Observatorio

Compromiso y amor

La Evita que Eva describió

A un siaglo de su nacimiento, a la Abanderada de los humildes también podemos conocerla y recordarla a través de sus propias palabras, que describen inequívocamente su obra y militancia haciendo de la coherencia y la honestidad un rasgo inconfundible de su obra en vida


Por Mujeres de la Fundación Pueblos del Sur (*) / Especial para El Ciudadano

Los 100 años del natalicio de Evita no han pasado desapercibidos para nadie. Ella sigue dando que hablar y presente en la lucha de los argentinos.

Con el deseo de recordarla tal como fue podemos apelar a distintos instrumentos históricos que registraron su paso por este mundo, sus hechos, su impronta y experiencia de vida. También podemos conocerla y recordarla a través de sus palabras, las que en su caso describen inequívocamente su obra y militancia haciendo de la coherencia y la honestidad un rasgo inconfundible de esta “compañera”.

En su compromiso con la construcción de la Patria, Evita le daba a la mujer y la familia un papel fundamental desde varios aspectos. En un mensaje emitido el 15 de junio de 1947 por radio a toda España y Argentina, ella sostenía: “La mujer argentina se afana, en primer lugar, por la estructuración del hogar cristiano como vínculo indisoluble. Porque si a la mujer no se le ha dado el señorío de la fuerza física, se le ha dado el imperio del amor. Y sabemos las mujeres sin necesidad de sutiles raciocinios que sólo en el hogar y en el matrimonio indisoluble puede el amor alcanzar toda su expansión. Sabemos las mujeres que la decadencia del amor, sin duda alguna, es una de las decadencias más grandes que ahora padece el mundo; es resultado inmediato de la paganización de la familia y de la desarticulación del hogar”.

Esto coloca a Evita en una posición muy clara en la lucha por los derechos de las mujeres y de lo que hoy se entiende por “feminismo”. Alejándose de Simone de Beauvoir no se ubicó en la lucha “contra”, sino “junto” a las mujeres y hombres argentinos, afirmando que el participar en los movimientos de recuperación nacional, colaborando con todos sus recursos a la implantación de un mundo más justo, más humano y más pacífico, no le quitaba ni una pizca de su feminidad.

Ella entendió muy bien eso de los nuevos derechos (porque de hecho los consiguió para todos) pero también mantuvo con honor todas las responsabilidades. Por eso, respecto de forjar nuestro propio destino como pueblo, manifestó: “Esa responsabilidad nos alcanza a nosotras, las mujeres argentinas, en la misma proporción que a los hombres. Y casi me atrevería a decir que nos alcanza doblemente, por un lado a través de nuestra condición de ciudadanas, capaces de votar y de ser votadas de acuerdo al nuevo planteamiento político-social que hizo posible la política de reconocimiento de nuestros derechos por el gobierno del general Perón. Por el otro lado, en razón de que somos nosotras, las mujeres, la columna básica del hogar, la garantía de su permanencia y las inspiradoras de su fe. Esa doble faz multiplica por dos nuestra responsabilidad”. (De “La razón de mi vida”).

Evita sostenía que nuestras mujeres, además de participar en la producción, conscientes de sus derechos sociales, deben estar dispuestas a defenderlos contra todos los opresores y contra toda opresión, ahora como ciudadanas también, que han aceptado nuevos deberes pero que han logrado conquistar nuevos derechos, entre ellos el de votar. “Ese derecho será ejercido oportunamente y dará un nuevo contenido, más completo y por lo mismo más perfecto, a nuestra vida institucional. Pero el deber que presupone ha de ser cumplido todos los días sin aguardar el momento electoral. El hogar –santuario y célula máter de la sociedad– es el campo propicio y específico en el que el trabajo de la mujer, en bien de la Patria y de sus hijos, se ejerce cotidianamente y ofrece mayores perspectivas de contribuir a moldear hombres dignos del momento histórico que vivimos los argentinos”. (De “La razón de mi vida”).

Al entender a la mujer como parte fundamental de esa lucha por la libertad del pueblo y por la justicia, Evita entendía aquello que constituía una debilidad del ser humano, cuando dijo que “la fuerza suele tentar a los hombres, lo mismo que el dinero”. Pero –al mismo tiempo– encontró, a pesar de ello, la fortaleza del pueblo, y lo explicó así: “Porque la garantía de la voluntad soberana del pueblo debe estar en el propio pueblo. Sacarla de sus manos es reconocerle una debilidad que no existe, porque los pueblos constituimos por nosotros mismos la fuerza más poderosa que poseen las naciones. Lo único que debemos hacer es adquirir plena conciencia del poder que poseemos y no olvidarnos de que nadie puede hacer nada sin el pueblo, que nadie puede hacer tampoco nada que no quiera el pueblo”. (De “Mi mensaje”).

Y, a colación de ello –sin dejarse atrapar por el esquema liberal y a la vez distanciándose del marxismo–, el trabajo ocupó en su concepción de dignidad del hombre, un lugar central, y ella misma lo explicó citando las palabras de Perón cuando dijo –en alusión a las clases sociales–: “Yo no hago cuestión de clases. Yo no auspicio la lucha de clases, pero el dilema nuestro es muy claro: la oligarquía que nos explotó miles de años en el mundo tratará siempre de vencernos. Con ellos no nos entenderemos nunca, porque lo único que ellos quieren es lo único que nosotros no podremos darle jamás: nuestra libertad”. “Hay en verdad una sola clase: los que trabajan. Es necesario que los pueblos impongan en el mundo entero esta verdad peronista. Los dirigentes sindicales y las mujeres que son pueblo puro no pueden, no deben entregarse jamás a la oligarquía”. (De “Mi Mensaje”).

Lejos del materialismo propio de la modernidad, Evita fue una mujer espiritual. Sin lugar a dudas, su concepción de esa dimensión del ser humano no puede pasar desapercibida, puesto que la lleva al terreno del humanismo cristiano, desde donde –sin pudor– expresó sus convicciones y sus críticas más agudas, por ejemplo, a la Iglesia, a quienes les reprochó: “…Haber abandonado a los pobres, a los humildes, a los descamisados, a los enfermos, y haber preferido en cambio la gloria y los honores de la oligarquía. Les reprocho haber traicionado a Cristo, que tuvo misericordia de las turbas. Les reprocho olvidarse del pueblo y haber hecho todo lo posible por ocultar el nombre y la figura de Cristo tras la cortina de humo con que lo inciensan”.

Ella se definió como “cristiana”, pero afirmó no comprender la religión de Cristo como compatible con la oligarquía y el privilegio. Dijo: “Habrá que empezar por descender al pueblo. Como Cristo, vivir con el pueblo, sufrir con el pueblo, sentir con el pueblo. (…) Muchas veces, para desgracia de la fe, el clero ha servido a los políticos enemigos del pueblo predicando una estúpida resignación… que no sé todavía cómo puede conciliarse con la dignidad humana ni con la sed de Justicia cuya bienaventuranza se canta en el Evangelio…”. (De “Mi mensaje”).

Su espiritualidad permitió distinguir la religión de la “religiosidad” diciendo: “Yo no creo, como Lenin, que la religión sea el opio de los pueblos. La religión debe ser, en cambio, la liberación de los pueblos; porque cuando el hombre se enfrenta con Dios alcanza las alturas de su extraordinaria dignidad. La religión no ha de ser jamás instrumento de opresión para los pueblos. Tiene que ser bandera de rebeldía”. (De “Mi mensaje”). Estaba convencida: “Si no hubiese Dios, si no estuviésemos destinados a Dios, si no existiese religión, el hombre sería un poco de polvo derramado en el abismo de la eternidad”. Fue contundente al afirmar: “Dios existe y por Él somos dignos, y por Él todos somos iguales, y ante Él nadie tiene privilegios sobre nadie. ¡Todos somos iguales! Yo no comprendo entonces por qué, en nombre de la religión y en nombre de Dios, puede predicarse la resignación frente a la injusticia. Ni por qué no puede en cambio reclamarse, en nombre de Dios y en nombre de la religión, esos supremos derechos de todos a la justicia y a la libertad”.

Si Evita sigue viva en el corazón del pueblo es por la veracidad de una militancia basada en el compromiso y el amor. Y si su pensamiento sigue intacto es por la trascendencia de sus valores y la vigencia de su lucha. Con sus propias palabras, Evita sigue activa en la batalla por la liberación de los pueblos de todo aquello que los oprime.

(*) fundacion@pueblosdelsur.org

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