Observatorio

Conversaciones

La aventura de moverse atravesando las grandes aguas

En su nuevo libro, Alicia Salinas explora su experiencia vivida, un pasado doloroso, con una voz que cuida el enlace entre lo íntimo y lo social y con la que busca lo que está detrás de las apariencias con el afán de arribar a un “nuevo día”


“Me siento honrada y profundamente agradecida por esta circunstancia. No solo a ellas, sino a la poesía y a la vida, que se han transformado ya en la misma cosa. Mi corazón desea que así sea siempre”, dice Alicia Salinas al final de esta entrevista en referencia a mujeres poetas locales que admira y que reconoce como pilares de ese universo en el que está dichosa de ser parte. Y es que ese corazón que desea resuena en los poemas de Teoría de la niebla, su reciente libro luego de Sumergida (2003); Gallina ciega (2009) y Tierra (2017).

Y es con ese corazón que Salinas da cuenta de la acción de la poesía con la memoria, sobre todo porque hay dos cualidades que sobresalen, el ahínco y la pasión –a las que ese órgano bombea– , que están en buena parte de los versos que funcionan como vehículos para explorar la experiencia vivida. Teoría de la niebla está planteado en dos poemarios titulados “Las voces” y “Las formas” y en cada uno de ellos el rasgo distintivo es un cuidado enlace entre lo íntimo y lo social, como si Salinas buscara un justo medio entre la voz interior, más elaborada, y otra más directa –hasta más “popular” por momentos: “Aceptar/como el caracol contiene en su vacío/el vestigio de un rumor/todo el océano”– más decidida a desandar las imposiciones de su historia –“¿Para qué me asomé a la ilusión/de adentrarme en un pequeño bosque?/De sus oscuridades y confusiones/surge una lágrima ácida/aunque nadie sospeche o quienes saben/miren para otro lado”– que, aunque conocida, se intuye que la ha vuelto a sorprender al escribir estos versos. Los momentos terribles, de necesidad, de hambre de conocimiento, de que aquello doloroso se ilumine, van sucediéndose sin prisa con el afán de hacer que el paso del tiempo pueda “olfatearse”. Salinas parece conjurar temores antiguos, como buscando un talismán para que el poema surja y se haga imprescindible.

Hay en Teoría de la niebla un corazón vagabundo que otea los lugares y el tiempo, inquieto por esos hilos subterráneos que se clavan como aspas en las palabras: “No pude lidiar con la esperanza./Es un problema grave/estar en desacuerdo con la historia,/haber sido ancla, filo de hacha,/degüello de gallina,/haber sido la flecha,/la carcasa/del proyectil certero”. Y también hay mucho asombro –y festejo–: por el amor filial, por las horas en que el mundo cambia de color, por el rumor con que se inscribe la brisa sobre el río, asombro por vislumbrar lo que se encuentra detrás de las apariencias, ese quehacer que solemos llamar poesía.

—¿Qué dirías que guió la escritura de este libro?

—Nunca me propuse racionalmente escribir un libro de poesía; sí escribo poemas, con asiduidad, desde la adolescencia. Esos poemas en determinado momento manifiestan afinidades, de tal manera que detecto un hilo conductor, un agrupamiento, una atmósfera, y avanzo en esa dirección hacia el posible armado de una serie, de un conjunto. Con respecto a Teoría de la niebla, varios poemas venían empujando desde antes que saliera Tierra, en 2017.

—¿Hay distancia entre lo que querés escribir y lo que sale?

—Al engendrar un hijo no se sabe cómo será hasta que nace, ni cómo resultarán la maternidad o la paternidad respecto de esa criatura en particular. En otras palabras, pueden existir el deseo y la predisposición pero en el medio fluyen lo impredecible, lo creativo, la memoria genética de la cual no tenemos conciencia y por supuesto la voluntad del nuevo ser. En el poema, como en la vida, no se puede controlar ni determinar todo, por suerte. Así que a veces hay distancia y a veces cercanía entre la pretensión y el texto; es probable que el milagro ocurra cuando en lugar de decir el poema, el poema nos dice.

—En este libro hay teorías y hay niebla, ¿de dónde surgen estas motivaciones?

—Estas nieblas no surgen de la naturaleza sino del interior del hogar, donde lo que está en el aire es imposible de ocultar o de evitar. La voz poética se esfuerza por entender esto que le sucede, por eso teoriza, aunque no desde un lugar cristalizado de saber sino de búsqueda de conocimiento. El título original del libro era Última niebla pero una vez seleccionado se me dio libertad para elegir otro nombre. Sobre todo a propósito de la novela La última niebla, que la chilena María Luisa Bombal publicó a principios de la década del 30, ensayé otras posibilidades y en ese devenir me encontré con la palabra “teoría”, que ya figuraba varias veces en el índice. Las cartas estaban echadas, solo que todavía no me había dado cuenta.

—Trabajás con experiencias y recuerdos y en la primera parte, “Las voces”, también se cuela cierta nostalgia de ese pasado, ¿son puentes que conducen a un mismo lugar?

—En la primera parte vemos a una mujer envuelta en dilemas, cuyo trance la obliga a revisar épocas anteriores de su vida y de su historia familiar. Más que nostalgia me parece que hay reconstrucción de la memoria. De allí las permanentes alusiones al árbol genealógico, el peso que adquieren las palabras masculladas por generaciones y las otras que develan, hasta derivar en una toma de conciencia. Como el pasado no está pisado aparecen los ancestros, incluso en forma de fantasmas (el trauma que no ha sanado). En un momento lo mordiente muerde y todo es problemático, hasta que al final se expande la voz. Lo que se había venido preparando desde quién sabe cuándo va a explotar, y explota.

—Hay un buen encastre entre las dos partes del libro, ¿cómo lo pensaste?

—Creo que la segunda parte repone a la primera, tiene poemas menos crípticos e impide que el libro se cierre sobre sí mismo como una maquinaria lúgubre o un lamento. Al igual que en los libros anteriores, se repite la lógica de un inicio denso y oscuro; luego la protagonista/la voz va encontrando pequeñas redenciones. En “Las voces” se está gestando algo, un nuevo universo, que en “Las formas” adquiere complejidad, se concreta. Cuando parece que nada más sucederá en esta evolución, se produce un vuelco en la curva. Es el punto de inflexión, después del cual ya nada será igual. Habíamos empezado el recorrido en el espacio limitado de la casa y terminamos frente al río, que siempre fluye, en un marco de amplitud y vastedad.

—“Lo que importa ahora es disipar la niebla”, dice Irene Gruss en el epígrafe que elegiste para abrir el poema “Nuevo día”, y hay en ese poema como una afirmación de un lugar tomado, ¿cuál sería ese lugar?

—Si este libro se decodifica como un testimonio doloroso, también plantea hacia el final la posibilidad de “un nuevo día”, incluso de asumir el paisaje. Cuando lo miro como una observadora externa, entreveo apuestas, consuelo, fe, conciencia. Los últimos poemas destacan una ciudad con río, la presencia de lo colectivo, lo que está en derredor. ¡Somos parte de un todo! La vida misma fluyó y en su movimiento me sacó del encierro para enfrentarme a una verdad: soy co–hacedora de mi pasado y sobre todo de mi destino. No estoy sola. Y me animo otra vez a la aventura de moverme, atravesando las grandes aguas, como reza el I Ching.

—¿Con qué te vienen las ganas de escribir poesía?

—Hay momentos en los que siento la necesidad, el deseo, la pulsión de escribir. A veces es algo repentino, otras una fruta que se va macerando. El poema aparece y luego viene el proceso de pulido, de corrección. Generalmente va a perder palabras en la búsqueda de expresar mucho con poco. La instancia en la que el artesano emprolija su cacharro también constituye una etapa creativa, en el sentido de que será preciso entrar en cierto estado de gracia. ¡Ojo! Ese estado puede advenir en un colectivo repleto o en la más absoluta soledad. No creo en la escritura catártica, fruto del mero juego o el espontaneísmo pero tampoco los poemas que tardan en adquirir su forma definitiva son necesariamente mejores.

—Nombrame tres poetas rosarinas y/o argentinas que seguís y te motivan.

—Tengo la fortuna de que tres poetas argentinas que respeto y admiro por su obra, nacidas en Rosario, estén vinculadas a Teoría de la niebla. Ojalá todos las leyeran y las valoraran por su oficio poético, por su grandeza manifestada desde una enorme humildad. Me refiero a Sonia Scarabelli, la primera en leer este libro; a Celia Fontán, autora de la contratapa; y a Concepción Bertone, quien ha sido también mi maestra y oficiará de presentadora. Me siento honrada y agradecida por esta circunstancia. No sólo a ellas, sino a la poesía y a la vida, que se han transformado ya en la misma cosa. Mi corazón desea que así sea siempre.

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