Cultura

Testimonio insoslayable

La imperiosa misión de mantener viva y presente “La llama de la memoria”

Rodrigo Aloras, realizador y músico rosarino radicado en Suecia, habla de su premiado y conmovedor mediometraje, en el que desanda el periplo de David Galante, un sobreviviente del campo de concentración Auschwitz que recaló en la Argentina


La historia dolorosa, atroz y conmovedora de un Ulises del pasado que es obligado a dejar su tierra se vuelve un eco en un Ulises del presente que, intrigado y cuestionado por esa historia, decide reconstruirla, transitando su mismo camino, buscando los intersticios, los recodos, las explicaciones, las palabras no dichas que se volvieron silencios pero no olvidos. Porque cuánto más gente sepa lo que ocurrió, menos posibilidades habrá de que se vuelva a repetir.

La llama de la memoria, mediometraje de 40 minutos del realizador, artista plástico y músico rosarino Rodrigo Aloras radicado en Suecia, gestado y desarrollado de manera independiente y convertido en un verdadero fenómeno por la cantidad de premios y reconocimientos recibidos en este último tiempo, indaga en una historia que tiene al nazismo como escenario.

El material dirime sobre uno de los “agujeros negros en la historia de la humanidad”, y toma como protagonista el periplo de David Galante, nacido en la Isla de Rodas (Grecia) en 1924 y fallecido en Buenos Aires en julio del año pasado, a los 93 años. Cuando Rodas es ocupada por los Nazis en 1943, el joven David es llevado junto con su familia en el contexto de un éxodo de casi dos mil judíos al campo de concentración de Auschwitz, el mayor centro de exterminio del nazismo. Al finalizar la guerra, Galante se reencontró con su hermano y llegó a la Argentina, donde edificó una vida de familia, teniendo en claro que el destierro era una marca, incluso desde mucho antes, quizás por ser descendiente de los judíos expulsados de España durante la Inquisición.

Imágenes y sonido

Un atronador universo sonoro acompaña una sucesión de imágenes y palabras hilvanadas con inusual ingenio para volver sobre un tema conocido pero desde un lugar desconocido e íntimo, que abreva tanto en el registro tradicional como en recursos que son más propios de la video-instalación.

Del plano general al plano detalle, Aloras invita a un viaje en el que dolor, la tragedia y una cierta redención marcan el camino. Y en unos pocos minutos, el viaje es sólo de ida, una línea de tiempo que remeda en las imágenes que van de la pequeña hendija de la ventana de un tren al universo y al presente, cuando, de antemano, queda claro que el deseo de sobrevivir no tiene límites.

“Soy lamentablemente un hijo de la dictadura militar argentina, nacido en 1976; el gen de la resistencia debe estar latente en mí desde mis primeras bocanadas. Y por otro lado, no existe hoy en el mundo, junto con la catástrofe ecológica y el capitalismo depredador, otra alarma que suene más fuerte que la del surgimiento de los nuevos fascismos. Hoy siento que, más que  elegir la temática, la temática me eligió a mí”, dice el creador, y lo ratifica en una de las primeas imágenes del film donde da cuenta que la ultraderecha está de regreso al tiempo que se dispone a demostrar que lo personal es político, fundiendo pasado con presente desde una cartografía muy íntima que se vuelve valiosamente colectiva.

Un hallazgo

“Me cruzo con la historia de David Galante por azar, una mañana de diciembre, leyendo artículos en la red. Me encontraba haciendo trabajos de pintura en el Museo de Historia Lund (Suecia), ciudad donde vivo, y en un intervalo para desayunar di con una entrevista que impensadamente desembocaría en un film”, dice Aloras a modo de presentación desde su residencia en Europa sobre la historia de David Galante, “un joven judío de Rodas”.

“Se trataba de un sobreviviente del campo de concentración Auschwitz, que contaba con parsimonia sus vivencias y desventuras bajo el régimen nazi, a fines de la Segunda Guerra Mundial. Y si bien es una historia que hemos ya leído y visto por doquier, había un elemento cautivante en el estilo, en el modo que tenía Galante para narrarla”, destalló el creador que para ese entonces, según cuenta, “estaba con todos los sentidos puestos en otro documental que por diferentes motivos se estancaba, entonces la aparición del sobreviviente, radicado en Buenos Aires, al alcance de la conversación, fue reveladora”.

David Galante, en su casa en Buenos Aires, en un pasaje del documental.

 

Así comenzó a transitar un camino que no se detuvo hasta la concreción de un film cuya estructura narrativa abreva en la idea del viaje. “No bien volví a casa, ya con la idea de proponerle un registro audiovisual de su historia, comencé la pesquisa hasta llegar a hablar con Galante por teléfono. Para el final de la conversación, teníamos fecha de encuentro. Yo estaba viajando a Sudamérica en semanas, y días después de pisar suelo argentino estaba en su casa, acomodando las luces, el micrófono y grabando la entrevista. Igual tuve tiempo de sobra para prepararme, particularmente, para leer el libro Un día más de vida, la odisea de David Galante, de Martín Hazán (cuyo testimonio aparece en el film, entre otros), y poder sumergirme por completo en su mundo”.

Periplo y testimonio

“En principio, convenimos en una entrevista donde repasaríamos su recorrido por el campo de concentración. Pero el resultado de ese encuentro, varias horas de testimonio, fue tan sustancioso que inmediatamente me embarqué en la idea de llevar la entrevista a un film. Le comenté mi interés por seguir desarrollando el trabajo y, bendecido siempre con su alegre disposición, fuimos agregando sesiones”, dijo Aloras acerca de ese gran descubrimiento.

“Comencé luego a viajar a los lugares en donde el relato se sucedía, para empezar a dialogar desde la imagen con el testimonio. Desde su Rodas natal, en Grecia, de donde es «raptado» por los nazis, pasando por el campo de exterminio en Polonia, hasta llegar a Buenos Aires. Fue un proceso apasionante pero extendido, que fui subsidiando con mi trabajo de pintor, al cual terminé también incluyendo en el film, aunque pueda pensarse sin conexión posible, porque dialoga en un punto con la búsqueda de David y de la memoria, y quizás sea una de las características que hacen que el documental se haya abierto camino entre otros de la misma temática”, destacó el realizador acerca de un material que parece continuar su propio viaje en el que no ha parado de recibir premios e invitaciones a festivales internacionales.

“A diferencia de lo acostumbrado, fui editando a la par de la producción del documental y no esperando al final como sería razonable. Fui haciendo de la instancia de edición un espacio casi como de escritura, cambiante, y así filmando también en función de lo que se requería”, expresó sobre esa instancia de diálogo que logró plasmar entre el material rodado y el resultado final, donde parecieran aflorar una serie de complicidades que poco tienen de casual.

“Ya entrado en la etapa final conté con la asistencia de Mailén Aloras, experimentada editora y productora, hija de mi primo Guillermo, y con devoluciones fundamentales: (el músico) Gonzalo Aloras, mi hermano, aportó decenas de preguntas e ideas determinantes, y el cineasta Rubén Plataneo, algunas sugerencias que aplicadas resultaron transformadoras”, detalló sobre esos encuentros con la etapa de posproducción donde el conocimiento y la intuición supieron guiarlo para elegir qué quedaba y qué no.

El camino correcto

El director, desde la más absoluta independencia, algo que podía haberse traducido en una frustrante incertidumbre, supo que transitaba por el camino correcto, porque tenía entre manos un relato que a su protagonista le había llevado cincuenta años poder ponerlo en palabras. “Desde temprano fui consciente de tener en mis manos un material soñado para hacer un documental relevante, y estoy feliz de habérselo hecho saber a David y a su familia desde el comienzo. Con un narrador de su clase, elocuente, conmovedor, contando una historia excepcional en primera persona, y disponiendo yo de conocimientos artísticos y narrativos como para emprender el trabajo de una manera eficiente, el resultado no podía ser menos que satisfactorio”, evaluó. “Por otra parte –continuó–, nunca me interesó mucho hacer otra cosa en la vida que no sea una obra de arte o que no tenga que ver con el arte, así que estábamos bien parados”.

Y sobre el registro en solitario, consideró: “Nunca entendí por qué tenía que ser mandatorio contar con un equipo de veinte personas y un montón de equipamiento para hacer una buena película. Respetaba el hecho de que así fuera para óptimos resultados pero viéndolo desde la mera necesidad de contar una historia, lo único que hacía falta, a mi modo de ver, era una cámara, un micrófono y una computadora donde editar el registro. Así es que ingenuamente me lancé en soledad, cumpliendo a su tiempo, muchas veces simultáneamente, con los distintos roles que requiere un rodaje”.

La mirada de los otros

“Las primeras devoluciones fueron ya premios invalorables. Por ejemplo, una carta conmovedora del cineasta iraní Homer Etminani donde por primera vez alguien por fuera del film realzaba virtudes y logros del trabajo, que hasta entonces eran posibles espejismos de artista ensimismado. Luego llegarían los premios oficiales corroborando impresiones positivas de cercarnos y familiares”, analizó en relación con un material del que aflora un nivel de verdad infrecuente en el cine del presente.

Y siguió: “Una decena de festivales ya han dado por ganadora a la película; a mejor cortometraje o largometraje, según los parámetros de cada festival (según la duración); mejor edición, mejor dirección, y mejor diseño sonoro. En cada caso, la emoción y la sorpresa no deja de ser enorme, y por otro lado puedo comprender los motivos para una recepción tan amplia: David Galante, su sensibilidad, su lucha, su testimonio es sin duda el receptor principal de tanto reconocimiento. También la temática, tristemente actual, el resurgimiento de ultraderecha, de las mentalidades fascistas, es en gran parte de Europa y el mundo una realidad ineludible”.

La saga de premios e invitaciones a festivales arrancó con el New York Movie Awards y no se detuvo hasta el presente. “Hay, evidentemente, un reconocimiento a cuestiones técnicas, artísticas. Y la reciente estatuilla a mejor diseño sonoro otorgada en Florencia (Italia) a mi hermano Gonzalo, se trata sencillamente de un acto de justicia. El complejo entretejido musical y de sonido creado con sintetizadores analógicos funciona como un hilo conductor a lo largo de todo el documental, un eje invisible del film, en total sintonía con el espíritu de lo que se narra”, destacó el realizador.

Y profundizó sobre su trabajo específico: “Con los premios a mejor dirección interpreto que se reconoce un poco al «hombre orquesta» en el que tuve que convertirme. Quizás el premio a la mejor edición en Venecia sea del que esté, en lo personal, más orgulloso, por la meticulosidad puesta durante años en esa etapa para darle al film su carácter personal”.

https://www.facebook.com/109839164264816/videos/444842116696507

La resistencia de las minorías

“Posiblemente se abran algunas puertas a partir de estos reconocimientos internacionales, aunque en lo inmediato no veo porqué vaya a cambiar mucho la cosa. Aquel trabajo que comencé antes del film de Galante, sobre el último hablante de una lengua considerada extinta, es el proyecto que tengo nuevamente sobre el escritorio, junto a la máquina de escribir y un diccionario escrito de puño y letra del mismísimo ultimo hablante. Me interesa muchísimo el tema, y sigue de alguna manera en la misma línea temática: la extinción del hombre por el hombre, de la resistencia de las minorías, de los últimos sobrevivientes encargados de mantener viva la memoria. Con la experiencia adquirida con La Llama de la memoria no siento que necesite mucho más de lo que ya tengo para abordar este otro proyecto con responsabilidad”, rememoró.

Acerca del poder del testimonio, y de una forma narrativa que arrecia entre otros lenguajes, el director expresó finalmente: “Se me ocurre que décadas atrás el género documental desembocaba más fácilmente en circuitos no comerciales y en el espacio televisivo, mientas que la ficción acaparaba las principales salas de cine, seguramente por una pauta ejercida desde lo empresarial. Con el crecimiento exponencial de internet puede que esta división haya desaparecido, y el masivo público de salas de cine tenga ahora, desde el sillón de casa, acceso en igual cantidad a otro tipo de experiencias que ofrece el cine documental: un viaje igualmente emotivo y fantástico pero al mundo de lo real, de lo inmediato, de lo vecino. Puede que el documental le deba a estas plataformas y espacios de reproducción un incremento de popularidad. No siento que un género se lleve puesto a otro, sino más bien que el documental ha adquirido gracias a esto una accesibilidad que iguala a la de la ficción, que siempre pudo y debió tener”.

Comentarios