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La gran pasión de las “Mujeres que cantan”

Verónica Díaz Benavente anima un espectáculo en el que homenajea a una serie de estrellas como Libertad Lamarque, María Callas y Edith Piaf.

Javier Hernández

A partir del formato unipersonal y la fusión con diversas expresiones artísticas entre las que se destaca el teatro, humor, poesía y música, esta noche, desde las 21.30, en el Teatro La Comedia (Mitre y Ricardone), se presenta el espectáculo Mujeres que Cantan. Con dirección de Liliana Pécora y Julián Caeiro, la obra escrita e interpretada por Verónica Díaz Benavente propone a través de su relato un homenaje a Libertad Lamarque, María Callas y Edith Piaf, tres figuras que, como cuenta la actriz a El Ciudadano, “son mujeres que logran conmover más allá de lo musical”.

Con un repertorio que se concibe sobre tangos, boleros, zarzuelas y arias de ópera, durante la obra y desde diversos personajes, la imponente voz de Benavente interpreta canciones como “Loca”, “Palomita Blanca”, “Madreselvas”, “Vete de mí” y “Dos Gardenias”, entre otras.

Alejada de los lugares comunes, la actriz reconoció a El Ciudadano detestar los estereotipos, porque “detrás de ellos hay una gran fragilidad y algo de cartón pintado que se nota enseguida”.

Con la participación del músico Ricardo Badaracco, Mujeres que cantan tiene como hilo conductor el relato de Beba Baguet, una cantante de tango exiliada y en decadencia, quien luego de una supuesta estadía en París vuelve a Buenos Aires para reencontrarse con su público; y, dice Benavente: “Me permite distanciarme de los otros personajes entrando y saliendo constantemente del humor”.

—¿Por qué te centrás en estas mujeres?, ¿sentís que te influyeron?

—No tanto en mi carrera como cantante lírica, porque eso empezó mucho antes, pero sí influyeron en mi vida como artista y como persona. Son mujeres que logran conmover más allá de lo musical. Hay algo en ellas que tiene un dejo enigmático que hipnotiza y que tiene que ver con la mochila con que se subían al escenario.

—¿Cuál es la mirada que posás sobre cada una?

—Al conocer lo que es cantar lírico, conozco la dificultad que significa ser una cantante de ópera y la fortaleza que tuvo María Callas. Sin embargo en otros aspectos era muy frágil. Una mujer que sobrevivió a la guerra, pero no a un amor que la traicionó y por la que perdió su voz y quedó sin posibilidad de cantar. Mi versión de Edith Piaf es que nunca pudo trascender la calle y cuando ella se subía al escenario sentía que era el único lugar donde se sentía viva. Y Libertad Lamarque porque dentro del tango representa a una saga de mujeres que defendían lo femenino a la hora de cantar tango.

—¿Y qué tuvieron en común para recordarlas en una misma obra?

—A la hora de cantar tenían cierta pasión, cierto decir en sus canciones que trascendió lo musical y donde se percibe otra cosa. Eran artistas completas.

—¿Cómo surge la idea de un espectáculo que incorpore teatro, humor y poesía?

—Son cosas que siempre estuvieron latentes en mí. De chiquita escribía y actuaba, y tengo muy latente eso por herencia familiar. Siento que me costó mucho estar satisfecha con lo que hago. Y no porque lo que hago sea grandioso, sino por encontrar mi propio lenguaje.

—¿Qué te posibilita este lenguaje?

—Siento que hay algo en la ópera que me encorseta, me limita y que no sé si tiene que ver con el género en sí mismo, o con que tal vez yo no pude encontrarle la magia, que sí la encuentro cuando me subo al escenario a decir e interpretar lo que escribí. Esta faceta es muy comprometida y pude animarme después de mucho trabajo, sufrimiento e incomprensión. Ahora siento que lo que estoy haciendo es como mi hijo. Pude encontrar ese lenguaje y decir: “Al que le gusta bien y al que no que busque otra cosa”.

—Una vez interpretaste el “Ave María” sobre una base de cumbias y cuartetos. ¿Buscaste  burlar los estereotipos?

—Me irritan los estereotipos de cualquier índole, porque me parece que detrás de ellos hay una gran fragilidad y algo de cartón pintado que se nota enseguida. De hecho hablo mucho de eso en la obra, aunque de una manera implícita.

—¿Te considerás una artista rebelde?

—Tengo un grave problema que me juega en contra y es ser muy poco diplomática, porque por ejemplo en mi última audición me escucharon cantar y en un momento la sensación era que, cantando como canto, no entendían de dónde había salido. No busco alardear, al contrario, creo que no hice las cosas bien. Realmente mi camino es muy solitario, no tengo un lugar de pertenencia.

—¿Lo sentís como una pérdida?

—Muchas veces me da dolor y a veces asumo que es el costo que tengo que pagar. De vez en cuando siento pena, porque podría tener una vida más tranquila económicamente y sin tantos riesgos.

—¿Y qué ganaste en el rumbo hacia este nuevo horizonte?

—Es invalorable. Subirse a un escenario, escuchar la risa o ver al público conmoverse con lo que interpreto y escribí, no tiene comparación. Dentro de la obra canto ópera y siento que es el momento en que la gente más se conmueve, porque evidentemente hay algo en mí que transita una emoción.

—Das vida a Beba Baguet para conducir la trama. ¿Cómo es ella?

—Es una mina que conserva mucho glamour pero en el fondo tiene eso del estereotipo que te decía antes. El personaje cree que es cada una de las cantantes.

—¿Por qué elegiste a ese personaje y no lo hacés en primera persona?

—Beba me permite distanciarme de los otros personajes, entrando y saliendo constantemente del humor, que es otra cosa maravillosa del género. Lo veo en el público que por momentos se conmueve o ríe, pero cuando termina y están todos llorando entro de nuevo y digo: “Todo lo que pasó es mentira, riámonos de nuevo, porque el teatro es mentira y está bárbaro que así sea”.

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