Opinión

Coyuntura excepcional

La epopeya y los fantasmas como dos caras de la misma moneda y la misma cuarentena

El covid-19 puso a circular esperanzas, perspectivas y proyectos de país por las calles y por las redes que parecían confinados al lugar de lo indecible. Su rondar asusta a quienes temen perder sus privilegios ante la "malvinización”, expropiaciones, estatismo, autoritarismo y hasta comunismo


Rafael Zamarguilea **

Como toda coyuntura excepcional –si bien toda coyuntura es excepcional–, la pandemia del Covid-19 ha puesto a circular por las calles (y por las redes), esperanzas, perspectivas de futuro y proyectos de país que hasta hace poco parecían confinados al lugar de lo indecible.

No se trata de propuestas del todo claras ni mucho menos dichas a viva voz, pero su sordo rondar ha sido percibido como un fantasma por quienes viven en un permanente temor a perder sus privilegios.

Las amenazas reales de una economía maltrecha que va al default, y de un virus que tiene en vilo al mundo, transmutan en el cerebro de los poderosos en una confusa argamasa de miedos que parecerían ser del orden de lo onírico: “malvinización”, expropiaciones, estatismo, autoritarismo populista y hasta comunismo.

Desde la otra vereda, comienza a resonar la palabra epopeya, pues, contra todo pronóstico, la “rebelión de los barbijos” del 7M, que conjuró todos estos fantasmas en un movimiento para levantar la cuarentena, fracasó. Sin embargo, sería un error subestimarla, tanto en lo que proyecta como en lo que expresa.

La epopeya y los fantasmas son dos caras –convivientes y enfrentadas– de la misma moneda, o –dicho de otro modo– de la misma cuarentena.

Lógica de los espectros

Comencemos por los fantasmas: ¿Están sinceramente confundidos quienes nos alertan sobre el peligro del comunismo o, más bien, quieren confundirnos?

¿Qué nos quiere decir este abismo abierto entre la realidad y el debate público? ¿Que representan para una sociedad sus fantasmas? ¿Son solo sueños los sueños? ¿Y las pesadillas? ¿Qué lugar tiene lo irracional en la política?

La respuesta no es para nada simple y aproximarnos a ella implica poder pensar desde otras lógicas: la lógica de los espectros.

Los espectros nunca fueron meros cuentos para niños. Al menos desde Shakespeare, su lugar es el de las grandes obras literarias. Hamlet persuadió a Marx a entenderlos como parte esencial del drama político (“la tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos”), y lo inspiró a anunciar las buenas nuevas del comunismo como un espectro que recorría Europa. “¡Sombra terrible de Facundo, voy a evocarte…!” escribió Domingo Faustino Sarmiento por esos mismos años pero desde latitudes más cercanas. Finalmente, Freud y el Psicoanálisis confirmaron todas las sospechas: los fantasmas no solo existen sino que sobre-determinan nuestras acciones, sentimientos y pensamientos (individuales y colectivos). El inconsciente tiene un poder tal que hasta ahora no agota su descubrimiento.

Epopeyas e inconsciente colectivo

Vayamos a la epopeya. Así nombró Alberto Fernández, durante su última conferencia, al esfuerzo de más de 50 días de cuarentena que viene sosteniendo el pueblo argentino.

Reconoció que no es el Estado (el Gobierno, dijo en realidad) quien sostiene el confinamiento a través de sus fuerzas represivas –cuyo racismo, brutalidad y arbitrariedad están lejos de haberse suspendido–, sino la propia población que decidió cuidarse y cuidar al prójimo.

“Gracias, gracias, muchísimas gracias”, dijo Alberto. Palabras que dejan entrever una verdad más preocupante: tampoco es la (in)asistencia estatal la que está detrás del exitoso resultado provisorio –tan diferente del de Brasil, por citar un ejemplo cercano–.

“Los pobres alimentamos a los pobres” se dice en el barrio entre ollas populares y merenderos que brotan espontanea u organizadamente de un tejido social tantas veces matado por el neoliberalismo industricida y tantas veces reanimado por la militancia social, política y popular que nos caracteriza como país y que hace vociferar el odio de los que se creen salvados por su propio mérito.

Unidad, solidaridad, disciplina y conciencia de derechos son cualidades que no todos los pueblos del mundo poseen en la misma proporción; aunque pocos reconozcan este humilde mérito.

El inconsciente colectivo existe pero no es ni eterno ni inmutable. Por el contrario, tiene que ver con la historia, con nuestras “epopeyas”, tanto del pasado como del presente: la Argentina alumbró al concierto de las naciones con una revolución independentista gestada en la resistencia al invasor inglés y proyectada en su fervor jacobino a la emancipación continental.

Ese fervor fue el que varios años más tarde derrotó a las grandes potencias coloniales del siglo XIX –Francia y Reino Unido– en Punta Quebracho (1846), obligándolas a reconocer la soberanía argentina sobre sus ríos y a redireccionar sus expediciones coloniales otros continentes; y noventa y nueve años después, un célebre 17 de octubre, sublevó al subsuelo de la patria para demorar por al menos una década las pretensiones hegemonistas de la superpotencia norteamericana y su inefable embajador sobre territorio platense.

El Cordobazo y sus réplicas por toda la geografía nacional, así como la gesta de Malvinas también expresaron a su modo ese patriotismo popular que jamás llegaron a extinguir nuestras peores infamias (Caseros, Paraguay, el “Desierto”, las Dictaduras); hasta que al nuevo siglo entramos –un 19/20 de diciembre– volcados a la calles para marcarle un límite al hambre, a la entrega y a la corrupción.

Sin coherencia ni transparencias

Esta compleja trama, que malamente puede simplificarse en un párrafo, hace de mar de fondo a las palabras del Presidente. ¿Pero acaso tiene sentido pensar este presente histórico de este modo, en términos de una “epopeya”?

¿Tendrá cierto grado de razón, entonces, la derecha cuando acusa a la cuarentena de poner en jaque su régimen capitalista (es decir, el de la dependencia, el extractivismo y los privilegios de un puñado de monopolios)? Veamos cómo se desarrollaron el debate y los hechos.

La derecha política, mediática y empresarial argentina de estos tiempos, que hoy reclama el fin de la cuarentena y la apertura de la economía, –ese liberalismo rebajado a “individualismo autoritario”, que en nuestro país mueve masas de trolls cargados de odio pero que en países vecinos ya moviliza masas de fanáticos armados y nuevos lumpen-personajes–, paradójicamente, comenzó su periplo pandémico azuzando el pánico social para desbordar al Gobierno.

Sin embargo, a poco andar, viendo con preocupación la amalgama gobierno-pueblo que parecía gestarse como respuesta a la crisis de coronavirus, dio un giro copernicano que la descubre entera: poca coherencia y ninguna transparencia.

El primero de los fantasmas que lanzó desde la prensa fue el de “malvinización” de la cuarentena: demasiada unidad nacional y épica patriótica podía amenazar la democracia y la libertad.

Podría ser el caso si no fuera porque la libertad amenazada era la de despedir empleados y rebajar sueldos, en particular, de parte del monopolio industrial más grande del país: el holding de Paolo Rocca, a quien el Presidente llamo miserable sin nombrarlo.

La ruptura unilateral de los lazos de solidaridad que supone el sostenimiento de un país entero confinado en sus casas fue acompasada y mistificada por un cacerolazo “espontáneo” para que los políticos se bajen el sueldo. Miserables eran “los políticos”, no “los empresarios”.

Su éxito fue notorio: se cambió el eje de debate y los políticos se apresuraron en una carrera de impostura por mostrarse más dispuestos a bajarse el sueldo que sus rivales.

La CGT comenzó a autorizar rebajas salariales a cambio de que las empresas no despidan, aun cuando los despidos estaban prohibidos por un decreto, y el Gobierno comenzó a pagar a las empresas un porcentaje considerable de los sueldos rebajados.

Sin embargo, el problema seguía sin resolverse. La cuarentena tenía que financiarse y, a partir de que se conocieron proyectos legislativos para establecer un impuesto a la riqueza, el establishment terminó por definirse: la cuarentena atenta contra la libertad, la salud viene después de la economía, el confinamiento no es más que una excusa para la deriva populista-autoritaria o incluso comunista; y para colmo el kirchnerismo garantista libera delincuentes de las cárceles en masa para que oficien de patotas al servicio de la expropiación y la implantación de una dictadura totalitaria decidida a embrutecer y empobrecer el país.

Una verdadera pesadilla. Pero un nuevo cacerolazo contra la liberación de presos –ahora sí muy masivo– logró  disuadir el supuesto intento, en teoría.

La esperanza de muchos

El asedio permanente de fake news y maniobras psicológico-políticas explotadoras de odios y resentimientos demostró una eficacia casi perfecta.

Sin embargo, debe reconocerse que 1) las ideas de derecha que circulan en la sociedad no se explican solo por estas maniobras sino que son una tendencia real al interior de la masa que no alcanzó a ser revertida por último el traspié electoral de Cambiemos. 2) la angustia social por la falta de respuestas del Gobierno a las demandas de trabajadores, comerciantes y pequeñas empresas, existe y puede ser canalizada de diferentes modos. 3) –nobleza obliga– no todos los detractores tuvieron el mismo grado de irracionalidad.

Voces menos fanáticas apuntaron a que el Presidente estaba demasiado rodeado de epidemiólogos y le faltaba una visión económica. Para colmo, la renegociación de la deuda externa, única esfera que parece haber quedado al margen del saber médico, fue dejada en manos de académicos “keynesianos” que no saben cómo funciona el mercado.

Había que terminar con la cuarentena ya. Salud, política y economía debían volver a la conducción de los que saben de los mercados o, para decirlo sin eufemismo, a los propios mercados. “¡Es por ahí!”, se envalentonaron, se pasaron.

¿Y qué paso? Llamaron a romper el confinamiento con una rebelión de barbijos celestes y caras blanquísimas que apenas lograron salir a circular en un flyer por las redes sociales.

Pero el problema sigue ahí, asediando, como un espectro. Porque la economía y la salud no pueden mantenerse contrapuestas por mucho tiempo, y porque solo se contraponen cuando la primera está al servicio de unos pocos y cuando la segunda es el privilegio de una minoría.

Por eso empiezan a silbarse –bajito por ahora– propuestas para nacionalizar el 100% de YPF, suspender e investigar la deuda externa, recuperar la industria nacional, democratizar el acceso a la tierra y grabar con impuestos a los monopolios, entre otras.

El pueblo argentino demostró una vez más que es capaz de grandes cosas y que los fantasmas de unos pocos son la esperanza de muchos más. La epopeya existe, pero está lejos de ser una realidad; muy por el contrario, tiene todo por realizar.

Al fin y al cabo, digámoslo bien claro y apelando una vez más a Sarmiento: a los hombres se confina, a las ideas no.

**Docente de Teoría Política III de la Facultad de Ciencia Política y RRII, UNR

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