Ciudad

Opinión

La dura realidad de los femicidios no deja geografía de la Argentina sin impactar

No hay pueblo o ciudad pequeña al margen. Es el último eslabón de una cadena de violencias cotidianas que suceden producto de un sistema patriarcal basado en instituciones cómplices de esa violencia e impunidad y de otros silencios y ocultamientos, dice la autora


Licenciada en Trabajo Social Mercedes Simoncini*
*Colegio de Profesionales de Trabajo Social de Santa Fe 2da Circunscripción

 

El 13 de octubre de 2020 es hallado en San Jorge, a pocos metros de la ciudad y en un camino rural, el cuerpo sin vida de Florencia Gómez una mujer de esa localidad, luchadora y militante en contra de la violencia de género. Florencia tenía 35 años y dos niñas pequeñas .

Jóvenes de localidades vecinas : El Trébol, Carlos Pellegrini, Cañada Rosquín. Sastre , San Vicente, Centeno, San Martín de las Escobas, se hacen presentes junto con la población de San Jorge para acompañar los reclamos.

“Para avivar el fuego , no me hace falta el aire”, dicen los versos de la canción que han elegido para despedirla. Hasta el día de hoy, no hay ninguna pista de quién o quiénes la asesinaron

En las primeras horas del 25 de julio de este mismo año, la población de Berabevú (de no más de 2.200 habitantes) se vio conmocionada por el asesinato de una joven de esa comunidad. Julieta del Pino (de 19 años) había salido de trabajar en su turno de la noche y nunca regresó a la casa donde vivía con su familia. Se desplazaba en bicicleta y le había mandado un mensaje a su madre recordándole que caliente la cena. Su bicicleta nunca apareció.

A medida que pasan las horas, se intensifica la búsqueda, previa radicación de la denuncia, y finalmente se devela el horror: el cuerpo de Julieta se encontraba enterrado en la casa de un morador de la misma localidad, Cristian Romero, de 28 años, que se decía amigo de la familia y había colaborado en la búsqueda de Julieta. Romero figura en la causa como imputado, pero aún no fue condenado. La fiscal solicita la prisión perpetua.

Cuatro jóvenes en la provincia de Jujuy fueron asesinadas en menos de 20 días, entre los últimos de septiembre y los primeros de octubre de este año. Cuerpos encontrados a la vera de rutas, o enterrados en las casas de los propios femicidas.

En Jujuy, el movimiento de mujeres sale a las calles, a pesar de estar en una situación de mucho riesgo de salud, a reclamar justicia por estos femicidios.

Estos crímenes no suceden en un contexto de relaciones vinculares de parejas que comparten la vivienda, no están relacionados a una convivencia forzada por la pandemia. Las causantes son otras, y eso forma también parte de los sentimientos de espanto, de consternación, de lo que parecería no tener explicación.

Para quienes habitan estos pueblos o ciudades pequeñas, lo que les llegaba hasta hace un día, u horas, a través de las pantallas televisivas como tragedias que sufrían otras personas, se les presentan ahora como una realidad inapelable, cercana, interna, a la que se deben enfrentar. A la que no se pueden quedar inmóviles aún sin saber ni entender lo que está sucediendo.

No nos olvidemos 

Desde septiembre de 1990, cuando la madre y el padre de María Soledad Morales enfrentaron la tragedia de reconocer que el cuerpo hallado al costado de la ruta 38, a 7 km de la capital de Catamarca, era el de su hija de 17 años, hasta el 13 de octubre de 2020, con el asesinato de Florencia Gomez Pouillastrou, las luchas por lograr justicia ante estos femicidios han impulsado los familiares, amistades, compañeras de lucha de las mujeres asesinadas.

Con diferentes variantes históricas, siempre han sido las amigas, las familias, vecinas, vecinos, compañeras de lucha, las que han convocado y movilizado en forma inmediata a organizaciones feministas, a organizaciones no gubernamentales, a instituciones del Estado, organismos internacionales, a medios de comunicación, a académicas e individualidades.

Los reclamos de justicia que se enarbolan desde el dolor reflejan no sólo la necesidad de condenar lo aborrecible, sino también de reparar los daños irreversibles que se han causado. Se ponen en evidencia las carencias de respuestas y acciones concretas de parte de los organismos e instituciones que conforman el Estado.

“No se olviden de Julieta”, dice una y otra vez Fabiana Morón, su madre. Lo dijo frente a los medios televisivos, se lo dijo a la fiscal que actúa en la causa y lo repite todos los viernes en las marchas que se realizan en la plaza de la localidad, donde es acompañada por una buena parte de la población y las amigas de su hija.

“No dejaremos de pedir justicia” lo dicen y lo dijeron el padre y la madre de Paulina Lebbos, asesinada en marzo de 2006 en la provincia de Tucumán. Lo expresa también su hija Victoria en una carta que le dirige cuando tenía 11 años, ya que era muy pequeña cuando le arrebataron a su madre y fue cuidada por su abuela y abuelo.

Expresiones similares fueron las de la familia de Chiara Páez, una joven de 16 años que había desaparecido en la localidad santafesina de Rufino en mayo de 2015. Su cuerpo fue encontrado enterrado en la casa del que fuera su pareja, Manuel Mansilla, luego de una intensa búsqueda.

El padre de Micaela García (asesinada en la localidad de Gualeguay, provincia de Entre Ríos, en febrero de 2017) participó de las luchas y continúa pidiendo justicia. En 2018 se aprueba a nivel nacional la ley “Micaela”, que establece la capacitación con perspectiva de género para todas las personas que se desempeñan en la función pública.

Uno de los motivos que originó esta ley fue que el asesino de Micaela había sido sobreseído en una causa anterior por violación. Paradójicamente, en agosto pasado, uno de los que había sido partícipe de este crimen fue liberado.

Aún hoy, y en contradicción con los avances en materia legislativa, existen fiscales y jueces que se niegan a procesar a los asesinatos sexistas y misóginos de las niñas y mujeres como femicidios. En otros casos, se intenta responsabilizar y culpabilizar a las propias víctimas, disminuyendo la responsabilidad de los asesinos que, en algunos casos, han sido liberados o condenados a muy pocos años de prisión. Muchos crímenes continúan sin esclarecer por lo que da cuenta de que los responsables gozan de total impunidad.

Madres, padres, hermanas, tías, enfrentan con firmeza a la burocracia del aparato judicial. Durante meses, a veces años, tienen que ir a ampliar declaraciones, realizar testimonios, aportar nuevas pruebas. Soportan largos interrogatorios de parte de secretarias de las fiscalías, entrevistas con equipos interdisciplinarios. Solicitan permisos laborales, hacen malabares para pagar los viajes y continúan resistiendo, e insistiendo.

El proceso de duelo es muy dificultoso debido a que deben vivir y estar “enteras, fortalecidas”, para lograr obtener una condena judicial acorde a la pérdida irreparable que sufrieron. Estas situaciones se presentan con mayor complejidad y gravedad cuando existen niñas, niños que han perdido a sus madres a causa de estos asesinatos.

En algunos casos, deben intentar sobrevivir a las distintas formas de violencia, amenazas, persecuciones, agresiones e intentos de homicidio para amedrentarlas y hacerles desistir de su búsqueda de justicia, ya que hay responsables de los crímenes que tienen privilegios que defender, prestigios que no deben caer.

En todo ese proceso, se encuentran también con sus propios interrogantes, inquietudes y cuestionamientos de responsabilidades acerca de si hubieran podido evitar esa tragedia.

Estas inquietudes e incertidumbres, la desesperación que deviene de encontrarse con lo inesperado, se profundiza aún más cuando ocurre en poblaciones en donde se ha vivido casi todo el tiempo bajo el imaginario de que tales atrocidades no existen en estos lugares.

Ante esta magnitud de la sensación incerteza permanente, de la sospecha hacia quienes pueden haber participado o tratan de encubrir al responsable, tienen que ir procesando y aceptando que la intranquilidad, el riesgo inminente, el no bienestar, se han instalado en el lugar que sentían como propio,

Seguir construyendo, aún sobre ruinas

Como profesionales del Trabajo Social, intervenimos en los escenarios de la vida cotidiana y en los espacios donde se desarrolla la vida social, por lo que es sumamente necesario contar con herramientas que nos permitan comprender estas situaciones, y realizar nuestras intervenciones teniendo en cuenta los aspectos generales y particulares como parte de una totalidad indivisible, porque así se presentan en la realidad material.

En todo este tiempo, se han ido consolidando y visibilizando las condiciones de opresión y sometimiento de las mujeres, jóvenes, niñas, por el sólo hecho de serlo. Se avanzó en legislaciones y agilidad en la investigación y condena de algunas causas. El movimiento de mujeres ha ido creciendo sustancialmente, en forma cuantitativa y en cuanto a consignas y propuestas.

Las Marchas del Silencio en Catamarca no sólo pusieron en tensión y cuestionamiento a nivel nacional un sistema judicial y político basado en privilegios especiales: muchas personas de la población que se consideraban “respetables ciudadanas y ciudadanos” se enfrentaron a nuevas formas de entendimiento sobre el papel de la mujer, joven, pobre, con proyectos de vida y necesidad de libertad.

A pesar de estos grandes y significativos avances, se hace necesario ir más allá y plantearnos la necesidad de incorporar otras dimensiones de análisis, a fin de que podamos comprender cuales son los obstáculos y en qué medida podemos realizar aportes en los lugares donde desarrollamos nuestras prácticas profesionales que muchas veces se desarrolla en dispositivos judiciales o en forma articulada.

También son planteos que tenemos que instalarlos como debates en las relaciones interpersonales, en el Colectivo de profesionales, en los grupos de Amistades y afectivos.

Último eslabón

El femicidio es el último eslabón de una cadena de violencias cotidianas, que suceden producto de un sistema patriarcal basado no sólo en instituciones cómplices de sostener tanta violencia e impunidad sino también de otros silencios y ocultamientos.

Quizás sea esta parte de nuestra tarea, aportar, acompañar a que se puedan expresar estos miedos, que se puedan develar secretos guardados que producen daños, amenazas y humillaciones cotidianas.
Son estos miedos, estas broncas, las que podrían a contribuir a encender el fuego necesario para transformar en fuerza, la voluntad de lucha.

En este sentido la resistencia se constituye como eje de sobrevivencia y construcción de legitimidad, como modo de visibilización y exigibilidad .

 

Comentarios