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La búsqueda imposible de un lugar para vivir

Muy similar a lo que ocurre en la Argentina actual, “The Architect” describe una realidad donde es imposible comprar una vivienda y alquilar para cierto sector de una distópica capital noruega que vive en estacionamientos subterráneos abandonados. Una posible solución dejaría a miles en la calle


Especial para El Ciudadano

 The Arquitect es una serie noruega compuesta por apenas cuatro episodios de 20 minutos cada uno. Con cierta capacidad para la concentración dramática en esas breves cápsulas narrativas, esta curiosa propuesta postula una inteligente mirada a la crisis de la vivienda (europea) desde una perspectiva distópica.

 The Architect está dirigida por la realizadora Kerren Lumer-Klabbers, que lleva unos diez años trabajando en el campo del cortometraje. La serie nos sitúa, con un humor ácido e incómodo, en un futuro distópico muy cercano, en el que ya resulta casi imposible, para la clase media, vivir en el centro de una capital europea. No sólo no existe la posibilidad de tener casa propia, sino que los alquileres también resultan una privación para quienes no pertenecen a los estratos más privilegiados de la sociedad. Incluso para Julie, la protagonista (Eili Harboe, conocida aquí por Thelma, de Joachim Trier), una arquitecta licenciada a la que todavía explotan como becaria en una prestigiosa empresa de Oslo, tener un techo propio se convierte abruptamente en una quimera. Le suben el alquiler a un costo inaccesible para ella y le niegan la concesión de una hipoteca. Julie busca desesperadamente una solución, y la encuentra provisoriamente en un distópico fenómeno suscitado por la reconfiguración urbana de las grandes ciudades: estacionamientos subterráneos abandonados convertidos ilegalmente en precarios y opresivos complejos habitacionales.

En esa Oslo del futuro ya casi no hay automóviles, y quienes van quedando afuera, sin hogar, encuentran salida a su situación alquilando parcelas por bajo costo a quienes se han apropiado ilegalmente del espacio vacío de los enormes estacionamientos. Los “hogares” son pequeños sectores trazados en el piso, delimitados por bastidores con cortinas, con apenas acceso a una toma eléctrica, y sin luz del sol que entre al enorme espacio subterráneo. Julie, agobiada y sin salida, alquila una de esas precarias moradas.

Un mundo de brutal subsistencia individual

En torno a Julie circulan otros personajes que despliegan otras aristas distópicas. Kaja, a quien conoce en su nueva residencia como vecina, es una joven que de día trabaja de maniquí en el escaparate de una tienda de lujo, caminando en una cinta sin fin en la vidriera, y que por la noche es una activista que boicotea las muestras de arquitectura hostil de la ciudad. Por otro lado Marcus, expareja de Julie, es contratado como arquitecto en la empresa en la que ella, como becaria, sirve café. Marcus y su nueva esposa han conseguido tener un piso propio, pero lo han conseguido mediante argucias como las de autoinflingirse heridas para cobrar el seguro. Y aún así se encuentran agobiados por las deudas.

El conflicto principal se desata cuando se abre un concurso para proyectos que encuentren soluciones al problema habitacional de Oslo. Se trata de construir mil viviendas nuevas en el centro de la ciudad.  Julie, en conocimiento pleno del fenómeno de los estacionamientos, se ilumina y ve la oportunidad de convertirse, por fin, en una arquitecta de prestigio y con solvencia económica.

Su idea es que la ciudad se reapropie de los estacionamientos ocupados ilegalmente para construir allí los asfixiantes complejos habitacionales. Ya que como becaria no tiene injerencia en su empresa, le propone a Marcus llevar adelante el proyecto en sociedad, pero pronto será ella quien se quede con los laureles. Y entonces allí, el gran dilema: aprobado su proyecto, cientos de personas, que como ella habitan esos espacios subterráneos, serán echadas a la calle. “¿Es qué ahora te preocupás por las otras personas?”, le preguntará Marcus en un filoso comentario sobre ese mundo de brutal subsistencia individual.

 Un final abierto que potencia el dilema

Con una puesta en escena fría y sofisticada, The Architect se desempeña más que bien en el absurdo universo que propone. Tal vez el uso de una cámara por momentos algo nerviosa, entre movimientos espasmódicos y zooms, se perciba como demasiado impostado, como producto de un cálculo innecesario y poco efectivo, pero sin embargo tal escollo no empaña al conjunto. La concentración narrativa en esas cuatro microcápsulas de 20 minutos cada una alcanzan para ahondar en el conflicto sin dejar de abrir aristas certeras, y apelando a un final abierto que potencia el dilema planteado.

Lo que sí podría señalarse, tal vez de un modo algo arbitrario y desde estos rincones del mundo, es el carácter algo restringido de esa distopía noruega. O cuanto menos el modo en que desde aquí se percibe o se puede percibir el problema europeo de la vivienda, jugado exclusivamente entre clase media y clase alta. Se sabe que el problema económico y urbanístico es general, pero, al menos de The Architect,  poco parece intuir Noruega de las tremendas necesidades que ni remotamente pertenecen a la imaginación distópica.

Cabe marcar un detalle nada menor. The Architect está disponible en la notable plataforma española Filmin, a la que no se puede acceder en Argentina, no al menos sin ciertas argucias que permiten desbloquearla obteniendo una IP española. Pero también, vale aclarar, la serie se puede conseguir fácilmente por otras vías. Circula y es posible descargarla.

The Architect / Filmin / 4 episodios

Creadora: Kerren Lumer-Klabbers

Intérpretes: Eili Harboe, Fredrik Stenberg, Ditlev-Simonsen

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