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La antropología más difícil

Por Claudio De Moya.- Con hallazgos de repercusión internacional, el Museo de Reconquista, que dirige Dante Ruggeroni, se solventa con el trabajo y los aportes de él mismo, y de particulares y docentes del norte santafesino.

Todo a pulmón. El Museo antropológico y arqueológico municipal de Reconquista se solventa con los aportes de su director, de los profesores y alumnos de la ciudad más las colaboraciones que, cuando ya no queda un peso, los anteriores le piden a empresarios locales. La mayoría del personal que trabaja en la institución lo hace sin cobrar un peso. Nada de subsidios ni apoyo de fundaciones o del propio Estado. Y no es un museo cualquiera: lo visitan regularmente los jefes de las comunidades originarias y unos tres mil alumnos de la región. Con esos jóvenes, precisamente, se arman las expediciones que, en buena medida, alcanzan repercusión internacional por sus resultados. Como el hallazgo de la tumba con una mujer y un varón abrazados, descubierta en el paraje Costa de Itatí, a orillas del arroyo San Javier, el año pasado, y el más reciente –el mes pasado– de un guerrero abipón muerto por una flecha en el distrito El Arazá.

El alma mater de todo este trabajo de hurgar en un pasado de dos mil años es Dante Ruggeroni, fundador del museo en 1970, recibido en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Rosario para luego radicarse en el norte provincial, exiliarse en México durante la dictadura y volver al pago a retomar una tarea con la que logró entusiasmar a buena parte de la comunidad. Así, ésta se convierte en la gran aliada del trabajo, informando cualquier objeto que se encuentra y se sospecha relevante. Pero hay otra colaboradora de fuste: la misma naturaleza, con sus ríos y arroyos oficiando de “grandes alcahuetes” cuando tras las crecidas “destapan” parte de una historia enterrada y ahora abierta a que la descifren bajo la forma de huesos, herramientas y utensillos.

Investigando hasta en el exilio

“En Reconquista empecé como docente del Instituto del Profesorado N° 4, llevando a mis alumnos a la ruta, porque cuando pasé con el colectivo que me trajo a la ciudad vi los hornos que estudiamos en la Universidad. Y desde entonces no paramos más, salvo el período en el que estuve en México”, cuenta el arqueólogo que en 1970 fundó el Museo Antropológico de esa ciudad –ahora la quinta de la provincia– del noreste santafesino, en el departamento General Obligado.

Ruggeroni se ufana de las cuatro décadas que acumula combinando trabajos de campo, estudios y enseñanza (en el país que lo cobijó entre 1977 y 1985 trabajó en el mismo oficio, en las pirámides mayas). También, aunque se queja de las dilaciones y trabas burocráticas para que las fundaciones privadas o el Estado aporten al mantenimiento del museo, aclara que “no les falta nada” y que “todos” colaboran. “Todo lo pago yo, los alumnos y los profesores que me acompañan. Y los empresarios, porque cuando estoy muy desesperado les pido nafta, otras cosas. Los particulares nos ayudan mucho”. Pero ya no toca más a otras puertas. “Los Estados, las fundaciones, nunca nos dan nada. Me cansé de mandar notas. La Fundación YPF me pidió un proyecto, y cuando lo presenté me dijeron que ya le habían dado el subsidio a gente de Mar del Plata”, narra uno entre varios ejemplos.

De hecho, los recursos propios y la voluntad alcanzaron para que Ruggeroni obtuviera resonantes descubrimientos junto a los docentes de la zona, que antes fueron sus alumnos y ahora son personal ad honorem del museo, enseñan y entusiasman a sus propios estudiantes. “El profesor los pone en fila, les da las espátulas, les explica cómo reticular el terreno, les enseña cómo escarbar. Se arman las cuadrículas y los chicos las procesan”, resume Dante.

Desenterrando el futuro

En diciembre pasado realizaron la excavación de una serie de tumbas en lo que se comprobó que era un enterratorio múltiple con un ritual complejo. Rastros de una historia que se hunde –según lo verificaron– entre 1900 y 2000 años en el pasado. Fue en el paraje Costa de Itatí, sobre el río San Javier, en un campo propiedad de Héctor Romano, que merece un relato propio (ver aparte). Allí, se sorprendieron con los esqueletos de lo que parece ser una pareja abrazada, lo que dispara un abanico de interpretaciones y permite husmear en el mundo simbólico de los antepasados abipones, integrantes de la  familia lingüística de los guaycurúes. El informante en este caso fue un pescador.

A mediados de junio pasado, durante la segunda expedición arqueológica a El Arazá, cerca de lo que fue el caudaloso arroyo Malabrigo, hallaron los restos de quien parece haber sido un guerrero también guaycurú que habría muerto por un certero flechazo en el tórax. Aquí, el dato para el descubrimiento lo aportó María Inés Zbinder, docente de la escuela primaria Nº 741, quien solicitó la ayuda del Museo porque sus alumnos habían comenzado a llevarle piezas arqueológicas que recogían en el lecho seco del curso de agua. “Fuimos hasta el casco de una estancia, el peón nos dijo dónde había encontrado un cráneo. Hicimos un pozo de exploración y ahí saltó la tumba, que no estaba a la vista sino dentro de un albardón de un metro de alto. Después el trabajador nos relató que el padre y el hermano habían encontrado más cráneos. Y nos dimos cuenta de que era un cementerio”, cuenta sobre el caso Ruggeroni.

En ambos casos, se presume que se trata de los restos de las comunidades de cazadores y recolectores guaycurúes que antecedieron a los que, muchos años después, redujeron los jesuitas que fundaron San Jerónimo del Rey en 1748.

El director del Museo relata otro hallazgo, más al sur, de unas 70 tumbas, “una al lado de la otra”, cerca del arroyo Aguilar.

Naturaleza viva

Los cursos de agua son aliados, además de ser lugar de asentamiento preferido por los antiguos habitantes de estos territorios. “Recorren muchos kilómetros, son los principales alcahuetes, cada vez que hay una inundación se caen las barrancas. Yo no puedo saber dónde hay un sitio, son los campesinos los que llaman a mi casa, porque el Museo no tiene teléfono, y me dicen profesor acá en mi campo encontré unas cabecitas, unos huesos, ¿quiere venir?”, cuenta Ruggeroni. Y no se olvida de quienes lo ayudan en las etapas posteriores. “Mandamos los restos a Santa Fe para que el paleontólogo, el biólogo y el geólogo nos hagan la taxonomía, la antigüedad. Y a la Universidad Nacional de La Plata para hacer los estudios de carbono 14, desde donde Héctor Palandra y Susana Salceda nos mandan el informe escrito. O vienen y nos hacen los trabajos antropológicos. Y en Santa Fe contamos con Carlos Virasoro, director del Museo provincial de Ciencias Naturales, que hace 25 años nos hace los estudios de taxonomía. Y gratis, porque si nos cobra nos mata. Una excelente persona. Tiene un equipo de biólogos, geólogos, que nos hace el trabajo técnico de fechado para el cual no estamos autorizados”, agradece Dante.

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