Sociedad

Entrevista

La historia del falsificador que estuvo en las Juventudes Hitlerianas y se exilió en la Argentina

En su libro "La historia de Kurth falsificador", el ensayista Daniel Schávelzon cuenta cómo Kurth Walheimer se convirtió en un exitoso falsificador a lo largo de cincuenta años, se mantuvo en el anonimato y pasó desapercibido en la sociedad argentina mientras creaba y vendía obras de arte apócrifas


El ensayista y arqueólogo Daniel Schávelzon es el autor del libro "La historia de Kurth falsificador".
Carlos Aletto/Télam
En “La historia de Kurth falsificador”, el ensayista y arqueólogo Daniel Schávelzon flexibiliza un poco los protocolos de su campo de estudio para explorar la vida de un prolífico falsificador de arte y antigüedades en Argentina, quien tuvo éxito en su profesión a lo largo de cincuenta años, manteniéndose en el anonimato y pasando desapercibido en la sociedad mientras creaba y vendía imitaciones convincentes de obras de arte famosas, hasta que el autor del libro consigue entrevistarlo en 2007.

La historia publicada por Planeta y escrita detalladamente por el arqueólogo e historiador Daniel Schávelzon se centra en Kurth Walheimer, quien se convirtió en un exitoso falsificador a lo largo de cincuenta años, manteniéndose en el anonimato y pasando desapercibido en la sociedad mientras creaba y vendía falsificaciones de obras de arte.

Schávelzon es ante todo arqueólogo y su trayectoria abarca desde investigaciones en asentamientos precolombinos en Argentina hasta excavaciones en Ecuador y México. Fundó el Programa de Arqueología Urbana y más tarde el Centro de Arqueología Urbana, convirtiéndolos en referentes en América Latina. Sus excavaciones en lugares históricos y su trabajo contribuyeron al reconocimiento de la arqueología como una disciplina científica en Argentina. A la par, escribió varios ensayos académicos de los que se desmarca su más reciente libro, un texto que si bien está planteado desde las herramientas de la investigación invita a pensar sobre las fronteras entre realidad e invención.

El autor de “Arqueología de un refugio nazi en la Argentina: Teyú Cuaré” realizó una investigación detallada de la vida, la personalidad y las motivaciones del falsario y en su libro destaca la capacidad de Walheimer, quien había militado en las Juventudes Hitlerianas, para crear imitaciones convincentes de obras de arte famosas y su habilidad para mantener un perfil bajo. A pesar de sus actividades ilícitas, el hombre es presentado por Schávelzon como un individuo complejo que vivió una vida de supervivencia y adaptación. A medida que la investigación avanza, en algunos capítulos el investigador nacido en Buenos Aires aborda cuestiones éticas y morales relacionadas con el arte falso y las razones detrás de las acciones del falsificador investigado.

El libro también se detiene con mucha habilidad para entretener al lector en temas más amplios sobre la cultura del arte, la autenticidad y la percepción de la sociedad. Por este motivo, la narración del investigador que ha completado su carrera en el Conicet es casi novelesca, cercana a la investigación del policial, específicamente cuando se detiene en la descripción de Walheimer: su enfoque en el arte falsificado ofrece una perspectiva intrigante sobre la dualidad de su vida y personalidad. La investigación arroja luz sobre la complejidad del mundo del arte y cómo las motivaciones y decisiones de un individuo pueden influir en su camino en la vida.

Schávelzon conoció a Walheimer en un hospital donde internó a un pariente. En ese entonces falsificador le da su nombre (con una “h” al final) y el investigador apenas presta atención a él. Pero varios años después, se lo encuentra nuevamente en un geriátrico donde está internado su pariente. Walheimer se presenta de nuevo y comienza a hablar sobre diversos temas de manera extensa y a menudo incoherente debido a su avanzada edad y problemas de salud mental. En un momento inesperado, confiesa a Schávelzon que él fue parte de las Juventudes Hitlerianas y que se dedicó a falsificar obras de arte y antigüedades. El arqueólogo inicialmente duda de esta afirmación, pero Walheimer insiste en su veracidad.

A partir de un segundo encuentro, el investigador se siente intrigado por la historia de Walheimer y comienza a entrevistarlo para obtener más detalles. El falsificador relata su vida, sus experiencias en la guerra, su trabajo como falsificador de arte y su pasado nazi.

A lo largo de la historia, Schávelzon cuestiona la veracidad de las afirmaciones de Walheimer debido a su avanzada edad y problemas de memoria. Sin embargo, también muestra curiosidad por descubrir más sobre su vida y sus acciones pasadas. Graba y anota las conversaciones a lo largo de meses, intentando interpretar sus palabras y llenar los vacíos en su memoria.

Aunque Walheimer afirma ser un hábil falsificador de arte, no hay evidencia tangible de sus obras. El falsificador quemaba sus archivos y materiales regularmente, lo que dificulta verificar sus afirmaciones. El libro podría pensarse también como una gran falsificación de Scálvelzon, que hace una operación borgeana, y falsifica la vida de un falsificador. Es el lector quien debe reconstruir en las entretenidas 222 páginas del libros la veracidad de lo narrado.

El ensayista y arqueólogo Daniel Schávelzon brindó más detalles sobre su investigación durante una entrevista con Télam

-¿Cómo fueron los primeros contactos y en qué consistieron los tres años de entrevistas con Walheimer?

-Difícil, años de sonsacarle las cosas, no quería hablar, o le costaba hacerlo después de una vida de silencio. O porque hay cosas que no son agradables de contar: la guerra, la muerte de la familia, ser analfabeto, comer de cadáveres, ser violado, dedicarse a falsificar, a alterar cosas de valor para otros, mantener todo oculto hasta para la familia. Supongo que le debía costar mucho abrir la boca.

-¿Se puede pensar que Walheimer es además un falsificador de sus memorias?

-¿Se le puede creer a un falsificador? ¿Puede un ladrón ser honrado? Tuve que asumir que lo que contaba era verdad aunque seguramente no todo, pero una vez muerto no había marcha atrás. Ese era el material que tenía. Y a veces hay historias en el libro que yo mismo las cuento para hacerlas comprensibles, o las termino con datos de investigación que él no tenía o no me dio. Riesgos del escribir: que me crean o no, que le crean a Kurth o no, está en el lector. ¿Soy la última falsificación de Kurth? La pregunta me persigue desde el último día que lo vi lúcido.

-¿Cuánto de artista hay en un falsificador y cuánto de arte en una falsificación? ¿se puede recuperar el aura perdida del original?

-Puede haber mucho, o nada, como puede haber artistas sin capacidad creativa, que se suben a un movimiento y ahí siguen. La pregunta es: ¿si los peritos asumen que una obra es buena, si causa placer o alegría o interés en el que la ve, no es una buena obra de arte? Y eso ha pasado con muchas obras falsas, colgadas en los museos por años, siglos a veces, y otras que ni siquiera lo sabemos. Como decía Kurth “hay quien hace bien su trabajo, y quien lo hace mal”.

-¿Esta historia refuerza de alguna forma la llegada de nazis a la Argentina?

-No de los nazis sino de obras de arte robadas en Europa durante la guerra, pero los traficantes lo eran al margen de la ideología. Kurth confiesa que a diferencia de otros falsificadores él no busca otra cosa que hacer lo que sabe hacer

-¿Qué memorias de falsificadores le parecieron interesantes y cuáles son las diferencias con este personaje?

-Hay muchas memorias de falsificadores en el mundo y la mayoría de ellos no fueron de arte, sino políticos que causaron daños a millones y en sus memorias son santos sacrificados, militares que perdieron pero hicieron ver que ganaron, ladrones que nunca robaron nada. Kurth dice que no hizo eso para engañar al mundo, ni para vengarse de las clases adineradas, ni para estar en el jet-set e ir a fiestas y eventos y comprarse ropa y autos de lujo; lo tomó como un “trabajo honrado”, con dedicación para hacer las cosas bien y no sobresalir; ese fue su éxito. Por eso no falsificaba dinero ni cheques ni escrituras. Tenía su propia moral aunque no nos guste. Creo, y esto es personal, que quería vengarse del mundo que lo había hecho sufrir cuando era chico. Una venganza que duró una vida.

-¿El mercado del arte argentino es limitado?

-Sí, mucho, es oscilante y así no hay mercado floreciente de nada, menos de arte. Otros países de América Latina lo usan para generar dinero, para crear bienestar y sus artistas valen millones, nosotros no, ni siquiera se nos ocurre.

-¿Cuáles son los conocimientos que tienen los especialistas?

-Hoy tienen muchos y buenos, la tecnología ha crecido de manera abrupta; pero también para los falsificadores. Es como la computación: sirve a las empresas que generan nuevos desarrollos y para los hackers que las usan al revés.

-¿Cómo debe estar prevenido un comprador de una obra de arte?

-Llamando a un experto, simplemente. El mundo de Kurth fue el de creer “en la palabra de los caballeros”, ese universo ya no existe; tampoco existía antes pero mucha gente creía que sí, y así les fue. Finalmente no es diferente que creer en las campañas políticas.

-¿Existen nuevos métodos de identificación y a pesar de eso hay falsificadores en la Argentina?

-Sí, por supuesto, pero poco no por la tecnología sino por el muy bajo valor del arte nacional en el mercado internacional. No por los artistas que son magníficos sino por la falta de una política cultural y económica.

Por último, ¿puede pensarse en este libro con una estructura del policial clásico, que comienza con un crimen en la estructura de ir detrás de las huellas como un detective?

-Sí, es posible, pero así ocurrió. Me pasé la vida escribiendo libros de y para el mundo académico, ese es mi trabajo, incluso cuando escribí sobre falsificaciones y tráfico ilegal. Esto fue diferente y conté cómo fue sucediendo, la trama trasluce una secuencia que quise que el lector la viva tal cual. Quizás Kurth me engañó a mí también, seguramente soy su última falsificación.

Comentarios