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La “resignificación” del Día de la Raza

Por: R. Pablo Yurman (*)

Viene verificándose en los últimos años la moda de denostar la efemérides del 12 de octubre, conocida entre nosotros como “Día de la Raza”, y en otros países de la comunidad iberoamericana como “Día de la Hispanidad”. Parece que se pretende borrar de nuestra memoria colectiva su carácter festivo. El proyecto de feriados nacionales elaborado por el Poder Ejecutivo, en el que se propone la “resignificación” de esta fecha, parece sumarse dócilmente a esta tendencia. Propongo al lector analizar su significado centrándonos en uno de sus múltiples aspectos: establecer quiénes, a lo largo de nuestra historia nacional, la han aplaudido y quienes la han censurado.

Ya en la Primera Junta de gobierno instalada en Buenos Aires con motivo de la Revolución de Mayo se dividieron las aguas entre quienes –como Moreno– entendían el proceso revolucionario como un quiebre no sólo político sino incluso cultural, y aquellos que liderados por Saavedra eran expresión genuina del interior profundo y que, si bien veían en los cambios a nivel político-institucional una oportunidad para estas tierras, no estaban dispuestos a desprenderse de una inveterada idiosincrasia forjada a lo largo de tres siglos.

Por otro lado, no es inapropiado afirmar que el federalismo en todas sus formas, desde Artigas hasta Rosas, pasando por López y Quiroga, quiso conservar en todo lo que fuera posible las raíces hispánicas del pueblo. Una muy aguda síntesis de ese período nos la da José Pablo Feinmann quien al comparar ambas líneas históricas, unitarismo y federalismo, nos dice que “el españolismo de Rosas, que muchos liberales de izquierda y derecha han entendido como restauración de la colonia, feudalismo o meramente barbarie, significa la clara percepción de un problema político: desligar a un pueblo de su pasado es debilitarlo como nación. Había, pues, que fortalecer las estructuras propias y buscarlas allí donde estaban: en las costumbres y usos de los pueblos” (citado por Pacho O’Donnell en ”Juan Manuel de Rosas, el maldito de nuestra historia oficial”). De ahí que el federalismo como sentir político mayoritario de nuestro pueblo fuera profundamente hispanista en todas sus categorías de pensamiento y de acción. No se trataba de sentirse herederos de España por simple tradicionalismo, sino como respuesta geopolítica a un mundo cambiante. Y como única vía para evitar lo que lamentablemente se daría: la atomización de los antiguos reinos de Indias en multiplicidad de microestados sin mayor relevancia en la política internacional.

Más tarde, cuando parecía que la generación del 80 había triunfado en todos los órdenes (incluidos el cultural e historiográfico) aparece otro gran movimiento popular, el radicalismo, y su mítico caudillo, don Hipólito Yrigoyen, reivindicando la fecha ahora cuestionada y anotándola en el calendario como feriado nacional por decreto de 1917 en el que consideró “eminentemente justo consagrar la festividad de la fecha en homenaje a España”.

Finalmente, el 12 de octubre de 1947, al reflexionar sobre la idea de hispanidad, el presidente Juan Domingo Perón dijo: “Para nosotros, la raza no es un concepto biológico, sino algo puramente espiritual. Constituye una suma de imponderables que hace que nosotros seamos lo que somos y nos impulsa a ser lo que debemos ser, por nuestro origen y nuestro destino… Para nosotros los latinos, la raza es un estilo. Un estilo de vida que nos enseña a saber vivir practicando el bien y a saber morir con dignidad. Nuestro homenaje a la madre España constituye también una adhesión a la cultura occidental. Su obra civilizadora cumplida en tierras de América no tiene parangón en la historia. Es única en el mundo. Constituye su más calificado blasón y es la mejor ejecutoria de la raza, porque toda la obra civilizadora es un rosario de heroísmos, de sacrificios y de renunciamientos”.

Para el fundador del justicialismo la “leyenda negra” que venía a denigrar el proceso cultural inédito iniciado el 12 de octubre tenía una doble función. Por un lado, aborrecer de una particular forma de conquista que lejos del exterminio liso y llano (cosa que sí ocurrió en América del Norte donde los colonos fueron ingleses, holandeses y franceses) intentaría siempre la integración de los diferentes pueblos y etnias pero sin perder la idea del conjunto. Una de sus tantas expresiones fueron las conocidas Misiones Jesuíticas, y experiencias similares de otras órdenes religiosas. Por otro lado, generar en los pueblos hispanoamericanos una inferioridad espiritual propicia a sus fines imperialistas.

La profanación de nuestra historia, que ahora se denomina “resignificación”, es impulsada (¡vaya casualidad!) por esa especie de policía del pensamiento, versión local, que es el Inadi. Yo, en lo personal, prefiero seguir la interpretación histórica de los grandes de nuestra historia y seguir celebrando el Día de la Raza.

(*) Docente de Historia Constitucional de la Facultad de Derecho de la UNR

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