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La libertad para los criminales, la cárcel para los ciudadanos inocentes

Por: Carlos Duclos

Las dificultades por las que atraviesa el país son de solución rápida y nada complicadas si se tiene voluntad para remediarlas.
Las dificultades por las que atraviesa el país son de solución rápida y nada complicadas si se tiene voluntad para remediarlas.

La tarde se cae en medio de un silencio sofocante. Se cae como han caído –digo para mí– los sueños de millones de personas en una tierra bendecida por la naturaleza, pero cuya prodigalidad no llega a todos por la maldición de ciertos hombres. Y pienso esto, mientras observo a un señor que revuelve un contenedor, en una esquina céntrica, en busca de un pedazo de supervivencia. Y en tanto él revuelve un tarro del infierno, un pequeño, de no más de seis años, le sostiene la bicicleta. Toma unos residuos, los pone en un desvencijado portapaquetes de su no menos desvencijada bicicleta, monta a su hijo, lo hace él, y emprende viaje hasta el próximo tarro del infierno, esto es hasta el próximo contenedor de basura, esa tremenda olla que no le da sino deshechos para sobrevivir en la miseria.

Recuerdo que hace un tiempo atrás publiqué, en un conocido medio de nuestro país, una columna de opinión, en la que decía que a los problemas argentinos se solucionan fácilmente. Y creo que, en efecto, las dificultades por las que atraviesa el país son de solución rápida y nada complicada si se tiene voluntad para remediarlas.

El lector se preguntará ¿tan fácilmente? Y sí, porque el problema argentino no es de índole económica financiera, es de orden moral y político. Éste es un país inmensamente rico en cuanto a recursos naturales, es inmensamente rico, incluso, en cuanto a divisas (los argentinos pudientes tienen alrededor de 100 mil millones de pesos o más en depósitos en el exterior, dinero que produce intereses, pero que no está ligado a la producción de bienes). Hay, además, talento y sagacidad; el asunto, mi estimado lector, es que la “viveza criolla” es usada con mezquindad, egoísmo y cierta malicia. El problema argentino se debe, en general, a la insensatez de unos pocos, entre ellos dirigentes políticos, productores, empresarios, dirigentes gremiales, delincuentes comunes y no comunes, que sumen en la pena y la desesperación a millones de seres humanos.

¿Pero cuál es la solución al problema nacional? En el escrito al que aludí en el comienzo de esta tira, sostuve que a los criminales hay que castigarlos. Y especialmente a los criminales argentinos. Cuando el bandido argentino hace alarde de “viveza criolla” e impunidad, entonces el desenfreno es absoluto y la tristeza del pueblo inocente total. Y la verdad es que conociendo la naturaleza de ciertos argentinos, el castigo no es otro que el encierro, que la cárcel. En aquel escrito me formulé una serie de preguntas, y respuestas, a saber: ¿Qué se debe hacer con un señor que conduce un vehículo a alta velocidad y peligrosamente por la calle de una ciudad? Se lo inhabilita para conducir, se le incauta el vehículo por un tiempo. Si es reincidente, además se le impone una fuerte multa. ¿Qué se hace con un ente como la “Hiena” Barrios, alcoholizado, que atropella a una joven mamá embarazada y la mata? Preso por muy largo tiempo y sin beneficios.

¿Qué se hace con un delincuente que mata a un inocente para robarle y arruina para siempre a toda una familia? Preso por largo tiempo y sin posibilidad de recuperar la libertad, como acostumbran a conceder algunos jueces fantoches abolicionistas. ¿Qué se hace con un funcionario que traiciona a su pueblo, le miente descaradamente y lo sume en la pobreza, el hambre o la inseguridad jurídica? Preso y sin atenuantes. ¿Qué se hace con el dirigente gremial que le “vende” un convenio al empresario y traiciona a sus trabajadores? Preso. ¿Qué se hace con un vil empresario, que los hay y muchos, que para enriquecerse no trepida en someter de una y mil formas no sólo a su trabajador, sino a toda la sociedad? Preso. ¿Qué se hace con los empresarios piratas extranjeros que vienen a hacerse la “América”, como ciertas empresas de servicios que hacen lo que se les antoja y facturan lo que se les canta? Presos. ¿Qué se hace con aquellos dirigentes públicos y privados que obligan con sus actitudes a cientos de miles de seres humanos a revolver la basura para comer? ¿Qué se hace con aquellos que sumen en la pena, el desamparo y la desgracia a nuestros hombres y mujeres de la tercera edad? Se los somete a la privación de la libertad.

Parece excesivo, claro, pero sería importante que se examinara la cuestión desde la posición de la familia que perdió un ser querido en un asalto, o atropellado por un criminal al volante. Sería importante que se reflexionara desde la no vida que tiene un señor que revuelve la basura para encontrar comida, o desde la no vida del jubilado que no tiene dinero para comprar los medicamentos, o lisa y llanamente para comer. Sería importante que se examinara el asunto desde la mesa vacía del desocupado que por las noches no tiene el suficiente alimento para dar de comer a sus hijos ¡¿Que no los hay?! Créame que sí, y muchos.

Después de que saliera publicada esa columna de opinión, me escribió un señor y me dijo que yo era un fascista. Y le respondí irónicamente diciendo que si comprometerme con la defensa de los ciudadanos inocentes que están a merced de los inescrupulosos, de los bandidos comunes y de guante blanco, de esta casta putrefacta que nos dirige, entonces yo hasta entonces, había estado equivocado respecto del significado de fascista y abrazaba esa ideología. Y añadí: “Sí señor, si bregar por los derechos del ciudadano común es ser fascista, lo soy, pero me permito expresarle que creo que los fascistas son aquellos que someten a los inocentes para consolidar su posición y todos aquellos que los complacen o siguen”.

A mí siempre me fastidió la hipocresía, el cinismo y la traición. Con los años, esas aberraciones humanas me fastidian más. Me fastidian, por ejemplo, los progresistas, esos de “izquierda” que hablan de derechos humanos y tienen sus fondos dinerarios bien guardados y se olvidan de los ciudadanos que viven entre rejas o hambrientos; me fastidian los bandoleros de derecha que hablan de desarrollo, pero todas sus estrategias están destinadas al desarrollo personal o sectorial. Me fastidia la hipocresía del neo peronismo, del neo yrigoyenismo y todo aquello que está pintado de un discurso bonito, pero que cuando se corren las palabras, como una suerte de cortina, se descubre la patética mentira, la ignominiosa realidad.

Cuando hace muchos años leí el libro de Viktor Frankl El hombre en busca de sentido, me di cuenta para siempre (me lo enseñó ese judío excepcional, psiquiatra y psicólogo, que sufrió como ninguno en los campos de exterminio), que en el mundo no hay personas de izquierda de centro o de derecha. No hay creyentes o ateos, no hay negros, ni blancos, no hay ricos o pobres. Sólo hay dos clases de seres humanos: los buenos y los que quieren serlo, y los malos que hacen la vida imposible a los inocentes.

Por eso aprendí a alinearme con las personas de buena voluntad, ésas que quieren un orden más justo. Pero ese orden justo seguirá siendo una utopía mientras los piratas de siempre se paseen ufanos, libres y poderosos para cometer las mil y una criminalidades, mientras millones de seres inocentes están encerrados en la cárcel de la pobreza, la pena, la inseguridad y la injusticia.

Neruda decía: “El fuero para el gran ladrón, la cárcel para el que roba un pan”. El pensamiento ha quedado muy atrás en esta Argentina de locos y ladrones de guante blanco y debería trocarse por éste: el fuero para todo ladrón, la cárcel de la tristeza y el sometimiento para todo ciudadano inocente.

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