Ciudad

La historia de dos familias bajo las torres del progreso

Una de ellas se irá en 20 días. La otra resiste la expropiación ya que sostiene que ésa es su casa.

Por: Pablo Moscatello

Barrio Refinería es un nombre que evoca a la historia. Hace un siglo fue escenario de fábricas de azúcar, luego una estación de reparación de locomotoras y vagones. Posteriormente, allí funcionó la primera maltería de la región y se asentaron las terminales cerealeras cooperativas y privadas. En el proceso de transformación de la ciudad, motorizado por la aplicación del plan regulador de 1956 (que establece que la actividad portuaria sólo es válida al sur de Pellegrini) Puerto Norte viró hacia un sector de millonarias inversiones cuando, a fines de los 90, se aprobaron las ordenanzas del Parque Scalabrini Ortiz. En esa normativa se habilitaron los terrenos fiscales transferidos a la órbita municipal para su concesionamiento, bajo la condición de que los privados hicieran la obra pública necesaria como el trazado vial del segundo carril de la avenida de la Costa y un paseo peatonal en Francia y el río. El terreno está entre los silos Davis y la avenida de las Tres Vías.

Lo cierto es que es aquí es donde comienza a gestarse el profundo cambio en la zona.  En este escenario surgieron primero las torres Dolfines Guaraní (las megaconstrucciones de 45 pisos que hoy ya pueden divisarse desde muchos puntos de la ciudad), y en paralelo con Ciudad Ribera y Forum en toda la franja costera entre Oroño y Avellaneda. La puesta en valor de Puerto Norte tiene un indicador muy claro: el metro cuadrado de superficie construida ya se cotiza en 2.300 dólares. Para poder concluir la primera etapa de los trabajos de ensanchamiento de la Avenida de la Costa y el paseo público paralelo a calle Francia, el municipio necesitó  llevar adelante la expropiación de los terrenos de unas diez familias que habitaban sobre la vereda este de dicha arteria “al fondo”. Y ese proceso ya está casi concluido.

En rigor, la situación de los históricos habitantes bien puede dividirse en dos.  Por un lado, hay seis familias que recibieron el dinero indemnizatorio acordado con el municipio, ya han dejado la zona y sus viviendas fueron demolidas. En tanto, las otras siguen allí; tres han firmado su convenio de expropiación y aunque todavía no han terminado de cobrar, están pronto a irse.  Y solamente hay un vecino con quien ni siquiera, según sus palabras,  se comenzó a negociar. El Ciudadano recorrió la zona la semana pasada y dialogó con dos de los habitantes que todavía viven en Malvinas, quienes recordaron su historia, relataron cómo fueron sus vidas a partir de los últimos cambios y también se explayaron sobre lo que les vendrá.

Una vida en el barrio

Si se hace un recorrido por todo barrio Malvinas se encontrará que, en casi todos los casos, la historia de quienes habitan sus calles está ligada desde siempre a la zona.  Y es por esa razón que la ligazón con lo que antiguamente era Refinería es tan fuerte. “Este siempre fue un barrio tranquilo. Mis hijos jugaron siempre en la calle. Tienen sus amigos. Estamos muy bien acá”, sostiene frente  a su casa, de Francia 194 bis, Leandro Vilca, quien habita en ese lugar desde hace 22 años. El hombre dice haber comprado el terreno y que, cuando comenzó a construir fue “a buscar los planos a Agrimensura y le aprobaron el proyecto para arrancar”. “Me pasé la vida construyendo esta casa. La hice con columnas de hormigón como para hacer más pisos.  Y sabiendo que estaba cerca del río. Porque vivir cerca de la ribera fue simpre mi idea”, confiesa.

Vilca vive en su casa con su esposa, tres hijos, la mujer del mayor de ellos  y dos pequeños nietos, unos de dos años y otro que apenas tiene 10 diez días. Todo en una amplia vivienda de tres habitaciones. Leandro dice ser el único de todos los vecinos que todavía no ha comenzado a negociar con el municipio el monto que recibirá en concepto de indemnización por la expropiación de su terreno. Debido a las demoliciones que se llevaron a cabo en los alrededores de su vivienda, su casa que está ubicada prácticamente “debajo” de las megatorres de lujo, no pasa desapercibida. Junto a las otras tres que todavía están en el sector, han quedado aisladas, ciertamente ajenas a un contexto de tanto lujo. La postal que se vislumbra las muestra solas, sin demasiado futuro.

El hombre describe que desde que se derrumbaron los primeros silos la vida de su familia no ha sido fácil en el barrio. “A los vecinos de Malvinas nadie nos avisó nada. Si no vamos a preguntar hace un año y medio qué iba a pasar con nuestros terrenos al municipio hasta el día de hoy ni nos enterábamos de que iban a expropiar”, dice con cierta bronca. “Indigna que las obras avancen y que no avisen nada. Nadie vino a negociar. Uno se siente pisoteado”, agrega al instante Vilca, quien luego relató  que en diciembre del año pasado les retiraron los postes de luz de ese sector de calle Francia y además cortaron todos los  árboles  que estaban frente a su casa. “Aún no sé porqué”, explica resignado.

Mirando hacia delante, Vilca, que vive del puesto de diarios que posee en la zona de Salta y Francia, expresa que “no está dispuesto a irse”. “Siempre quise quedarme acá a vivir. Nosotros pensamos que nos iban a incluir en este proyecto. Nos dejaron totalmente afuera y sin aviso”, manifiesta luego con cierta ingenuidad. Posteriormente  explicó que las distintas inmobiliarias con las que se hizo asesorar le tasaron su propiedad en 100 mil dólares.  “¿Dónde voy a encontrar una vivienda en esta zona por ese precio? Yo ni loco me voy. Sólo el terrenos en esta zona está costando esa plata. Y  no tengo intención de escuchar lo que me van a ofrecer. Si tengo que encadenarme lo voy a hacer”, prometió finalmente.

La historia de otro vecino

Marcos Díaz es otro de los cuatro propietarios que todavía está en su terreno. Su casa, algo más pequeña, linda con el sector trasero de la propiedad de Vilca. A diferencia de éste, Díaz sí ya tiene acordada su partida, que si todo sale como lo previsto será en 20 días. El hombre  nació en el ex Refinería, en el año 1962. “Mi papá compró ese año. Vinimos de Necochea y Centeno. Ahora estoy viviendo con mi vieja, que está jodida de salud”, relata. Marcos tiene toda su familia, que incluye su hermana y a su padre, en Villa Gesell, lugar al que él también había partido para regresar en 2003 para cuidar a su madre.

“Yo acepto irme porque tengo mi vieja enferma. Si yo fuese más joven y viviese acá con mi familia la peleo hasta el final. Me sacan con los pies para adelante”, relata convencido Díaz, quien luego lanza una reflexión contundente: “Yo entiendo que tengan que expropiar. Pero si vos me decís que es para abrir una calle,  para un hospital, es lógico. Acá es alevosa la complicidad que hay para que unos pocos disfruten de la zona”. Posteriormente, el histórico vecino reveló que por la cesión de sus terrenos a varios habitantes les han entregado 700 dólares por cada metro cuadrado.

“Hay que tener en cuenta otras cosas. No sólo es el número. Es la vida de mi vieja, es mi barrio.  Luchamos tanto para que se vayan las cerealeras y cuando las terminamos de sacar nos sacan ellos a nosotros. Es impresionante cómo se da vuelta la vida”, sostuvo finalmente.

Comentarios