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La mujer que durante cinco días cosió el estandarte patrio

La bandera que Belgrano nos legó tuvo otra creadora: la rosarina María Catalina Echevarría

Esa mujer había confeccionado ese primer estandarte patrio cosiendo con retazos de tela azul y blanca, conseguidos en el almacén de ramos generales de su familia, a los que agregó hilos dorados en la terminación, pero hasta ayer nomás era una ilustre ignorada por la historia oficial argentina


Carlos Polimeni / NA

El día en que la bandera argentina fue enarbolada por primera vez, el 27 de febrero de 1812, a orillas del Paraná, en Rosario, frente a las baterías de artillería llamadas Independencia y Libertad, había una mujer entre los muchos hombres que poblaban la escena comandada para siempre por el general Manuel Belgrano.

Esa mujer, que se llamaba María Catalina Echevarría de Vidal y tenía 29 años, había confeccionado ese primer estandarte patrio cosiendo durante cinco días retazos de tela azul y blanca, conseguidos en el almacén de ramos generales de su familia, a los que agregó hilos dorados en la terminación, pero hasta ayer nomás era una ilustre ignorada por la historia oficial argentina.

Una bandera con un largo periplo

Durante su estadía en Rosario, donde había sido enviado a fines de enero de ese año para intentar detener las incursiones realistas fortificando las defensas sobre el río Uruguay, Belgrano se alojaba en la amplia casa familiar de los Echevarría, por una invitación del mayor de los tres hermanos varones de María Catalina, un abogado que tenía una activa vida política en aquella sociedad, Vicente Anastasio de Echevarría.

Los cuatro hermanos Echevarría, hijos de ricos comerciantes, habían quedado huérfanos cuando María Catalina tenía dos años, por lo que la casona familiar era en rigor la de su padre adoptivo, Pedro Tuella, un español que ejercía como maestro y funcionario, en aquel pueblo llamado Capilla del Rosario, una aldea que crecería hasta convertirse en una gran ciudad.

María Catalina, que pertenecía a la élite económica y cultural del pueblo, necesitó la colaboración de dos vecinas para completar el encargo de la confección de la primera bandera nacional, que para Belgrano resultaría un verdadero tesoro, si se tiene en cuenta que la llevó a su campaña con el Ejercito del Norte, y cuando sobrevino en el Alto Perú la derrota de Vilcapugio, en 1813, ordenó ocultarla, de tal manera que no cayese en manos enemigas.

Es por estas raras circunstancias, que cuando la enseña patria original fue encontrada intacta más de cuarenta años después, en 1855, escondida en una iglesia en el pueblo de Macha, actual territorio de Bolivia, fue destinada a un museo en Sucre, llamado Casa de la Libertad, del que salió la réplica que desde hace unos años puede observarse en Rosario en el Monumento a la Bandera.

Respeto rosarino innegable a su figura

Lo más llamativo de estos hechos es que hasta hace poco la historia oficial argentina parecía no estar al tanto de la labor que lideró María Catalina, a partir de su relación de amistad con Belgrano, con el que mantuvo animados diálogos durante las tertulias en su casa, aunque en Rosario el boca a boca había conservado durante dos siglos algunos de los detalles principales de su colaboración con él.

Hace nueve años, de hecho, al cumplirse dos siglos de aquella gesta, que incluía una desobediencia del prócer al poder central, una placa colocada en el Pasaje Juramento, a metros del Monumento Nacional a la Bandera, se convirtió en el primer recuerdo formal tributado a Echevarría de Vidal por las autoridades de su ciudad natal.

El respeto rosarino a su figura es innegable: en la Sala de Honor del Monumento a la Bandera hay un relieve que ilustra el momento en que María Catalina le entrega a Belgrano el estandarte original, que ella misma llevó hasta las orillas del Paraná, en la Catedral su figura aparece en un vitral que ilustra La Jura y ahora existe una calle que lleva su nombre.

Los investigadores tienen claro que una semana antes del hecho histórico, Belgrano le pidió a aquella descendiente de vascos ayuda para la confección de la bandera con que imitó los colores de la escarapela nacional, recibiendo un entusiasmado “sí” como respuesta, y no sólo porque María Catalina era una buena costurera, sino porque adhería de modo ferviente a sus ideas, a diferencia de una parte de la sociedad patricia que integraba.

Su presencia en la ceremonia del 27 de febrero de 1812 es una muestra clara del protagonismo que tuvo aquella joven luego ignorada por los documentos en el detrás de la escena del izamiento inicial del estandarte, ya que era “absolutamente infrecuente”, apuntan los historiadores, que hubiera mujeres en los actos militares de entonces, salvo que estuvieran al servicio de las fuerzas armadas o fuesen esposas de oficiales.

Las poco consideradas tareas de las mujeres en el proceso de emancipación

El aporte de los feminismos al análisis de la historia argentina ha derivado en que hoy existan numerosas líneas de investigación que extienden el abanico  a las causas de la emancipación política del siglo XIX a terrenos que van más allá de las valientes que tomaron las armas, como Juana Azurduy o María Remedios del Valle.

El asunto de cómo se tiende a escribir una parte de la historia, resaltando los personajes principales en desmedro del resto, motivó hace décadas un notable poema del dramaturgo alemán Bertolt Brecht: “El joven Alejandro conquistó la India/ ¿Él solo?/ César derrotó a los galos./¿No llevaba siquiera cocinero?//Felipe de España lloró cuando su flota/fue hundida./ ¿No lloró nadie más?”.

El caso de María Catalina, que vivió hasta 1866, resulta clave, entonces para entender cómo los historiadores tradicionales, salvo excepciones, consideraron muy poco las tareas de las mujeres en el proceso revolucionario de emancipación del Imperio Español, plantea a su vez la experta Griselda Tarragó, que es docente en las Universidades nacionales de Córdoba y Rosario.

Los datos sobre su vida son escasos, pero atractivos: María Catalina fue criada por la familia Tuella y en el momento en que conoció a Belgrano estaba casada desde dos años antes con un comerciante, Juan Manuel Vidal, que luego sería alcalde de Capilla del Rosario, y con el que tendría a su única hija, Natalia Vidal de Fernández.

Cuando Belgrano se alojó en la casona familiar, ante la insistencia del hermano mayor, que antes lo había acompañado en la llamada Campaña del Paraguay, la causa de la Revolución de Mayo estaba verdaderamente en peligro, no solo por la reacción española que sobrevendría sino también porque existían muchos enemigos internos.

Por eso, en el discurso que pronunció el 27 de febrero aquel prócer que había estudiado en España abogacía y moriría ocho años más tarde en Buenos Aires en la absoluta pobreza, pidió a sus subordinados que jurasen lealtad para vencer a “los enemigos interiores y exteriores”, augurando victorias que harían que América del Sur fuese “el templo de la independencia y la libertad”.

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