Edición Impresa

La equivocación de Beatriz Sarlo

Buscarle peros y achacar abusos al traslado reciente de Máximo Kirchner desde su Santa Cruz natal a la Capital Federal para ser intervenido de urgencia es, cuanto menos, mezquino.


La presidenta de la Nación tiene el derecho de usar un avión del Estado para trasladar a su hijo enfermo. No deberían caber dudas. Aun cuando no haya norma escrita en nuestro país, la jerarquía de la función pública implica esta facultad que no tendría por qué ser puesta en dudas. Es cierto que en otras naciones el tema está taxativamente regulado por las leyes considerando a la familia de un jefe de Estado como incorporada a las garantías de seguridad, sustento y protección del funcionario electo. No obstante esa laguna, buscarle peros y achacar abusos al traslado reciente de Máximo Kirchner desde su Santa Cruz natal a la Capital Federal para ser intervenido de urgencia es, cuanto menos, mezquino.

Llama la atención que una pensadora notable como Beatriz Sarlo haya dicho que “si (Cristina) es millonaria que alquile un avión para trasladar a su hijo. Sería un gesto republicano que no haga volar esa flota de aviones que es carísimo (sic). No debe haber un uso leguleyo”. En semejante afirmación o hay desconocimiento legal o error de análisis o innecesaria saña opositora.

Cuando un ciudadano cualquiera llega a una función pública de relevancia, especialmente si es presidente, debe saber que abdica de derechos y acciones personales que colisionan con los requerimientos de su nueva actividad y, en compensación, gana ciertos privilegios legales para garantizar el cumplimiento de su mandato. Seamos banales para resultar gráficos. Un presidente de la Nación no puede invocar un compromiso familiar para postergar su obligación de abrir las sesiones ordinarias del Congreso cada 1° de marzo. Tampoco puede pedírsele, si reside en el interior del país, que viaje a esa ceremonia en micro regular sin custodia de seguridad so pretexto de igualdad ante la ley y economía en el gasto. Esa renuncia a cuestiones “ordinarias” de la vida personal o familiar se ve naturalmente compensada con prerrogativas “especiales” que afectan no sólo la actividad funcional sino incluso la vida de su familia.

El presidente, sea la señora Kirchner o cualquiera, ejerce la cúspide del poder que, por definición, no admite recesos o paréntesis. Es de manual de Instrucción Cívica que la función ejecutiva es ininterrumpida a diferencia de lo que sí permiten las inactividades legislativas o las ferias judiciales. Por ello, no hay modo de distracción a la hora de reaccionar frente a una contingencia como la enfermedad de un hijo o de una esposa. ¿Qué pretendían Beatriz Sarlo o los que piensan como ella? ¿Que la presidenta fuera hasta Aeroparque para esperar el siguiente vuelo a Santa Cruz y postergara su responsabilidad natural de madre y de titular del Ejecutivo? Ni el deber de sangre ni el del cargo podían esperar. ¿Alguien imagina lo que se hubiera dicho si ante un cuadro indiscutido de gravedad de atención de la salud de un hijo una madre prefiriera no viajar y mantenerse en su despacho presidencial?

Y esto se expone con la tranquilidad de no ser precisamente un cronista poco crítico de los excesos de personalismos de quien ostenta hoy el poder, con actitudes en el ejercicio del mismo que a veces superan la discrecionalidad y bordean la arbitrariedad. Si se usa un avión presidencial para trasladar diarios al sur o se desvía la ruta del mismo para recoger a una hija que estudia en exterior sí es abusivo. Y se dijo en su hora.

La salud de Máximo

El hijo de la presidenta forma parte de la realidad amada de ella y, como tal, queda comprendido en aquellas obligaciones y prerrogativas “especiales”. En este caso, ser atendido rápidamente sin distracción de las actividades de su madre primera mandataria. ¿Qué principio republicano se vulneró con ese traslado? ¿De dónde se extrae, sino de cierta aversión exacerbada al funcionario de turno, que es de uso leguleyo tal actitud? ¿Ser un pensador opositor es oponerse a cualquier cosa con quien se discrepa?

Otros analistas críticos de este gobierno señalaron que debería tomarse el ejemplo de la pareja presidencial uruguaya, ya mítica en el modo ejemplar y humilde en su concepción del poder. Es admirable ver a Pepe Mujica montado en su viejo automóvil, apenas acompañado por su perra y sin custodia, saliendo de su vieja chacra que ya ha donado para que sea una escuela y yendo de compras a su barrio de la infancia. La propia Lucía Topolansky se encargó de justificar la decisión de recibir a los “sin techo” en el Palacio Presidencial de la Banda Oriental como modo de sentirse cerca de su gente. O para venirnos hacia estas latitudes, fue ejemplar el modo casi en sordina en que los hijos de Raúl Alfonsín transitaron sus vidas entre 1983 y 1989.

Eso es un gesto de humildad encomiable, sin dudas. Y de gran valor simbólico. Pero a un presidente no hay por qué exigirle humildad o desprendimiento como podría haber sido, en este caso, alquilar de su bolsillo un jet privado ante la enfermedad de un hijo. Tal reclamo hay que reservarlo para la valoración moral de alguien querido. Ya se sabe que una república no es un atril de moralidad tendiente a hacer magnánimos a sus integrantes, sino un acuerdo de normas que garanticen la legalidad y la eficiencia para mejorar la calidad de vida de sus habitantes. Sería un exceso de pretensiones de Sarlo y de quienes la apoyan creerse en condiciones de exigirle a la presidenta, o a quien ocupe un cargo público relevante, que sean buenos, generosos y sensibles. Eso se le pide a un amigo. A un presidente se le pide eficiencia y respeto por el Código Penal en sus actos privados. Se le reclama que no abuse de su preponderante lugar para sacar provecho personal en el ejercicio del poder. Y llevar a un hijo enfermo con necesidad de atención urgente en el avión oficial es recordar que quien ostenta la máxima autoridad en el país no puede postergar compromisos oficiales de un segundo para el otro como muchos de nosotros haríamos. No hay que darle muchas vueltas intelectuales. En esta gestión hay mucho para criticar. No es este el caso.

También es cierto que si como gesto individual los inquilinos temporarios del poder lo ejercieran como norma con amabilidad, con gentileza y con humildad, semejante ejemplo, tan poco frecuente en nuestras pampas, podría iniciar un cambio en el respeto nuestro hacia ellos y una ola de imitaciones del resto de los poderosos. Pero eso es materia de cada una de nuestras conciencias. La nuestra y las de ellos.

Comentarios

10