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“La ciencia es, sobre todo, una construcción colectiva”

Por Antonio Capriotti


cienciadentro

Néstor Carrillo acaba de ser distinguido, junto a cuatro colegas suyos de la Facultad de Ciencias Bioquímicas y Farmacia de la UNR, con el premio Konex a la Ciencia y el Konex Platinum. En estos últimos años Carrillo viene trabajando en un proyecto sobre el modo de incrementar la resistencia al estrés ambiental de las plantas, sobre todo de aquellas que tienen interés agronómico. “La idea es generar cultivos que sean tolerantes a situaciones ambientales adversas y, además de mejorar los rendimientos de los cultivos, volver aptas para la agricultura regiones hasta hoy marginadas. Existen muchos grupos trabajando en el mundo y en el país. Sabemos que estos trabajos tienen un impacto potencial; de hecho, estos descubrimientos están patentados ya que la idea es convertirlos en un producto, para lo cual hay que resolver situaciones de otros factores en juego; o sea, si va a ser rentable, si puede competir con éxito con otras alternativas existentes. Todavía estamos en etapa de prueba. Sabemos que es una tecnología atractiva y puede producir cambios significativos”, resume Carrillo.

—Ya cuentan con lo más importante: la idea, que en el laboratorio ha demostrado ser efectiva…

—Sí, y ya se está probando su funcionamiento a campo, que es lo que cuenta. A nivel de laboratorio todo anduvo bien. Ahora la pregunta es: ¿vale la pena hacer la enorme inversión necesaria para que llegue a ser un producto en el mercado? Nosotros esperamos que sí, sabiendo que quedan unos años de experimentación y evaluación de la relación costo-beneficio.

—¿Y de ahora en adelante?

—Nosotros seguimos trabajando en otras líneas. Premiaron cosas que hicimos. Ya está. Ahora a seguir trabajando…

Carrillo nació en Villa Gobernador Gálvez, donde aclara con orgullo que sigue viviendo. “Es que uno nunca se va del lugar que quiere. Dicen que la patria es donde duerme la gente que uno quiere”, agrega.

Carrillo comparte la idea según la cual la socialización de las personas y la construcción de un país se van dando en el aula de la escuela.

—¿Qué recuerdos le quedan de aquellas aulas de escuela primaria?

—La escuela hoy se llama Teodelina. Por aquellos años llevaba otro nombre. Está en Villa Gobernador Gálvez. Era una de las dos o tres escuelas que había por esos años. Era la que estaba más cerca de mi casa.

—¿Qué clase de alumnos era?

—Terrible. Yo quería jugar a la pelota. Recuerdo que mi tía me llevaba literalmente arrastrando al colegio. Después me di cuenta de que eso no me llevaba a ninguna parte y me entregué… Hice la secundaria, también en Villa Gobernador Gálvez, y cuando llegó la hora de la Universidad entré a Ingeniería.

Hijo y nieto de obreros, para quienes el ideal para sus hijos era verlos ingenieros, influyeron en esa primera decisión. “Si bien ellos no tuvieron la oportunidad de acceder a estudios universitarios –rememora Carrillo–, como gente inquieta hurgaban en algunas lecturas y tenían la idea de que la educación era la solución de todos los problemas. No tuvieron duda, y si se podía sostener económicamente había que ir a la universidad. Naturalmente, dentro del ámbito social en que nos desenvolvíamos el profesional por excelencia era el ingeniero; porque para un trabajador el ingeniero es el que de alguna manera rige su mundo y el de su trabajo. El ingeniero es el que organiza la planta y el trabajo, el que resuelve el problema”.

Carrillo ingresó a la UTN, donde después de dos años se dio cuenta de que su trabajo estaba en el laboratorio. De todos modos esos primeros años en la facultad le dejaron recuerdos imborrables. Pudo descubrir un mundo nuevo, el de la ciencia. “Fue un período de actividades interminables junto a un estado de exaltación que bien quisiera sentirlo de nuevo”, rememora.

—¿En qué año fue?

—En 1974.

—También había mucha excitación y exaltación “afuera”…

—Sí. Fue una época extremadamente lírica y de mucha violencia. Había convicciones e interés por cambiar las cosas, además contábamos con la seguridad de que las cosas iban a cambiar.

—¿Y después?

—Después de esos dos años me pasé a la Facultad de Bioquímica, la que rápidamente se transformó en mi casa. Encontré a mi familia. Es la comunidad a la que pertenezco y a la que quiero pertenecer.

Una vez allí y siendo estudiante todavía, le ofrecieron un trabajo en un instituto, el Centro de Estudios Fotosintéticos y Bioquímicos (Cefobi). Le ofrecieron una beca con la que hizo su tesis guiado por Rubén H. Vallejos. Una vez concluida la misma, fue a hacer un posdoctorado a otros laboratorios y con otro tema de investigación, para aprender cosas y técnicas nuevas. “Estuve dos años en Alemania y dos años en Estados Unidos”, aclara Carrillo, y recuerda que al regresar, la Facultad le ofreció concursar para el cargo de profesor asociado.

—¿En qué año ocurrió eso?

—En los finales de los 80. Época dura. Se había derrumbado el Plan Austral. Más allá de lo económico fue una buena época: había retornado al país, luego de los años de dictadura, gente valiosísima como (Manuel) Sadovsky, quien con Sara Rietti desde la Secretaría de Ciencia y Técnica repatriaron a muchos científicos que estaban en el extranjero. Crearon un ambiente diferente pese a que no había un peso. Benedetti decía que ‘había que aprovechar el sol y también los eclipses’. Si hay algo que aprendí de (Rubén H.) Vallejos es que no hay excusas para no trabajar. Si no trabajamos, las cosas se van a poner peor.

—¿Y a partir de allí?

—Ya estamos a mediados de los 90, y con muchas personas que habíamos venido de diferentes lugares tomamos la iniciativa de reunir a algunos grupos que ya estaban trabajando en la investigación para hacer una especie de consorcio que llamamos Programa Multidisciplinario de Biología. Compartíamos los escasos recursos que disponíamos y funcionábamos dentro de estructura solidaria, en pleno menemismo. Allí el Conicet nos dio una solución intermedia. No nos daba dinero pero nos reconocía que fuéramos un programa. A fines de los 90, el Conicet juzgó que habíamos funcionado bien, y con el apoyo de la Facultad de Bioquímica y de la UNR nos constituimos como Instituto: había nacido el Instituto de Biología Molecular y Celular de Rosario. Hoy, el IBR alberga a algo más de 40 grupos de investigación. En ese sentido el Instituto ha sido muy exitoso en cuanto al reclutamiento.

—Y con muchos trabajos que han sido reconocidos dentro y fuera del país…

—Sí, el IBR ha generado un ámbito atractivo para otros investigadores. De hecho, el actual director, el doctor Alejandro Vila, viene del ámbito de la química.

—Justamente, junto a él y a Teodoro Kaufman, Alejandro Olivieri y Ernesto Mata, todos docentes de la Facultad de Bioquímica y Farmacia de la UNR, ganaron el premio Konex a la ciencia en sus diferentes rubros…

—Kaufman y yo somos egresados de la Facultad, Alejandro Vila, Alejandro Olivieri y Ernesto Mata convergieron de otros lugares. Aunque acá, en Rosario, no le preguntamos a la gente de dónde viene, sino a dónde podemos ir juntos. Tampoco Diego de Mendoza, el primer director del IBR, es egresado de nuestra facultad, sino que vino de Tucumán. Una de las cosas que tienen tanto la ciudad como nuestra Universidad Nacional de Rosario es que la gente que viene se siente a gusto. Existe una aceptación natural. Esto agrega valor a la vez que enriquece nuestras experiencias.

—¿Qué puede visualizar en ese arco formado por aquel chico que era llevado a la rastra a la escuela y este profesional premiado por su trayectoria como investigador?

—Un viaje. Dicen que el viaje es más atractivo que el destino. Tal vez así sea. Lo cierto es que, para mí, el viaje ha sido maravilloso, sobre todo por la gente que he conocido. Gente que nos ha hecho mejor persona. La comunidad de la UNR es la gente con la que he compartido una porción importante de mi vida. Es el lugar donde me siento a gusto y donde espero terminar mi trabajo y mi carrera. Esta distinción del Konex a tanta gente de nuestro medio universitario y de nuestra facultad me hace sentir orgulloso por pertenecer a este medio. Hay gente con la que he vivido 25 años, con la que nos encontramos casi a diario y con la que siempre tenemos cosas que contarnos. Siempre nos hemos ayudado y siempre he aprendido de ellas.

—Todo se hace “Con una pequeña ayuda de nuestros amigos”. ¿También en la ciencia?

—Sobre todo en la ciencia, que es una construcción colectiva, y una fuente de enriquecimiento personal a través de otras personas.

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