El Hincha

Por Chacho Pron, desde Tablada

La cábala


A las cuatro menos cinco la plaza estaba desierta. Por la calle pasaban, apurados, los últimos autos. Clavaban los frenos al advertir, llegando a Ayacucho, el lomo de burro y el cartel de “Pare”, pero volvían a acelerar sin esperar a trasponerlo por completo y se perdían a todo escape en la distancia.

En el último momento, con el tiempo justo para desandar el largo pasillo del condominio y acomodarse frente al televisor para el inicio del juego, el hombre prendió un fósforo y lo arrimó a la vela que ya tenía ubicada dentro de un frasco de mermelada desde la mañana temprano y sacaba a la calle desde el segundo partido de las eliminatorias para colocarla en el altarcito que había improvisado en el tronco del fresno de la vereda.

“Suerte que está fresco”, pensó enfundado en la campera de lluvia con que salía a cumplir el rito y en partidos anteriores lo hacía transpirar más que los nervios.

Puso el frasco con la vela encendida dentro del soporte que había hecho cortando una botella de plástico a la que le había puesto como techo una lata vacía de caballa, boca abajo para proteger a la llama de la lluvia.

La primera vez que cumplió esta ceremonia habían caído una lluvia débil, pero el artificio funcionó y la candela soportó todo el partido sin apagarse.

La llama de la vela, que había cobrado fuerza, brillaba ahora arriba de una foto en la que Maradona, de traje, le susurraba algo al oído a un Messi juvenil e imberbe que estrenaba su participación en los mundiales.

Al hombre las cábalas le habían parecido siempre una tontería, pero ahora, con el país tan necesitado de un poco de alegría para sobrellevar las penurias del presente y las felonías de los vendepatrias, se animó a jugarse con una.

Se vestía con el mismo short blanco, se ponía la campera de lluvia para ir con la vela hasta la vereda, la colocaba en su lugar, flanqueada por otras dos fotos del D10S del pueblo, una en la que se lo ve en un mural de la medianera de un edificio y otra que reproduce la estampita de Santo Diego, el Mesías de la Iglesia Maradoniana.

“Tiranos una soga, iluminá a tu discípulo”, rogó el hombre apagando la cerilla.

Dio media vuelta, cerró el portón y mientras volvía apresurado por el pasillo hasta su casa donde lo esperaba el partido, cuando desde la calle ya no llegaba ningún ruido recordó que Lio había surgido del mismo barrio, algunas cuadras más al sur.

Entonces se escuchó decirse a sí mismo: “Que la cábala siga funcionando”.

Chacho Pron, desde Tablada

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