Ciudad

La leyenda de un gigante rosarino

Por Luciana Sosa.- El Palacio Fuentes fue alguna vez la máxima expresión de poder y arquitectura en la ciudad. Desde 2001 pertenece a la Fundación Litoral, que restauró gran parte del edificio, donde está armando un museo dedicado a la democracia.


En la esquina de Santa Fe y Sarmiento hay un gigante que guarda una gran historia y desde hace años comenzó a difundirla: el Palacio Fuentes. Ideado en 1922 por su dueño original, Juan Fuentes, y construido en 1924 por el arquitecto francés Juan Bautista Durand, el espacio padeció los destrozos en la época del Citybank, bajo la firma de Rockefeller, y fue adquirido en 2001 por quienes hoy dan vida y siguen trabajando en rescatar el espacio en su primer piso y subsuelo: la Fundación Litoral.

“Tenemos a nuestro nombre unos 3.180 metros cuadrados de los cuales faltan mil metros cuadrados a restaurar, que corresponden al que será el Museo de la Democracia, en el subsuelo del edificio”, explicó Guillermo Whpei, presidente de la fundación.

El arquitecto Jorge Felli estuvo a cargo del rescate de tremenda obra edilicia y hoy sigue en el equipo trabajando para la construcción del Museo. “Cuando vimos el lugar estaba destrozado, muy maltratado y había dos opciones,  o cerrar todo e irnos para ponernos a trabajar y abrir recién en tres años, o tapar lo feo del lugar y comenzar a trabajar para reactivar el edificio. La segunda opción demostró actitud de progreso y hoy seguimos planificando nuestro museo”, relató Felli.

El más poderoso

Felli relató cada uno de los detalles artísticos y arquitectónicos que Juan Fuentes buscó para su edificio, de la mano del arquitecto Durand.

“Juan Fuentes fue un personaje muy importante en la historia de la ciudad, por su emprendimiento, su ambición, por lo que trabajó al acercar el arte al pueblo y la veta económica que proyectó al hacer un edificio donde alquilaba sus oficinas. No era Robin Hood –dijo entre risas– pero hay que destacar que por el arte hizo mucho. Instaló copias más chicas de esculturas de la Venus de Milo, junto con el Apolo de Belvedere, y dos esculturas más, no sólo porque quedaban lindas, sino para demostrarle al que no tenía acceso a las originales, que también podía y tenía derecho de conocer esas piezas”.

El proyecto se realizó sobre el “planteo basilical romano”. Es decir, “una nave central y dos laterales menores, bajas. Es por esta nave central, mucho más alta que las otras dos, donde entrará la luz, y la luz es Dios”, explicó Felli.

A su vez, agregó: “Como Fuentes quería mostrarse y poner los blasones que con su origen no tenía (el arte), contrató al reconocido arquitecto francés Juan Bautista Durand, quien recién terminaba de construir el que es hoy el teatro Lavardén. Fuentes no quería un edificio netamente francés, sino la suma de todo el arte, por eso ideó un edificio que reuniera de todo lo mejor, un poco, o mucho”.

Fue así como, en el Palacio Fuentes se ve el zócalo gris, proveniente de la inspiración que hizo Miguel Ángel con la biblioteca en Florencia, al igual que el diseño de Manuel Ocampo, inspirado en Las Puertas del Paraíso (creado para el Battistero di San Giovanni, el Florencia, Italia). Bajo este parámetro, las puertas de ingreso laterales exhiben la figura de al menos dos presidentes argentinos.

“La puerta principal está colmada de esculturas y tiene unos redondeles de donde salen las cabeza del mismo Durand, de Fuentes, y otros personajes de la cosmovisión americana, donde comenzaba a tomar presencia el lenguaje de la década del 20”, sostuvo Felli.

Es por eso que se experimentó en Perú y Bolivia, y se usaron esos rasgos para las “Cariátides (mujeres), figuras emblemáticas de Grecia. Acá las pusieron pero en bronce y como pensaban que eran las indias, con rasgos más americanos y con trenzas. Las borlas francesas, la pasamanería, y todo el ornamento característico de Francia estaba debajo de estas mujeres, pero preside ‘la Chola’, de carácter boliviano, americano”.

“Entonces –prosiguió Felli– Fuentes quiso el reloj de Inglaterra (Big Ben) y Durand le dio el gusto pero no con un reloj, sino con cuatro”.  Asimismo, también se puede observar sus lámparas en bronce que permiten iluminar ambas caras exteriores del edificio y su portal de ingreso, construida en Grecia en bronce electrolítico, de más de 5 metros de alto.

Gran parte de los materiales empleados para su construcción tales como mármoles, grifería, aberturas en madera, bronces y azulejos fueron importados de Alemania e Italia. En la planta baja y el entrepiso hay negocios y oficinas, “donde, probablemente, Fuentes tenía quien administrara sus 45 mil hectáreas”, dijo Felli. En tanto, en los pisos superiores hay departamentos, de los cuales, la hija de su mano derecha, José Tentorio, aún vive en el departamento donde nació.

Estos cuentan con lujosos adelantos para la época como calefacción central, dormitorios en suite, portero eléctrico y dependencias y áreas de servicio.

En el último piso (sexto) se halla la que fuera vivienda del propietario. En la azotea hay un conjunto de pérgolas al que tenían acceso los inquilinos. Desde allí, por entonces, se podía apreciar toda la ciudad y el río Paraná, hasta que los edificios comenzaron a apoderarse de la ciudad.

“Este edifico es el último exponente del eclecticismo. Aquí había un juego de poderes increíble porque no era Francia la reina del gusto que decidía y dejaba de decidir, sino una generación que comenzaba a trabare y darle características propias de América a este espacio”, concluyó el arquitecto.

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