Sociedad

Ecos de la dictadura

La chica de las sandalias blancas

Apelamos a que este hecho se conozca y que alguien pueda dar alguna referencia de los dos muchachos y la chica de las sandalias blancas, cuyos sueños quisieron enterrar en el monte y en el olvido, pero que no contaban con que enterraban semilla de nuevos sueños


Por Hugo Kofman*

Recuerdos, indicios, testimonios, tarea colectiva. Cuestiones que pueden recuperar quizás un pequeño fragmento de Memoria de lo que ocurrió con compañeras y compañeros, cuyas historias se empeñaron en borrar los genocidas luego de haberlos asesinado. Operaron en toda nuestra geografía, pero también cerca de nuestros lugares de vida. Quizás ¿por que no? alguien que lea estas líneas podría ser la persona indicada para encontrar la otra punta del ovillo. Quien pudo haber visto, poco antes que la secuestraran, a esa jóven, que tenía polleras cortas y esas sandalias blancas, chatitas, que se sujetaban en la pierna con unas tiritas cruzadas varias veces, anudadas cerca de la rodilla. Eran elegantes, muy “sexi” como se decía en esa época.

Al testimonio lo escuché tres veces. Eduardo nos lo contó a mi y a Hugo, mi tocayo, la primera vez que lo fuimos a visitar en la zona rural de María Luisa en 2021. Otra vez cuando brindó su declaración formal ante un Fiscal en el patio de su casa a la sombra de un árbol. Y también cuando en 2023 fuimos a filmar su relato con el compañero Marcelo Allende. Entre una y otra ocasión noté algunas diferencias: el color de la ropa de la pollera y de la blusa de la compañera, y el hecho que habiéndolos visto desde atrás, con otros dos compañeros, una vez dijo que uno de los muchachos era de tez algo morena, lo cual luego no lo repitió ante el Fiscal. Quizás por no tener seguridad. Pero también porque luego de casi 45 años, los recuerdos pueden perder nitidez o mezclarse con otros. Pero no por eso dejan de ser verídicos en lo central de los hechos, o en los aspectos que a uno pudieran producirle mayor impacto. Por ejemplo que en el testimonio ante el Fiscal, Eduardo dijera que los prisioneros “tenían buena pilcha”, cuestión que podría haber llamado la atención a un peón de campo, al ver la ropa de jóvenes de clase media de ciudad. Otros aspectos del relato se repitieron con total coincidencia.

La posibilidad de obtener ese testimonio nos fue aportada por Hernán Sánchez, de Laguna Paiva, un tenaz trabajador de la búsqueda de restos de desaparecidos desde 2010. Él recordaba que dos o tres amigos habían ido a pescar con Eduardo, y que en esa ocasión les contó que había visto a una chica atada a un alambrado cerca del casco de estancia en el campo militar San Pedro, a la que luego mataron y enterraron en el campo. El ocasional testigo había ido a ese predio a llevar animales a pastaje. Así fue que por indicación de Hernán fui a hablar con Hugo, el cuñado de Eduardo. Quedamos en que él le hablaba y le proponía una futura visita que la haría conmigo. Todo eso llevó tiempo, varias llamadas telefónicas, hasta que me confirmó día y hora en que iríamos al establecimiento rural donde trabajaba Eduardo. Había aceptado tener una entrevista con una persona que tenía a su hermano desaparecido, lo cual era ya un importante avance.

Ya en su casa, nos saludamos y al comienzo Eduardo fue diciendo algunas cosas que sabía, pero con mucha reserva. Noté que era una persona de carácter, delgado y de buen estado físico. A sus 74 años andaba a caballo cuidando los animales. En ese interín, llegó otra persona a buscar leña en una camioneta, y Eduardo nos pidió que lo esperáramos porque lo iba a acompañar al monte a cargarla. A la vuelta se mostró más distendido. Antes había prendido el fuego, de modo que puso a asar la carne y chorizos que habíamos llevado con Hugo, a lo que él agregó una parte que tenía preparada en la heladera. Hablando al principio de temas generales del campo, que algo conozco de mi infancia y adolecencia en Entre Ríos, comenzó a desgranar la historia que en el fondo desde hace años quería que trascendiera de su esfera personal. Dijo que hacía mucho no hablaba del tema, porque lo habían tomado por loco, en particular antes del hallazgo de la fosa con los cuerpos en 2010.

Arriaba siempre “vaquitas ajenas”, y como era frecuente en el campo tenía un gran respeto por su patrón de esa época, Pacheco Ordinas. A diferencia de los sojeros actuales, vivía en el campo y participaba personalmente en todas las tareas ganaderas. Se destacaba en los festivales de doma. Las tropillas de ganado vacuno eran desplazadas caminando decenas de kilómetros, guiadas por jinetes y perros, no como ahora en camiones. Luego en el campo San Pedro había que ubicarlas en uno de los potreros, y asegurarse que tuvieran agua. Los trabajadores rurales que trasladaban la hacienda pernoctaban un par de días en una casilla cerca del casco de la estancia.

Por un descuido de los militares, una mañana muy temprano del verano de 1978, que Eduardo identifica por los eventos previos al Mundial de fútbol, mientras iba a caballo de la casilla hacia el Este del campo, vió algo que jamás pudo olvidar, y que el 6 de Julio de 2021 nos estaba relatando. A unos 25 o 30 metros del camino, entre la casona y unas construcciones auxiliares que estaban hacia el Este, habían tendido un alambre en forma horizontal, de Este a Oeste. Allí estaban parados y con los brazos levantados, atados al alambre y mirando hacia el sur, tres personas jóvenes, dos muchachos y la chica de las sandalias blancas. Los vio desde atrás.

Extrañado y sin hablar sobre el tema siguió su camino hacia el campo, pero al volver del mismo por la tarde, ya no los vio. Relata que le preguntó qué había ocurrido a Carlos Castellanos, a quien nombraba como El Entrerriano, y al que reconoció en la foto que después le mostramos. Dijo que respondió que a los tres prisioneros los militares los habían llevado al monte para matarlos y enterrarlos. Ante su negativa a creer tal cosa, el encargado civil del campo lo llevó al lugar mismo de enterramiento. Fueron a caballo, a ellos dos se les sumó otro peón que trabajaba con Eduardo que le decían “El carancho” y era de Sauce Viejo, un hombre más joven que él, pero que falleció ya hace unos años. Describió que se dirigieron primero hacia el Este y luego hacia el Sur, llegando a una zona de árboles ralos, entre un ombusal y una chacra. Allí, en torno a un aromito y dispuestas como en una “T”, estaban las tres excavaciones alargadas, tapadas de tierra, y con las correspondientes zapatillas y las sandalias sobre cada una.

Eduardo, que desde un comienzo planteó mantenerse fuera de toda cuestión pública, consideraba difícil poder ubicar el lugar, debido al tiempo transcurrido y a los cambios de la vegetación. Pero accedió acompañarnos a mi y a Hugo. Decía que si le daban un caballo quizás podría llegar, lo cual no pudimos garantizarle en ese momento. Fuimos un par de meses después, en auto, y antes de adentrarnos en el campo, nos detuvimos frente al casco de la estancia. Allí descendimos y de inmediato ubicó con precisión el lugar donde habían estado atados los tres prisioneros. Hicimos unas fotos en la que mis dos acompañantes simularon la posición en la que estaban los condenados por el terrorismo de Estado. Luego nos dirigimos al monte. Eduardo reconoció el “primer molino” con sus piletones. Luego fuimos hacia el único lugar que, según la explicación de Hernán, se ajustaba a la descripción que había hecho Eduardo. Reconoció el ombusal, y desde allí se pudo orientar hacia la zona que buscaba identificar: Unos 150 metros hacia el Este y algo hacia el Norte. Como era de esperar no pudo ubicar el lugar preciso, pero sí señaló una zona de una extensión de más de media hectárea, donde deberían buscarse los enterramientos clandestinos.

En el transcurso de la caminata en el monte, observando las marcas de excavaciones en los trabajos antes realizados por el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), y conversando sobre el tema, Eduardo fue mostrando mayor compromiso con las tareas de búsqueda y se ofreció para declarar ante la Fiscalía, tratando de que sea con identidad reservada. Cuestión que se cumplió tiempo después. Su identificación con los objetivos buscados, y su conciencia de la importancia que tenía el conocimiento público de estos hechos, lo llevó luego a brindar un testimonio fílmico, dos años después de su concurrencia al campo. Un fragmento de ese documento se puede ver en un video al que se accede mediante el blog campomilitarsanpedro.blogspot.com

En el lugar por él señalado se encontraron proyectiles y vainas de armas militares, y la búsqueda exhaustiva en el terreno se encuentra en pleno desarrollo, dificultada por las condiciones climáticas. Primero por la sequía que endurece la tierra e impedía las micro excavaciones, y luego por el exceso de lluvias. Quienes participamos en esta tarea colectiva con la supervisión del EAAF, limpiando monte con machete o motosierra o perforando el suelo con hoyadora, tenemos la esperanza de encontrar los restos de estos tres jóvenes asesinados, entre muchos otros en el campo. Apelamos a que este hecho se conozca y que alguien pueda dar alguna referencia de los dos muchachos y la chica de las sandalias blancas, cuyos sueños quisieron enterrar en el monte y en el olvido, pero que no contaban con que enterraban semilla de nuevos sueños.

*Hugo Kofman. Docente y militante de Derechos Humanos. Autor del libro Mirar la tierra hasta encontrate

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