. La película de Brizé describe los niveles de violencia que se ejerce sobre aquellos cuya situación laboral es endeble a partir de la retórica de la que se vale el poder económico y político para justificar los despidos, que suele estar encubierta con subterfugios pero tiene altos niveles de agresividad.

Durante la misma conferencia de prensa, Brizé apuntó: “Toda la película se fundamenta en el conflicto entre esas dos violencias. En 2015 vi en televisión que un grupo de trabajadores de Air France se oponía a un plan de ajuste de la empresa cuyo objetivo era despedir a tres mil de ellos.

Era un verdadero motín y el jefe de recursos humanos tuvo que salir corriendo con su camisa hecha pedazos. Algo que me choca es que la clase política estigmatice el despliegue de esas violencias en términos electoralistas y no se ponga a pensar en que es producto de una terrible injusticia.

Hice este film para expresar que esa ira de los trabajadores es absolutamente legítima”.

Insensibilidad de la metodología neoliberal

En La guerra silenciosa buena parte del elenco son trabajadores verdaderos que actúan de forma amateur; al mismo tiempo, Brizé tuvo el asesoramiento de sindicalistas que participaron en conflictos similares, uno de ellos fue protagonista en el intento de frenar, sin éxito, el cierre de una fábrica en el interior francés.

Por esas razones, el relato tiene ribetes que expresan una representación ficcional con cierto aire documental que transita con holgura el delgado hilo que separa ambos géneros.

Lo que prevalece en La guerra silenciosa es la conciencia de los trabajadores que ven peligrar sus puestos pero también el riesgo de que la clase social a la que pertenecen finalmente desaparezca. Tampoco es menor que el cierre de la empresa subsidiaria no se produzca porque es deficitaria sino porque no reporta los abultados dividendos que pretenden sus accionistas.

Los despidos responden a que si la fábrica no cierra en ese momento deberá hacerlo, en un futuro próximo, cuando la producción ya esté localizada en países con mano de obra más barata, como suelen ser los de Europa oriental.

Y aquí se pone en evidencia la insensibilidad de la metodología neoliberal más ortodoxa: el factor de ajuste serán los trabajadores, no importa que cada uno de ellos tenga una familia o que su dignidad la obtenga a partir de su puesto de trabajo. Se trata de la negación de esos derechos y lo que eso trae como consecuencia; cómo afecta cada una de esas vidas.

Y también La guerra… hace hincapié sobre el poco valor que otorgan ciertos empresarios a la palabra. En el caso de este relato se ve como los obreros habían aceptado rebajas sobre su sueldo con la finalidad de que la empresa pueda repuntar algunas de sus áreas y alejar el fantasma de un cierre.

Los accionistas, a través de sus gerentes, se habían comprometido. Pero ahora eso es una promesa incumplida. La clase trabajadora no cuenta cuando los intereses financieros de la otra clase, los dueños de las empresas, se ven comprometidos o no colman sus ambiciones.

Brizé, hijo de un cartero, recordó también una lectura, la de Regreso a Reims, del sociólogo contemporáneo Didier Eribon, donde se hablaba de la “vergüenza de clase”. Dijo a propósito que una de las frases que siempre le escuchaba a su padre era que irse de vacaciones, por ejemplo, no era para gente como ellos, que ciertas opciones estaban vedadas para su clase.

Seguramente con películas como La guerra silenciosa, el realizador busca poner en evidencia esa imposición clasista donde el otro no existe, donde se le niega hasta el derecho a trabajar.

 

 

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