Espectáculos

Crítica teatro

La belleza y la consternación de lo austero y un festejo por la vida que se vuelve revolucionario

Naum Krass y Martin Fumiato protagonizan la imperdible “Dos viejos judíos”, bajo la dirección de Ricardo Arias, que se presenta en el CEC. Actuaciones conmovedoras para evocar una cultura, exilios y viejos amores y ofrecer un homenaje al querido y recordado David Edery  


Un ritual en medio de un espacio vacío en el que dos amigos muy diferentes y al mismo tiempo muy parecidos evocan un tiempo pasado y se preguntan dónde está dios, el amor, la familia, la felicidad, las ausencias dolorosas. Son dos viejos, aunque sólo lo son en el imaginario, porque ese encuentro quizás pasó hace tiempo, pasará en el futuro o quizás no pasó ni pasará nunca.

La belleza y la consternación que se desprenden de lo austero, donde el teatro sólo se vale de los recursos que imponen en escena los buenos actores y una buena historia para contar, entendiendo por “buena historia” una que se vuelva, por un lado o por otro, una caja de resonancia en aquellos que se dispongan a verla y a escucharla multiplicando el sentido, es lo que prevalece en Dos viejos judíos, trabajo que cuenta en escena con los enormes Naum Krass y Martin Fumiato, dos pesos pesados de la escena rosarina, de generaciones diferentes, unidos por un mismo sentido de búsqueda poética para lograr que lo cotidiano y simple adquiera una trascendencia de alto vuelo.

Tras un largo trabajo que sufrió una serie de contratiempos en medio de la pandemia, con la muerte de David Edery en mayo pasado, quien ensayaba originalmente la obra con Krass y a quien ahora está dedicada, bajo la atenta y puntillosa mirada desde la dirección de Ricardo Arias, la obra, que se presenta en el CEC, es una cita ineludible con lo mejor de la escena local del presente, con un teatro que transita entre el dolor, la nostalgia y hasta cierto humor, a instancias de una historia en la que dos judíos, uno ortodoxo el otro comunista, dirimen sus diferencias en una especie del ring donde las piñas son palabras.

Atravesados por los ritos y las enmiendas de esos mismos ritos que son fundantes de la cultura judía, por momentos con una mirada tierna sobre algunas de sus conocidas contradicciones y en otros donde lo impiadoso arremete y cuestiona sin eufemismos, el encuentro sucede en medio del Pésaj (para algunos la Pascua Judía), una fecha estratégica que conmemora el final de la esclavitud de ese pueblo y que se vuelve el disparador ideal para evocar los exilios, internos y externos, que atraviesan ambos personajes. Y también el amor compartido por Rifque, una mujer que del mismo modo que los separó ahora parece unirlos, dejando entrever que el concepto de “familia” que sirve es aquél que es inherente a las necesidades y posibilidades de cada uno, más allá de lo que imponga cualquier religión o dogma.

Así se filtra, en esas ideas de exilios-éxodos-partidas-abandonos, la última dictadura cívico-militar en la Argentina que es casi un paisaje crudo y helado que pone distancia de cualquier posibilidad de discurso panfletario, porque lo que prevalece en este relato y en la acción dramática es algo del campo de lo doméstico.

La obra se vale de la poderosa decisión de contar lo propio en un tono casi documental al mismo tiempo en el que se describe con lujo de detalles la receta infalible de los irresistibles knishes de papa o la herejía “antisemita” de ponerle panceta al relleno de los vareniques.

Si por un lado Naum Krass se carga en el cuerpo el tiempo, el dolor y los padecimientos que transita su personaje, jugando en escena cada momento, acertadamente, tanto desde el discurso como desde sus magistrales silencios, Martín Fumiato acompaña y sostiene con igual sentido ese dolor y esa espera que los une casi beckettiana, y la contradicción frente a lo deseado que deja en ellos y en la platea un gusto amargo y doloroso, porque en esa “ficción” ellos también son David y Martín y el que no está (entre tantos y tantas que no están) se llama David.

De hecho, dadas las notables performances de ambos actores, con unos tiempos y registros de actuación ajenos a lo que acostumbra el teatro local del presente, el material habilita la visión de todo aquello que no está porque lo que hay, lo que se ve, es un espacio vacío, en un tiempo de la humanidad donde los vacíos y las ausencias se volvieron moneda corriente. Y es en ese vacío donde, como un eco, se vuelven una presencia inmanente las fiestas, los encuentros, los abrazos y ese amigo que partió antes de tiempo.

Dos viejos judíos es la celebración que propone el “Hava Nagila” que se escucha a lo lejos, es lo sagrado y lo profano que conviven a diario con un dios presente o ausente, es creer sólo en aquello que se puede ver, es la eterna resiliencia y esa ropa holgada irremediablemente negra y los zapatos gastados. Es, también, la judeidad que se tensiona y pone en discusión una y otra vez acerca de qué es ser judío o sentirse como tal en la insoslayable búsqueda de la felicidad incluso independientemente del judaísmo. Y es, en ese devenir de la continuidad de la vida, volver a ponerse la Kipá para regresar al templo y confirmar que los que no están, ya no van a volver, más allá de que parezcan asomarse por allí.

Por estos detalles de singular profundidad poética, potenciados y sostenidos por una dirección que pone atención en esos pequeños momentos que se vuelven gigantes, Dos viejos judíos es un espectáculo de una espesura teatral inusual, conmovedor por donde se lo mire, y donde todo funciona: es un viaje por la vastedad de la cultura judía pero, al mismo tiempo, es el reflejo de exilios que se cruzan en los vaivenes de la memoria, y sobre todo, es un homenaje al querido y recordado David Edery, uno de los más destacados actores y maestros que ha dado la ciudad, y junto con él, a todos los muertos y desaparecidos.

Sin embrago, y por encima de todo lo demás, la obra es una apuesta al festejo por estar vivos, al real sentido de la vida, a la esencia de lo humano que subyace a dogmas y creencias, algo que en este momento de muertes, fanatismos y grietas insondables se vuelve muy poderoso y hasta incluso revolucionario.

Para agendar

Dos viejos judíos, con las actuaciones de Naum Krass y Martín Fumiato, música de Charli Pagura, vestuario de Martín Edery, producción de Luciana Evangelista, asistencia de Eva Ricart y dirección general de Ricardo Arias, ofrecerá este viernes, a las 20.30, en el Centro de Expresiones Contemporáneas (CEC, Paseo de las Artes y el río), su última función de la presente temporada. Las entradas anticipadas se pueden reservar comunicándose al 341-2139964.

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