Newell’s está preso en sí mismo. En su falta de confianza. En el apuro por querer salir de este momento. En la ansiedad por aplacar el ánimo de la gente. No supo dar el paso adelante que necesita para alejarse de la incertidumbre y las críticas. Porque no aprovechó las facilidades que le concedió Temperley. Y porque ni siquiera acertó el penal que tuvo a los tres minutos de juego.
Quizás esa jugada sea la muestra más cabal de lo que le pasa a la Lepra. No le sale nada. De la ejecución se hizo cargo Maxi Rodríguez, al que le sobra jerarquía. Pero su remate, demasiado anunciado y débil, fue controlado por Federico Crivelli.
Si la metía, probablemente la Lepra hubiera ganado el partido. Porque el Gasolero sólo esperó en su propio campo a punto tal de convertir al debutante Ezequiel Unsain en un espectador de lujo. Pero no lo hizo porque no puede sacarse la mochila del desánimo y la falta de rebeldía.
El partido mantuvo roles marcados de principio a fin. Lo único que cambió fue que en la primera parte Newell’s generó un poco más como para abrir el marcador. Pero no lo hizo porque se apura en decidir en los metros finales y porque falla en la definición.
No alcanzó con la movilidad de Ignacio Scocco ni con la rotación ofensiva. Tampoco con el buen pie de Lucas Mugni ni con el empuje de Franco Escobar y Gabriel Báez. Ni siquiera el regreso de Mauro Formica y todo su talento lograron torcer el rumbo. No puede, no le sale. Se equivoca. No lo ayuda la suerte.
El empate ante el Celeste no suma en lo más mínimo. No aporta nada en lo emocional y muy poco en lo futbolístico. Y en lo numérico apenas le entrega una unidad más en un torneo en el que sólo tiene un objetivo por delante: el clásico. Demasiado poco para un equipo que nunca logró hacerse protagonista.
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