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El historiador Chiaramonte analiza la cuestión del federalismo

En su nuevo libro, el prestigioso historiador argentino José Carlos Chiaramonte analiza el concepto de federalismo aplicado a países latinoamericanos y a Estados Unidos y pone en debate la forma en que se aplicó en Argentina.


José Carlos Chiaramonte es uno de los historiadores más prestigiosos de la Argentina y uno de los que cuenta con mayor reconocimiento en los círculos académicos de América Latina, e incluso en otros lugares del mundo, aunque lamentablemente en nuestro país es apenas conocido. Nacido en Arroyo Seco y formado en Rosario (trabajó en la escuela Normal Nº 3), el historiador desmontó varios mitos de nuestro pasado como el de que los caudillos eran unos bárbaros, que estuvieron huérfanos de Constitución hasta 1853 y que la Nación se inició en 1810. Todo lo contrario, hace más de 20 años que Chiaramonte reconstruyó la historia de los líderes políticos y militares argentinos del siglo XIX y encontró que muchos tenían formación o eran profesores universitarios. Al mismo tiempo, el antiguo referente del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani” (dependiente de la Universidad de Buenos Aires y del Conicet), sostuvo que nuestra Nación fue un proceso de construcción que duró años y que heredó constituciones y leyes consuetudinarias españolas que siguieron en vigencia tras la Revolución de Mayo. Además, el estudioso analizó el concepto de federalismo y propuso que lo más apropiado en nuestro caso es hablar de “confederación”, es decir, entidades políticas autónomas que se asocian. En ese sentido, el académico santafesino vuelve ahora con otro enfoque en el que recopila años de trabajos donde compara los federalismos de América, el anglosajón de Estados Unidos y varios de los latinoamericanos. Sin embargo, en esta oportunidad arriesga una explicación del éxito del país del norte en oposición a los del sur, apoyada en los lineamientos que tomaron las distintas constituciones y federaciones de países, que puede llevar a la conformación de nuevos mitos. En este sentido, el historiador pone en debate qué tan federales fueron los federales argentinos.

Debates en los “colleges” 

Compara la historia del federalismo anglosajón con el latinoamericano a partir de las herencias coloniales que originaron, tras las independencias, la redacción de Constituciones, siendo la principal la de Filadelfia, que sirvió de modelo a muchas otras. Chiaramonte toma como elementos de comparación los debates que se produjeron en los “colleges” universitarios que se originaron en las trece colonias inglesas en América del Norte en oposición a la pobreza de producción intelectual de las universidades que desplegó el Imperio español, incluso en la etapa de los Borbones, en la América Hispánica y en la propia Península Ibérica. Un punto clave fue que en el caso anglosajón, las casas de estudio estaban bajo la órbita de distintas vertientes del protestantismo, lo que les daba cierta independencia de pensamiento, mientras que en el caso español existía una única cabeza en la Iglesia católica que ponía coto a un incipiente debate político que se desarrollaba entre los estudiantes universitarios.

Al momento de las independencias y de la construcción de nuevos países, que terminaron tomando la forma de república, esa producción intelectual tuvo peso porque se plasmó en las cartas magnas sobre las que se asentaron los nuevos países. Mientras los norteamericanos pudieron rápidamente conformar un gobierno federal, los países latinoamericanos tardaron años en darle esa forma de gobierno, perdidos en un sinfín de problemas y luchas internas.

Al historiador no se le escapan cuestiones de la historia inglesa en su controvertido siglo XVII cuando se produjo la Revolución Inglesa, le cortaron la cabeza al rey y se puso fin al centralismo monárquico apareciendo la monarquía parlamentaria con la Revolución gloriosa de 1688. A diferencia de Francia, la monarquía de Inglaterra no logró controlar todo el territorio porque tenía un contrapeso en el Parlamento, que era el lugar donde estaban representados los nobles. Eso también permitió un aire de federalismo.

Hasta ahí el análisis es correcto; sin embargo, el historiador descuida algunas cuestiones que tienen que ver con el momento en el que Estados Unidos ya es una potencia emergente. Por ejemplo, una de las guerras más sanguinarias del siglo XIX se libró justamente en Estados Unidos y aniquiló a millones de personas. La Guerra de Secesión se dio, y vale la pena expresar los nombres de los estados en conflicto, entre la Unión (del norte) y los Estados Confederados de América (del sur). Uno de los motivos principales fue justamente el respeto a la autonomía, a la soberanía de los estados del sur, y sus deseos de continuar siendo esclavistas. Sin embargo, y aquí está el elemento que falta para el análisis, la cuestión era económica. El norte pretendía desarrollar industrialmente al país, mientras que el sur buscó mantener las pautas económicas que tenía hasta entonces. ¿Se puede decir que el triunfo del norte catapultó el éxito de Estados Unidos? Es un tema que merece seguir siendo debatido.  umado a esto y, sin caer en la acusación de cipayismo hacia Chiaramonte, es necesario, al momento de mirar con admiración los logros de Estados Unidos, debatir qué grado de democracia permite este federalismo norteamericano. Por ejemplo, Hillary Clinton superó en 1.700.000 votos a Donald Trump pero el sistema electoral norteamericano mediante el cual se vota a electores por estados, que luego terminan eligiendo a un presidente, terminó dándole el triunfo al empresario de los medios de comunicación.

Rosas, ¿campeón de la nacionalidad o de la soberanía?

En una reciente entrevista,  Chiaramonte analiza el papel del gobernador de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas, quien en 1831 impidió la redacción de una Constitución Nacional, postergándola hasta después de su caída, en 1853. Entonces, subraya que existió una confederación de estados soberanos. En la misma nota periodística que desliza una crítica hacia el rosismo al destacar que “impidió” la unidad nacional, Chiaramonte, sin embargo, expresa que es en la operación que realiza Justo José de Urquiza con el Acuerdo de San Nicolás, donde se da la diferencia con Estados Unidos. En ese acuerdo, todas las provincias se someten al mandato de una nación y se forma el federalismo en oposición a la forma confederada que había adoptado la república norteamericana.

Soberanía y después

Sin embargo sería oportuno, más que hablar de nacionalismo –siendo que apenas estaban asomando los brotes de los estados-nación actuales–, analizar el concepto de soberanía.

Cuando el rey Luis XVI se declaró “rey de todos los franceses”, el 3 de septiembre de 1791, está claro que la soberanía, es decir, la capacidad de tomar decisiones políticas ya no es más del rey, del antiguo soberano, sino de todos los habitantes que pasan a ser ciudadanos. Está claro que Dios no puso a esa persona en el trono sino que es obligación de la población tomar las decisiones. Ese derecho reclamaron los patriotas porteños que realizaron la Revolución de Mayo. La posibilidad de manejarse por sí mismos, de establecer su gobierno, su soberanía, ante el rey ausente. Sin embargo, no sólo Buenos Aires reclamó ese derecho sino también todas las provincias. Los proyectos independentistas, en cambio, veían la necesidad de una centralización de esa soberanía. Chiaramonte señala que ése fue el proyecto de Simón Bolívar, por ejemplo.

Federalismo e intereses

Sin embargo, una vez que triunfó el proyecto federal estaba visto que había intereses diversos. Buenos Aires pretendía el federalismo para quedarse como dueño de la Aduana y su caja, lo que le permitía el funcionamiento de su burocracia. Las provincias del interior pretendían defender sus economías regionales, mientras que las del Litoral estaban interesadas en sacar sus mercancías al exterior. En esa disparidad, tanto franceses como ingleses pretendieron sacar partido y gestar la República de la Mesopotamia, es decir un nuevo país formado por las provincias centrales. En ese punto es que intervino Rosas, al impedir el paso de la poderosa flota anglo-francesa en la Batalla de la Vuelta de Obligado. En ese caso, cabría preguntarse si Rosas se volvió el campeón de la soberanía con una acción de puro cuño independentista.

Chiaramonte: un perfil

José Carlos Chiaramonte fue docente universitario en la ciudad de Paraná en la década del 60 y allí hizo amistades entre las que se encontraban poetas y escritores residentes en las ciudades de Paraná y Santa Fe: Juan L. Ortiz, Juan José Saer y Hugo Gola, y de artistas plásticos rosarinos, entre quienes se encontraba Leónidas Gambartes y otros. Tras el golpe militar de 1966, dirigió un grupo de docentes excluidos de la universidad, en la investigación sobre la sociedad rioplatense en el período 1750-1850, en base a documentos hallados en Corrientes. En 1975 se exilió en México trabajando en el Departamento de Historia del Instituto Nacional de Antropología e Historia. Regresó a la Argentina luego del terremoto de septiembre de 1985. Una vez en el país, fue profesor honorario de la Universidad de Buenos Aires, Argentina, e Investigador Emérito del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas con sede en el Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”.

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