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La literatura llena de aromas

Por: Rubén Alejandro Fraga

“Aprovecha el día. No dejes que termine sin haber crecido un poco, sin haber sido feliz, sin haber alimentado tus sueños”. Así pensaba y así escribía Walt Whitman, el patriarca de los poetas norteamericanos, quien murió un día como hoy hace 119 años.

Leer a Whitman significa conocer a un hombre que fue alternativamente un visionario, un sabio, un profeta y, a menudo, las tres cosas al mismo tiempo, y siempre un poeta. Leerlo también significa descubrir que la poesía, tal como se la concibe tradicionalmente, se transformó en su caso en un medio por el cual “la persona simple, separada” puede fundirse con lo “democrático”, con la comunidad: las contradicciones humanas sólo son frases del contrapunto de una primigenia música esperanzada, la de la integridad del ser humano, la de una nueva moral de vida que sostiene simplemente la vida y no la salvación.

Whitman consideraba que “la literatura está llena de aromas”, y en su obra se manifiesta la importancia de la unicidad de todos los seres humanos. Rompe con la poética tradicional, tanto en el estilo como en los contenidos, marcando una pauta a las generaciones de poetas que precedieron.

Así, la influencia de Whitman ha sido enorme y muchos poetas se identificaron y se identifican con su anhelo: hacer el mundo moderno posible para la poesía. Su obra lírica, concentrada en las sucesivas ediciones de Hojas de hierba, ejerció su magisterio sobre gran parte de la poesía moderna, incluidos Ernst Staedler, Ezra Pound, William Carlos Williams, Wallace Stevens, Pablo Neruda, Jorge Luis Borges, Federico García Lorca o Allen Ginsberg. Y su influencia llegó también a otros ámbitos: el genial Charles Chaplin consideró a Whitman como fuente de inspiración para todas sus películas.

Su estilo lírico o épico (poético narrativo), de versos amplios y frecuentes paralelismos, recuerda al de los salmos bíblicos, pero sus temas son mucho más originales. Él canta con optimismo a la libertad, la sexualidad, una espiritualidad libre de dogmas y preceptos, la comunión con todos los seres, la democracia, la vida agreste y el trabajo duro, el progreso y a su patria, como lugar donde todo lo anterior se vuelve posible.

Este poeta, periodista y ensayista nació el 31 de mayo de 1819, en West Hills, condado de Suffolk (una población cercana a Huntington), Long Island, Nueva York, y fue el segundo de los nueve hijos de Louisa van Velsor, descendiente de marinos holandeses, y de Walt Whitman, un carpintero.

Cuando Walt tenía cuatro años, sus padres se mudaron a Brooklyn –entonces una pequeña ciudad de seis mil habitantes–, donde el niño asistió a la escuela durante seis años y recibió toda la educación formal que se le daría en su vida. Para contribuir al sustento del hogar dejó los estudios a los 11 años de edad e ingresó en una imprenta como aprendiz de tipógrafo, oficio que le permitió acceder a textos de la más diversa índole mientras desempeñaba su trabajo. Allí aprendió a redactar y adquirió los rudimentos de la prosa. Dejó la imprenta en 1838 para dedicarse a la docencia.

Se inició en el mundo del periodismo en 1839 en el periódico Long-Islander, en Huntington, al tiempo que daba a conocer sus primeros poemas a través de los foros literarios y las publicaciones culturales que frecuentaba en compañía de otros jóvenes escritores, artistas, cantantes y demás componentes de la bohemia neoyorquina de mediados del siglo XIX. Pronto ganó, por vía de estos escritos, un cierto prestigio literario que lo ayudó en su carrera periodística: poco después fue nombrado director del rotativo de Brooklyn Daily Eagle. Desde las páginas de la publicación que dirigía, el joven Whitman hizo gala de un ideario progresista que defendía los valores liberales y democráticos de la sociedad norteamericana de la época, al tiempo que censuraba el reaccionarismo político y moral difundido y practicado en Estados Unidos por los herederos de la peor tradición puritana procedente de Inglaterra. Asido a esta ideología liberal, en 1848 expuso airadamente unos postulados antiesclavistas que molestaron a los dueños del Daily Eagle, lo que obligó al impulsivo poeta a dejar el periódico. Tras desempeñar los más diversos trabajos, empezó a escribir una poesía totalmente distinta de la que se estaba escribiendo y se dedicó de lleno a tal actividad.

Whitman publicó la primera de las innumerables ediciones de Hojas de hierba (Leaves of grass) en 1855. Un libro de poemas que difería radicalmente del trabajo anterior del poeta e incluía como novedad un tipo de versificación no usado hasta entonces. En esta obra alababa el cuerpo humano y glorificaba los gozos de los sentidos. Su nombre no aparecía en la portada de esta edición, pero sí un retrato suyo en camiseta, con los brazos en jarra y el sombrero ladeado, en actitud desafiante. Esta obra es considerada, desde la perspectiva crítica actual, como el punto de partida de la moderna poesía estadounidense, pero pasó casi inadvertida para los lectores y estudiosos de su tiempo, incapaces de calibrar entonces la importancia de los numerosos aportes que traían consigo los versos de Whitman. La edición de 1855 de Hojas de hierba contenía 12 poemas sin título, escritos en versos largos y cadenciosos que se asemejan a los de la Biblia del rey Jacobo. El más largo y de mayor calidad de ellos, que luego recibió el título de Canto a mí mismo (publicado como libro autónomo y que el español León Felipe tradujo en 1941), consistía en la visión de un “Yo” simbólico presa de una sensualidad que le hace amar a todo aquél que se va encontrando en un imaginario vuelo desde el Atlántico hasta el Pacífico.

Animado por una carta de felicitación que le envió Ralph Waldo Emerson, Walt se apresuró a preparar una nueva edición de Hojas de hierba (1856), que contenía revisiones y añadidos, y que fue la primera de una serie de reediciones retocadas que el poeta realizaría a lo largo de su vida. El poema más significativo de esa edición de 1856 es “En el transbordador de Brooklyn”, en el cual el autor reúne a todos sus lectores del pasado y el futuro a bordo de un transbordador.

Consagrado a esta febril actividad creativa, Whitman continuó entregado a su disfrute de la naturaleza hasta que, en 1862, la fuerte impresión que le causó una visita a su hermano George, herido de gravedad en la Guerra de Secesión (1860-1865), lo impulsó a dedicarse durante tres años, como voluntario, a la atención y el cuidado de los enfermos que se hacinaban en precarios hospitales de campaña. Fruto de esta cruda experiencia fue la aparición en su producción poética de nuevos enfoques temáticos, como las reflexiones acerca de la vida y la muerte.

En 1882 Whitman conoció a Oscar Wilde. Continuó trabajando para el gobierno hasta 1873, en que sufrió un grave ataque que le dejó una parálisis parcial. Se marchó entonces a vivir con su hermano George en Camden, Nueva Jersey, hasta 1884, cuando compró su propia casa. En ella vivió, revisando y añadiendo poemas a Hojas de hierba, libro del que publicó nueve ediciones, ampliándolo en cada ocasión. Walt Whitman murió en su casa de Camden, el 26 de marzo de 1892, poco antes de cumplir los 73 años.

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