Ciudad

El otro shopping

La feria de precios bajos que quiere seguir de pie

Una recorrida por la llamada “La Saladita”, montada en la plaza de Salvá al 5900, en barrio Saladillo. Todo se vende: desde un paquete de fideos por 8 pesos hasta zapatillas de imitación por 200.


Los feriantes de la plaza Homero Manzi, en el extremo sur del barrio Saladillo, transitan días de incertidumbre. Son más de mil personas, entre manteros, puesteros y fabricantes que usan el predio de Salvá al 5900 para vender mercadería a precios bajos. Entre las lluvias del mes pasado, que imposibilitaron hacerla los fines de semana, y la reciente intervención del Estado municipal, con planes de mejoramiento urbano, que intentó cerrar la plaza por un mes, el panorama no es el mejor. La mayoría son personas de entre 30 y 60 años, están desempleados y sólo cuentan con la plata que hacen en cada feria. A algunos les alcanza para ser fabricantes pero no para alquilar un local. Dicen que desde diciembre cada vez son más los feriantes y los que llegan a comprar en este circuito paralelo de productos, conocido también como La Saladita. Ya hablan de crisis económica, como la de 2001 que los vio nacer. Insisten que integran un paseo comercial organizado, que son respetuosos de los vecinos y que tienen ganas de que el Estado los acompañe a crecer.

Autoregulado

Los más de mil feriantes de la Manzi arrancan temprano a poner tablones, estirar las mantas y acomodar la mercadería en la plaza. Muchos tienen lugares reservados que se respetan pero no se cobra arancel. En cambio, algunos organizadores juntan unos pesos por puesto o mantero para pagarle a cinco personas clave: tres son encargados de recoger los residuos que los propios feriantes no se llevaron o que dejaron en los tachos cuando termina el día; otros dos organizan el tránsito e impiden que los autos se estacionen en doble fila y así los colectivos puedan pasar. No hay cuidadores de autos, sí de motos. La tarifa es a voluntad.

Calculan que por fin de semana pasan unas 3 mil personas por la feria Manzi. La hora pico es al mediodía. Pese al intento de intervención por parte de la Municipalidad el jueves pasado, no hay ningún móvil de las reparticiones de Control.

En esta feria los clientes buscan precios bajos en indumentaria nueva o usada, alimentos y hasta artículos para mascotas. Ya no hay trueque como años atrás. Los precios varían de entre 20 pesos por un buzo, 8 pesos un paquete de fideos y unos 200 pesos un par de zapatillas deportivas de imitación. Algunos ofrecen boleta.

A diferencia de otras ferias, no hay parlantes. Hace años que se han consensuado reglas. No se permite música a altos volúmenes porque los vecinos descansan. Tampoco el consumo o venta de alcohol. Cada puestero es responsable de su tablón, de la limpieza del espacio y de, sobre todo, cuidarse unos a otros.

“Hacemos fiestas de Fin de Año, no en la plaza sino en un club aparte. Hacemos festejos para el Día del Niño con chocolate para los chicos y hasta celebramos cumpleaños. Hace 16 años que somos respetuosos y cuidamos el lugar. Sin reglas sería un chiquero como otras ferias. Sólo queremos trabajar”, explicó Alicia Ochoa, una feriante, a El Ciudadano. Detrás de ella los juegos de la plaza están repletos de niños y familias. “Nadie ocupa esos lugares”, indicaron los feriantes.

En 2000 la Manzi, como se refieren a la feria, empezó a funcionar dentro del club Roque Sáenz Peña, a metros de la plaza y la vecinal. Se hacían trueques hasta que el administrador subió el precio del espacio por puestero y los feriantes mudaron los tablones y mantas directamente a la plaza. Desde entonces, se ocupan sábado, domingos y feriados nacionales.

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