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La mano dura no da seguridad

Opinión, por Gerardo Rico (*). El discurso de ciertos políticos inescrupulosos siembra odio y terror. Un discurso que produce matachorros y matapobres.


En los últimos tiempos, algunos políticos inescrupulosos, bajo el manto de impunidad que le dan ciertos medios cómplices, se han propuesto sembrar de odio y terror los terrenos más permeables de una sociedad que aún no se termina de recuperar de la desconfianza hacia el otro que infundió a sangre y fuego la última dictadura cívico militar. Así, en Rosario, un grupo de vecinos decidió tomar la vida de un joven de quien supuso había cometido un robo. Le molieron la cabeza a patadas en el suelo, dándole muerte.

El discurso de “mano dura” de esos dirigentes, los mismos que en tropel vienen boicoteando el anteproyecto de reforma del Código Penal falsificando su contenido, llegó a su máxima expresión: hombres y mujeres de barrio, tal vez buenos padres y excelentes vecinos, presos de un presunto espíritu justiciero, ejecutaron en la vía pública a un par, a otro ser humano, de quien estaban seguros que era un “chorro”. Pensaron, como dicen y repiten hasta el hartazgo los Massa, los Camaño, los Barrionuevo, que si no lo hacían, ése u otros “chorros” entran y salen por otra puerta en las comisarías o tribunales: “Mejor lo liquidamos, así ése no le roba más a nadie”, habrán pensado. Y mancharon sus manos con sangre.

Barrio Azcuénaga, pero podría ser cualquier barriada de cualquier conglomerado urbano de nuestra querida Patria, ya tiene vengadores, y no son anónimos, y probablemente no estén arrepentidos.

Pero cargar exclusivamente las tintas sobre los matadores sería caer en la simplificación de que hacen alarde los crápulas que exigen cadenas perpetuas, penas draconianas y, si los dejan, hasta la pena de muerte. Como planteó inmediatamente después de la ejecución el antropólogo Matías Solmi, de la Fundación Igualar, es preciso preguntarse algunas cosas: ¿Qué nos atraviesa como sociedad para asesinar a golpes a un joven? ¿Qué significa que una comunidad mate a plena luz del día a alguien que intenta robar una cartera? ¿Quiénes somos y en que nos hemos convertido, para volver a la práctica medieval de la “justicia por mano propia”?

No existen respuestas sencillas, pero claramente se puede decir que una sociedad que mata a golpes en la calle a un pibe chorro no es el lugar donde vale la pena vivir, un espacio donde predomine el humanismo, donde los genuinos reclamos de justicia sean canalizados a través de exigencias que sean planteadas a quienes tienen responsabilidad indelegable de construir una sociedad más justa e inclusiva y no lo hacen.

A la política hay que darle contenido, y ese contenido debe estar anclado en el compromiso con el otro, asociarse con el otro, mezclarse en un proyecto común que involucre a las mayorías y busque a través de la igualdad y oportunidades para todos, con más derechos y mejores condiciones de vida. La seguridad, en ese entorno, será cosa de todos y de los representantes, que no mirarán para otro lado y, mucho menos, se la pasarán fogoneando el odio y el vale todo, con el objeto en clara supremacía sobre el sujeto, en este caso el más vulnerable.

 

(*) Diputado provincial, miembro de la Mesa de Conducción Nacional del Movimiento Evita y jefe del bloque del mismo nombre en la Cámara baja de la provincia de Santa Fe

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