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Crónica

La historia del hombre que sembró ceibos para que sus hijos y el mundo tengan bombos

Hace 14 años que Mario Paz, un luthier de Santiago del Estero, se dio cuenta que si seguían deforestando no habría ni árboles ni instrumentos musicales. Junto a su familia pusieron las primeras semillas de ceibo y quebracho blanco en un terreno de 4 hectáreas para crear una reserva forestal


Ulises Román Rodríguez / elDiarioAR

Santiago del Estero, febrero de 1996. Como no quieren dormir la siesta, los hermanos José, Mariano, Fernando y Víctor Paz se van al fondo del patio con sus bombos y juegan a quién aguanta más tiempo haciendo el ritmo de la chacarera: tutátututá, tutátututá, tutátututá.

Don Mario los escucha desde la cama y piensa: qué voy a hacer con estos changos. Entre el aire caliente del ventilador y el tutátututá de los bombos el luthier se duerme y sueña que camina con un hacha al hombro por un terreno infinito de árboles talados. Se da cuenta de que a esos árboles los cortó él, a lo largo de su vida, para hacer los cientos de bombos que hoy andan sonando por el mundo. La angustia en el pecho es tan fuerte que se despierta con el corazón sobresaltado.

Se levanta de la cama apurado, se lava la cara en un fuentón del lavadero y le pega un grito a sus hijos para que se metan adentro. Cuando los 4 se le acercan, creyendo que van a recibir un reto por no dejarlo dormir, les dice: “vamos a sembrar miles de ceibos y quebrachos para hacer bombos”.

“En ese momento no lo íbamos a contradecir porque veníamos de hacer macanas -recuerda José- pero no lo tomamos en serio porque no lo podíamos imaginar”.

Pasaron 14 años desde aquella siesta hasta que Mario Paz, su esposa Julia y sus hijos pusieron las primeras semillas de ceibo y quebracho blanco en un terreno de 4 hectáreas en Silípica, a 23 kilómetros de la capital, con un cartel que dice: Bienvenidos. Reserva Forestal Mario Paz. Hermanos del Ceibo.

De la esclavitud a la deforestación

La historia oficial relata que, en el siglo XVIII, los conquistadores españoles trajeron esclavos africanos para trabajar como mano de obra de la construcción de lo que hoy es la ciudad de Santiago del Estero, la más antigua de la Argentina.

“Los esclavos eran traídos por lo que se entonces se conocía como el Camino Real. En el viaje los esclavos africanos se iban encontrando con árboles y animales muertos de donde obtenían madera y cuerpo para hacer los primeros tambores, hasta llegar a construir el bombo”, cuenta el fallecido músico Raúl Carnota en el ciclo documental El origen de las especies de Canal Encuentro.

De esa mixtura de españoles, indígenas y africanos nació la chacarera. El músico, investigador y docente de la UNLP, Santiago Romé, sostiene, en el mismo documental, que “la chacarera se fue constituyendo a lo largo del período colonial y que es heredera de diversas tradiciones. Por su estructura rítmica podemos suponer que hereda, en gran medida, algunos desarrollos que probablemente vengan de África, la herencia de los esclavos traídos a lo largo del período colonial”.

La provincia de Santiago del Estero ha adoptado a la chacarera como parte de su identidad y en el día internacional de la danza, miles de santiagueños y santiagueñas levantan polvaderal en un patio de tierra y bailan hasta que se termine el vino. Eso sí, no tiene que faltar una guitarra ni -fundamentalmente- un bombo porque sin bombo no hay chacarera. Aunque sin árboles no habrá bombos.

Desde hace ya varios años que Santiago del Estero se encuentra en emergencia forestal. En su informe anual de deforestación la organización ambientalista Greenpeace consignó que, en 2019, Santiago del Estero fue la provincia argentina más deforestada con 25.513 hectáreas.

Para tomar una mínima dimensión de la destrucción del monte nativo de Santiago del Estero bien vale el ejemplo de la reserva forestal de la familia Paz: en apenas 4 hectáreas han sembrado (con semillas) 360 ceibos y 130 quebrachos blancos. Unos 500 bombos del futuro.

El otoño es la época del año en que la familia Paz realiza el corte de árboles: alrededor de 20, entre ceibos y quebrachos blancos, que permanecerán estacionados de 3 a 6 años. “El momento de cortar el árbol, es un momento muy trabajoso y doloroso a la vez. Hay que elegir la planta, que tiene entre 60 y 80 años, bajar los nidos y medir que el árbol caiga en un lugar donde no lastime”, dice Víctor Paz que tiene su taller de luthería en Buenos Aires.

La reserva, el futuro

Al entrar a la reserva son los perros los que dan la bienvenida. Lo primero que se ve son cientos de árboles: refugio de pájaros y de coyuyos. Al costado, una casa colorida con un mural en el que se destacan: una mujer, una guitarra, un árbol que en su corteza se convierte en manos que acarician un bombo, alimentos de la tierra, otro árbol y un pájaro cantando.

Frente a la casa se erige una escultura de madera en homenaje a Jacinto Piedra, el músico santiagueño, amigo de Mario Paz, murió en 1991 en un siniestro vial. Un poco más allá el infaltable horno de barro para hacer empanadas, una huerta en el costado izquierdo, unas gallinas que picotean las migas que caen y, en el medio del terreno, un estanque que funciona como reservorio de agua de lluvia para el riego y bebedero de las distintas especies de aves que regalan su canto al paisaje.

“Cuando empezamos, en el 2010, nos llamaban ‘los locos del ceibo’. Nos decían siembren alfalfa, algodón, no nos entendían. Como el ceibo no está incluido en la ley de reforestación entramos por la ley de bosques nativos, por eso tenemos 1 hectárea y media de bosque nativo con tuscas, chañares, mistoles, algarrobos ”, cuenta Julia Ortíz de Paz, sostén del proyecto familiar.

A 500 metros de la tranquera está el taller de luthería de la familia Paz. Como todo espacio de creación el galpón emana una energía propia, perfume a madera, olor a cuero de cabra reseco y una música que circula en el aire.

José, que además de luthier es músico y docente, explica que la construcción de un bombo es un largo proceso. “Desde que se corta el árbol, la madera se manipula por fuera y por dentro. A medida que se va secando se labra con el hacha, se cepilla con las garrotas y se lija. Con las gubias se ahueca de manera gruesa, media y fina. En simultáneo trabajamos el quebracho blanco, que es la madera dura que se usa para hacer los aros, sin olvidar el cuero crudo para el parche y el tiento”.

Bombos legüeros, sacha bombos, cajas copleras y vidaleras salidas del taller de Mario Paz han recorrido escenarios de los 5 continentes. Nombres ilustres del folklore como Mercedes Sosa, Alfredo Ávalos, Domingo Cura, Vitillo Ábalos, Polo Román, Sixto Palavecino y artistas internacionales como la mexicana Lila Downs y los chilenos Inti Illimani e Isabel Parra han percutido los parches de un instrumento de la familia de luthiers santiagueña.

A las primeras 4 hectáreas que habían comprado los Paz para la reserva forestal, hay que agregarle otras 8 de un terreno lindante, que adquirieron el año pasado, para sembrar más ceibos, quebrachos y llevar adelante un emprendimiento turístico.

“Estamos construyendo unas cabañas porque la idea es que la gente venga y recorra la única reserva forestal del mundo creada para fabricar instrumentos musicales. Desde aquí salir a caballo o en bicicleta a recorrer la zona, pasar por la mamá Antula, ir a la feria de Upianita, ordeñar una vaca, juntar huevos, respirar aire puro, escuchar el canto de los pájaros, comer empanadas al horno de barro, verduras de la huerta y, por supuesto, cantar y bailar chacarera”, dice José, motivado por el proyecto.

Hace más de 50 años que Mario Paz ejerce el oficio de luthier de bombos. En 2011, un ACV le dejó secuelas motrices que le impiden algunas tareas como usar la gubia o talar pero su cuerpo está activo para sembrar una semilla, remover la tierra con una palita y regar las plantas.

“Quiero devolverle a la Madre Tierra algo de todo lo que nos da. No llegaré a ver estos árboles convertidos en bombos pero será un legado para las futuras generaciones de músicos y mis hijos con mis nietos continuarán con la tradición familiar”, dice Mario Paz que este 3 de mayo cumplirá 75 años. “Aunque estamos a mitad de camino, la Reserva ya es un sueño cumplido”.

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