Cultura

La insinuante vibración de un mundo y sus criaturas a la vera de un arroyo

En “Pueblo Arroyo Bustos”, Eugenio Previgliano describe un pueblo serrano amenazado por una posible inundación. Los actos, fantasías y temores de los lugareños y visitantes devienen en un dispositivo irónico que evade el realismo duro y revela sus caras ocultas tan en primer plano como el paisaje


Despliegue de escenas y concentración de momentos son el contexto de una tensión que subyace al desborde de un río montañoso en un pueblo de provincia serrana. Hay como un impasse que franquea eso que parece inevitable, que sucederá de improviso y que puede agarrar a todos distraídos pese a un personaje que arroja petardos para avisar de tal calamidad.

El curso río abajo que sigue Don José, apuntado como el zonzo del pueblo, atraviesa y gravita sobre las porciones de vida de toda la comunidad, de eso que sus integrantes entienden como existencia, y se articula un fresco que la pinta por entera, exterioriza los pliegues de los lugareños con hábitos y costumbres y los fuerza a develar sus misterios; se bosquejan las relaciones teñidas de diferencias irreconciliables y de secretos inconfesables.

Todo surge en ese itinerario que es a la vez un dispositivo de arqueología literaria que emerge por desplazamiento, el del torrente de agua que está por venir y el de las presencias y acciones de los que pueblan ese universo a la vera de un arroyo.

Con prosa sagaz, potente, marcadamente irónica y de aires barrocos, Eugenio Previgliano construye la extraordinaria atmósfera de Pueblo Arroyo Bustos (editada por el sello Casagrande) su tercera novela luego de La pelea. Transcripción de los manuscritos del Comandante Rossi (Ciudad Gótica, 2006) y La chica (Casagrande, 2019).

Es una nouvelle de ochenta páginas en la que se avanza por una suerte de laberinto donde se sucede un particular orden de cosas, un modo de mirar que evade el realismo puro y duro y revela aspectos sutiles y curiosos, las caras ocultas de los personajes, tan en primer plano como el paisaje.

Los actos, gestos, fantasías y temores –aquello que comen, visten y vinculan– de los protagonistas deviene en un viaje sin tiempo cronológico, de atrás para adelante y viceversa, tallando ese pueblo de locales, turistas, aborígenes, que es, como lo dirá el autor más abajo, “todos los pueblos”.

Previgliano discurre sobre la condición inestable de esos hombres y mujeres valiéndose de algunos módulos de la literatura popular y hasta de figuras de la subcultura mediática –la alusión al célebre asaltante de bancos el Gordo Valor, por caso– y de la tradición de ese espacio –empanadas y alfajores, yuyos curativos incluidos– iluminando el viso fantástico que determina la diversidad de ese mundo y sus criaturas que seguramente perdurará en los lectores con su insinuante vibración, la de la inundación que puede venirse y la de las pasiones y milagros que lo transforman aunque nunca se sepa hasta dónde.

“Yo también estuve ahí”

Este pueblo serrano que aparece con cierta aura mítica junto a esa cohorte de personajes que lo animan, ¿surgió de la pura imaginación o de algún terreno conocido, un pueblo concreto de esa zona?

Previgliano apunta: “Yo pienso en un pueblo genérico, que todo el mundo conozca, creo que hay montón de pueblos que podrían encajar, que son «este pueblo», puedo pensar en un pueblo más que en otro, pero es un pueblo que uno se lo lleva a los confines del mundo; a mí me pasó de encontrar este pueblo en el trayecto que va de Torino hasta Asti (Italia), por ejemplo, y ver varias veces este pueblo, o sea un pueblo de la alegoría de la caverna, un pueblo que uno lleva encima, por eso es tan fácil identificarlo, un pueblo al que uno pertenece y que está lleno de misterios. He investigado y leí sobre un montón de juicios que se hicieron en pueblos como éste, juicios de usucapión, de desalojo, juicios penales como los que aparecen en el libro; lo que pasa es que cuando uno desata el torrente de la imaginación, por más que quiera ajustarse a uno de los pueblos que conoce, todo se encarajina, porque del lugar de donde vienen las palabras no hay mucha regla, no hay mucha ley, no hay afinidad, no hay jerarquía, no hay lealtad incluso a las premisas con las que se arranca; al cabo de tres meses de escribir todos los días uno pierde de vista qué es lo que quería. Pero bueno, una vez que el lector se introdujo y le da crédito puede participar de este jolgorio carnavalesco, de esta cosa caleidoscópica que es el desfile incesante de personajes en medio de una situación que no todos identifican como angustiante, a algunos les parece maravilloso”.

Y agrega: “Esta clase de pueblos también se encuentran en América, me recuerda a (Augusto) Monterroso cuando dice, en Obras completas: «In Arcadia Ego…» o sea «Yo también he estado ahí…», es decir, es un pueblo que va conmigo por todo el mundo, si el lector hace suya esa frase de Monterroso, ya está, ya entró en ese pueblo”

Un “Twin Peaks” serrano

La nouvelle Pueblo Arroyo Bustos empieza y termina con un mismo ritmo, con una fluidez en la que las imágenes se concatenan y llevan a pasear. ¿Supo el autor cuál era el tono y adónde iba cuando comenzó a escribir?

Previgliano lo cuenta así: “La escritura me resultó muy divertida porque la única premisa que tenía no era escribir Vidas imaginarias de Marcel Schwob, sino tirar una punta, sugerir más que pintar, tirar algunos rasgos que fueran identificables, de gente que uno conoce, o declara que puede existir. En esta novela me ayudó mucho mi profesión de agrimensor, porque los agrimensores entendemos bastante de ríos y montañas, y de gente sobre todo, porque a pesar de que se piensa que solo miramos por el teodolito, muy por el contrario la profesión se mete en problemas humanos, pasiones, en verdades inocultables que la gente se empeña en esconder; la profesión me ha dado cierto conocimiento del alma humana, algo conozco de la gente y esa gente que he visto a lo largo de los años me ha servido de inspiración para que en este recorrido topográfico que hace el personaje aguas abajo en el pueblo, aparezcan todos estos personajes en estas circunstancias. Me documenté mucho pero tuve que atarme de pies y manos para no irme a ver algunos de estos pueblos, hacer un trabajo de campo, porque me parece detestable el naturalismo, el realismo, como dice (Juan José) Saer, “…bienaventurados los que están en la realidad pero no confunden sus fronteras…”, tanto más me toca a mí que soy agrimensor porque trabajo con las fronteras, con los límites; hay mucho que viene de ese lugar oscuro donde nacen las palabras, no fue fácil, me llevó algo más de un año trabajando todas las tardes, en leer o escribir, en corregir, en modificar para que no se vean los piolines. El ritmo que tiene la narración apunta justamente a eso, a destacar el vacío existencial que reina por sobre todas las cosas y sobre todo poner de manifiesto la falta de sentido que tienen la mayoría de las cosas que se hacen, la cultura, el trabajo, la economía, en este microuniverso, que, ahora que lo pienso, podría ser Twin Peaks y preguntar ¿Quién mató a Laura Palmer?”

En Pueblo Arroyo Bustos los personajes y los lugares tienen la misma preeminencia, resultan igual de atractivos y vistosos ¿por qué su autor optó por darles la misma entidad?

“Es cierto, no hay mucho protagonismo de ninguno de los personajes, al principio pensé que algunos se iban a perfilar mejor que otros pero mi interés era apuntar más a lo social, hay personajes que yo recuerdo de cuando tenía cuatro años, y otros que me los inventé buscando cosas que no conozco, mi interés era sugerir más que pintar un personaje de cabo a rabo”, explica Previgliano.

Un registro, una voz, una costumbre

Sátira, humor, cierta ironía son componentes esenciales para Pueblo Arroyo Bustos, para su tono, para las parábolas que se cuelan ¿se necesitaban, habían sido ya usados por el autor?

“La ironía se la debo a mi santo padre, que tenía una biblioteca nutrida, donde no faltaba ninguno de los títulos de Enrique Jardiel Poncela, por ejemplo, o de humoristas como Copi, esas eran mis lecturas de niño; acá la ironía está desde el principio, la propia concepción de la obra tiene ese matiz irónico, hay que saber también que hay mucho de autorreferencial, no todo viene de afuera en otros de mis libros también hay cierta ironía, en La tierra perdurable, por ejemplo, y también hay cosas que para mí son muy queribles, encantadoras, muy próximas y que me forjan como persona; hay que saber también que hay mucho de autorreferencial, no todo viene de afuera. Hay párrafos que ya he usado en otra cosa o son un poco la misma idea, no sé hasta dónde llega mi universo lúdico, o de dónde viene o cómo pararlo Cuando me siento a escribir me sorprendo porque es como que se va revelando lo que pasa, cómo es la gente y una serie de cosas que cuando se empieza la obra o cuando se la piensa, no se imaginan. Saer tenía un plan para su obra cuando tenía 30 o 40 años, yo no, yo empecé a escribir por necesidad y no sé adónde voy pero lo que sí me parece es que a esta altura, que hace mucho que escribo y publiqué varios libros, es que tengo un registro, una voz, una costumbre, y supongo que también pasará con mis lectores, si es que esto existe, si hay «mis lectores»”, dice en medio de una risita irónica Previgliano.

La falta de sentido y lo penoso de la existencia

Es inevitable ver en esta nouvelle un microcosmos que es también una representación de las variables de la condición humana que conforman un cuadro totalizador con una amenaza en ciernes, ¿Pueblo Arroyo Bustos puede ser cualquier pueblo o ciudad?

“Respecto de amenazas en la realidad, sí, es un poco distópico pero bueno, es esto que estamos viviendo ahora en 2020. No pretendo hacer una denuncia de cosas como los modos de producción del capitalismo o de la necesidad de preservar el agua, pero en la intención poética que hay detrás de estas cosas está el dolor de la existencia y sobre todo lo de poner en evidencia la falta de sentido de la vida posmoderna porque hasta las cosas plagadas de entusiasmo y pasión carecen de finalidad, de objeto. Esto no deja ningún beneficio económico, los únicos beneficiados son las corporaciones, las máquinas, que no tienen que ver con la gente, todos estos adminículos que nos rodean para lo que más sirven es para jodernos la vida, para tenernos atados, para dejarnos sin trabajo, para hacernos más pobres; no digo esto con un sentido moralizante, yo no sé qué hay que hacer, pero no hago estas cosas porque quiera obtener un beneficio o porque quiera cambiar la historia, en todo caso aspiro a que tenga algún rasgo poético y si sirve para pensar las cosas en forma distinta e influir con un pequeño grano sobre el viento y la marea o el movimiento de los astros, está bien, lo principal es que los lectores puedan entretenerse, pasar un momento grato, eso, ¡muchas veces se está tan solo!, sobre todo este año, que a lo mejor sirve para aliviar esta cosa penosa que es la existencia”, concluye Previgliano.

Título y guías

Acerca de cómo dio con el título del libro y de dónde surgió “Bustos”, Previgliano detalla: “Después de estar un año y pico trabajando y cuando ya tenía cierto corpus y había terminado de recortarlo, que fue una cantidad igual a la que publiqué, me pregunté de qué iba el libro y qué título podría tener y le dije al procesador de palabras que contara la frecuencia de cada palabra. La palabra más frecuente era «pueblo», le seguía «arroyo» y luego «Bustos» y apareció un título maravilloso como ése, no lo puso la aplicación pero me ayudó a encontrarlo, en realidad ya lo había puesto yo. También una de las cosas que consulté fueron guías de pueblos pequeños de Córdoba, más o menos la mitad de las guías telefónicas de esos pueblos tienen un nombre que es Bustos y un 40 por ciento registran un teléfono de alguien llamado Altamirano y esto se repite en todos los pueblos de la sierra”.

Fragmento de Pueblo Arroyo Bustos

El pequeño Javier Mastrogiuseppe, sin embargo, se sobresaltó notablemente al escuchar las explosiones. Acostumbra como estaba a que ir a la curandera era traspasar una puerta metálica, atravesar un patio que tenía en el borde un pequeño alero y muchas puertas, y llegar al final del patio, a la cocina, para subir por una escalera metálica que lo guiaría al altillo. ¿Sería un catre donde el pequeño Javier Mastrogiuseppe estaba acostumbrado a a recostarse para que doña Ángela le tirara el cuerito? El no lo sabe, pero su madre sí sabe y recuerda la vez que llevó a la más grande al médico, y el médico, tan orondo, le hizo una larga receta que incluía un completo aparato para realizar enemas que, en la única farmacia del pueblo, la farmacia Bustos, tenía un precio que ella asoció inmediatamente con todos esos lujos que ella, a causa de su nacimiento en una casa de trabajadores, de su formación breve como maestra normal y por su inserción social que no le permitió más que llegar a donde llegó, dejaba de lado, menos por austeridad cristiana, que la tenía, que por resultar demasiado caro para su peculio” 

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