La Kasa Pirata queda en Ovidio Lagos al 1237. De pasada, no es fácil distinguirla: parece una más de las casas antiguas y abandonadas de la ciudad. Hay un stencil en la puerta, apenas perceptible, que señala el lugar, como diciendo “¡acá es!”. El que busca la Kasa Pirata la encuentra; el que no, probablemente siga de largo. Sin embargo, entrar es una fortuna. Lejos de lo que la fachada puede mostrar, adentro se esconden músicos, grafitis, obras de teatro, payasos, tortas fritas, libros, mates; similar a un mundo escondido. Más allá de que la Kasa Pirata sea una casa “okupa”, nadie la nombra como tal. La Kasa Pirata, es, ante todo, un centro cultural. Un espacio recuperado, reconstruido y abierto para todos los que quieren aprender y enseñar; pasar un rato a mirar una peli, a leer un libro, a tomar un mate.
En una de las paredes de la Kasa Pirata hay una muestra de fotos permanente. Es un regalo de una viajera para el centro cultural, y detalla la historia de la reconstrucción de lo que fue un lugar abandonado. Puede leerse, así, que hace cerca de un año un grupo de siete chicos y chicas entraron a la casona de Ovidio Lagos. Antes, contaron los vecinos, el lugar era un “aguantadero”, donde entraba “cualquiera”, y habitaban bichos y plantas de todas las especies. Cuando llegó este grupo de gente, el espacio empezó a crecer en función del reciclaje, el trabajo colectivo en el semáforo y la reconstrucción del lugar. Se forjaron estructuras para hacer circo, se montó un teatro, una biblioteca, se arreglaron las paredes y con eso llegaron decenas de talleres artísticos y culturales, shows y actividades gratuitas.
“Así gestionamos el lugar: con la fuerza de la gente que se fue sumando. Antes de ser un centro cultural, de ser cualquier cosa, esto es una familia. Nos hacemos cargo de nuestra forma de vida, de la colectivización, de darle la importancia necesaria al dinero y no que ese sea nuestro punto de fuga. Aquí, los talleres son gratis, las funciones son gratis, más allá de que lo que hacemos es en base a nuestros estudios de años. Tenemos la convicción de que no queremos que nuestro conocimiento sea un negocio, sino que queremos entregar y recibir sin que se espere nada a cambio”, explicó Daniel. Él es actor, payaso y chileno. Llegó a la ciudad “escapando de la derecha chilena”, buscando gente nueva, con un “gran amigo”, también payaso y actor y que vino a estudiar a la escuela de circo de Rosario. “Llegué hasta acá porque creo que la tierra nos pertenece a todos, o nosotros le pertenecemos a la tierra, pero, ante todo, pensé en por qué sólo tenía que estar en un lugar limitado por una frontera en la que no creo”.
El jueves pasado, la Policía, con una orden de allanamiento y desalojo, llegó a la Kasa Pirata. Ese día empezó la resistencia: la puerta no se abrió y tanto desde adentro como desde afuera decenas de jóvenes, junto con los vecinos de la cuadra, salieron a la calle en defensa de la Casa Cultural. Las fuerzas policiales se retiraron y aplazaron el desalojo hasta el 4 de septiembre. Todos estos días están fluyendo entre asambleas, reuniones con abogados, actividades de difusión y de resistencia, y, ante todo, con la firme postura de continuar con las actividades de siempre. “Tenemos que seguir convencidos de lo que hacemos. Sabemos que no estamos haciendo nada malo. Y con eso creo que la resistencia no depende sólo de nosotros, sino de toda la gente que apoya este lugar. Nos gustaría que se acerquen, ahora y siempre”.
Durante la época en la que se estaba llevando adelante la reconstrucción del espacio, un amigo del grupo de chicos, León, de 4 años, decía que él, cuando iba para la casona de Ovidio Lagos, iba a visitar “a los piratas”. De ahí nació el nombre del lugar. Sin embargo, la identidad del espacio se generó con el tiempo, con el aporte de los que viven allí y también, y en proporciones similares, con el aporte de todos los que apoyan el centro cultural, lo acompañan y hacen día a día. La cantidad de gente que habita el lugar fluctúa siempre, aunque la base se mantiene, y son los mismos que arrancaron desde un comienzo. Contra muchos prejuicios sociales, que señalarían a estos jóvenes como, mínimamente, “unos vagos que no pagan alquiler”, el espacio logró la legitimación de los artistas, de los curiosos y, ante todo, del propio barrio. “Ellos son los que, ante todo, nos habilitan y permiten estar aquí”, dicen desde la Kasa Pirata, quienes aseguran que nunca recibieron una denuncia por parte de los vecinos.
“A mí me cabe la recuperación. Es como abolir, de cierta manera, lo absurdo que llega a ser la propiedad privada. Hay mucha gente que no tiene agua, luz, techo, cloacas. Y mucha gente que tiene muchas propiedades abandonadas. Y están siendo las condiciones para que ese lugar tenga un fin social. Cómo hacerse cargo de eso no es llegar a ocupar una casa porque está abandonada no: yo creo que se hace desde una forma seria de trabajo. Creo que nosotros, haciéndonos cargo de transformar este espacio, hemos pagado bastante más que un alquiler, porque también creamos relaciones humanas. Es un trueque verdadero: hacerte cargo de un espacio y abrirlo para toda la gente que quiera entrar, venir, compartir. Yo no estoy aquí porque no puedo pagar un arriendo. Si yo quisiera postular a un proyecto municipal con el que pueda ganar plata lo podría hacer, creo que tengo los conocimientos suficientes para hacerlo. Esto es una elección”, relató Daniel.
“Un Centro Cultural como éste es un desafío, y sostenerlo es súpercomplicado. Aquí hemos llorado, reído, y siempre nos mantuvo unidos la honestidad. Cosas que también, y de alguna manera, el sistema te bloquea. Acá todos nos hacemos cargo de la misma forma. Construimos y trabajamos todo el día. No hay fines de semana, descansamos cuando queremos. Es difícil, claro, porque necesitamos dinero, al menos para comer. Pero la dificultad tiene una ventaja: nosotros podemos compartir la comida con la gente que queremos”, completó.