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Ciencia y Tecnología

“La ciencia jurídica debe abordar un código de la salud”

El especialista Elvio Galati habla de la situación de la investigación científica en el país y el rol del Estado.


La ciencia tiene un compromiso tanto hacia su propio interior como hacia la sociedad: generar conocimiento nuevo y no precisamente algo tangible como un objeto. El científico, en su trabajo, va originando preguntas. Para el investigador científico, su tarea es un desafío a la creatividad. Además, el tiempo de la ciencia es diferente al tiempo del mercado. El trabajador de la ciencia se plantea interrogantes y sale en busca de las respuestas, las que serán hipótesis que bien encauzadas probablemente puedan llegar a convertirse en un conocimiento que pase a engrosar el capital científico; esa idea original puede generar un método novedoso o incorporarse como un instrumento útil para el conjunto de la sociedad. El conocimiento incorporado por ese científico muchas veces no es aplicable en lo inmediato, pero sabemos que ese esfuerzo sirvió de alguna manera para la formación del investigador y sus discípulos, quienes van a dar a conocer este nuevo conocimiento que engrosará el caudal de trabajos que va surgiendo en el mundo y que será parte del avance científico.

“Los resultados del conocimiento científico son muchos”, afirma Elvio Galati, quien es egresado de abogacía en la UNR donde, además, completó su doctorado y con un post doctorado en ciencias jurídicas en la UBA. E intenta enumerarlos: “En primer lugar, el científico se plantea un problema; a su vez, el mismo científico y quienes lo rodean se abren al interrogante filosófico para reflexionar sobre la manera que lleva el proceso de investigación, buscando cómo mejorar el modo de alcanzar el conocimiento científico. Se trata de un proceso largo y de recorrido sinuoso, por lo que otros científicos, en cualquier parte del mundo, al tomar conocimiento de esa porción del saber, buscarán encontrarse con las respuestas”.

—¿Cómo ve el desarrollo de la ciencia en nuestro país?

—Conicet es la mano del Estado en el campo de las ciencias. Creo que el Conicet, es decir, la incumbencia del Estado con la ciencia, debe existir porque a veces hay situaciones que tienen que ver con el mercado. Sabemos que en el mercado se persiguen intereses sectoriales. Creo que los avances científicos necesitan del apoyo del Estado porque a veces no se capta la utilidad de la ciencia, ya que un conocimiento nuevo puede no tener una aplicación inmediata pero puede ser un eslabón para futuros conocimientos. Llegar a un nuevo conocimiento original puede significar que alguien, en alguna parte del mundo, pueda continuar con sus investigaciones y contribuir en el futuro a un hallazgo que resuelva problemas hasta hoy irresueltos. Por eso juzgamos necesario que sea el Estado el que establezca pautas mínimas para que se pueda trabajar en la investigación científica y ofrecer un espacio en donde se diseñen, produzcan y se fiscalicen políticas científicas. La carrera del investigador científico debe estar creada, fomentada, alimentada, controlada, por el Estado.

—¿Qué puede decir sobre si la investigación científica tiene que ser siempre ciencia aplicada?

—Es un tema controvertido; es la antinomia entre ciencia básica y ciencia aplicada. Uno de los creadores del Conicet fue el premio Nobel Bernardo Houssay, que hacía investigación científica básica. Es curiosidad pura lo que le da libertad al científico para ir avanzando, a la vez que renueva su compromiso social. Pero detrás está el político que le exige resultados. Es allí cuando comienzan a apurarse los tiempos y en ciencia no es lo mismo que en la economía y la política.

Hoy en Argentina

—¿Cómo ve usted el desarrollo de la investigación científica en nuestro país?

—El doctor Lino Barañao, cuando fue ministro del gabinete de la doctora Cristina Fernández, sostenía que los organismos científicos argentinos no estaban preparados para absorber la demanda de las personas con vocación científica. Y allí nos vemos obligados a ver que a la ciencia la hacen los científicos. Tengo la impresión de que si nosotros no fomentamos las vocaciones rodeándolas de todo lo necesario como para que se puedan desarrollar puede haber consecuencias negativas a largo plazo. En cuanto al Conicet –y hay que decirlo–, es un organismo político, y al igual que las universidades mismas, cursa con desaciertos y arbitrariedades. Es aquí, me parece, que las autoridades deberían poner la atención. La ciencia no debería quedar expuesta al tironeo de la política partidaria, para lo cual deberían existir políticas de Estado para las ciencias.

—A esto hay que agregar cierta precariedad laboral de becarios y estudiantes de doctorado que intentan ingresar al escalafón de la investigación científica y que carecen, incluso, de las coberturas de las leyes sociales laborales…

—Y trabajan presionados al carecer de estabilidad. Esto es lo peor y lo que puede, incluso, condicionar a una persona que por este estado de precariedad va a intentar agradar al sistema y a sus superiores para permanecer en el sistema. Acá es cuando la ciencia se corrompe. Éste, creo, es uno de los tantos mitos de la ciencia; si nos situamos mirando a la actividad del científico vemos que el mismo hace ciencia cuando hace una u otra. Y en la medida en que ese científico que usa el método científico está haciendo ciencia, mientras sigue vinculado a la sociedad de la que forma parte y no puede permanecer aislado del contexto político.

—Por otro lado, está la necesidad de comunicar la ciencia. Y el periodismo tiene sus apetencias y se mete en el campo de la ciencia…

—Una herramienta indispensable, ya que existe una brecha entre la ciencia y lo que de ella puede extraer la gente, que es el conocer el resultado de la ciencia por parte de la población, que al pagar sus impuestos sostiene a la actividad científica. En algún momento se habló y se trabajó para democratizar los medios, es de esperar que llegue el momento de democratizar la ciencia y el ejercicio de la política.

—Su tema es el derecho de la salud, ¿cuál es la diferencia entre derecho a la salud o derecho de la salud?

—Yo creo que el derecho de la salud es la rama científica del derecho apuntada a la salud, y tenemos que diferenciarlo del derecho a la salud, derecho de cada ciudadano por su sola calidad de tal. Además, el científico y quienes trabajamos en este campo necesitamos de una disciplina que nos dé herramientas, que nos proporcione marcos teóricos, que nos enfrente con problemas a resolver; todo lo cual es lo que forma el núcleo del derecho de la salud.

—¿Cómo deberíamos enmarcarlo?

—Es una rama del derecho, el derecho de la salud; como que hay un derecho penal, un derecho civil.

—En la reforma del Código Civil y el Código de Comercio, del año pasado, ¿cómo se enmarca allí el derecho de la salud?

—Creo que la ciencia jurídica ya está lo suficientemente madura como para abordar un código de la salud; ya que la salud no se puede poner a la altura de una mercancía; sino que involucra al bienestar de la persona y la defensa del paciente; temas, éstos, que ameritarían que hubiera una rama jurídica especial que los contemple.

—Está usted refiriéndose a la dignidad de la vida y la dignidad ante la muerte…

—Y no solamente por una disquisición teórica, sino que debemos prepararnos para contar, por ejemplo, con jueces preparados para dilucidar sobre estos temas que incumben a la dignidad del hombre y la mujer. Creo que la salud se merece que el derecho ponga una mirada específica y se abra a un derecho de la salud.

—Usted sostiene esa contradicción flagrante entre una legislación que por necesidad tiende a la permanencia y los hechos sociales que se van renovando constantemente y que traen nuevas figuras sociales que interpelan a aquellos…

—Es una de las grandes desventajas del derecho, y sobre todo si se lo ve únicamente desde el punto de vista normativo; pero hay teorías que, además de las normas, incluyen las conductas y los valores. Por esto, justamente, es importante repensar el papel del juez; y en esto la reforma al código le ha otorgado al juez más espacio y protagonismo.

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