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Juan Villoro y las crónicas del terremoto

El escritor mexicano estuvo en Chile en febrero de 2010, durante el terremoto.

El libro de crónicas del escritor mexicano Juan Villoro titulado 8.8. El miedo en el espejo aborda entre la narrativa y los tonos ensayísticos su propia vivencia cuando el 27 de febrero de 2010, mientras participaba de un congreso de literatura infantil, fue afectado por el sismo de gran magnitud que asoló Chile.

El relato de Villoro y las reflexiones que de él se desprenden, cobran actualidad con el lamentable terremoto seguido de un tsunami que acaba de azotar Japón con 9 puntos en la escala de Richter, uno más que el chileno y un saldo trágico aún no determinado de muertos.

Villoro explica, así, el título de sus crónicas editadas por el sello Interzona: “Como el rescatista que escribe su nombre en varias partes del cuerpo para ser reconocido en trozos, este libro repite una misma cifra. Los números gemelos tiene el don de volverse irregulares: 88, el miedo que asoma en el espejo”.

El sismo ocurrido a la madrugada sorprendió a Villoro en un hotel de Santiago; sus crónicas giran alrededor de la sacudida (“escuché las grietas que se abrían en las paredes”) y los momentos siguientes en el lobby: “la población flotante de un hotel reunida en un naufragio”.

Para ningún mexicano es nueva la experiencia de los temblores; y el de Chile remite de inmediato, para Villoro, al terremoto que asoló México en 1985: “Devastó mi ciudad, el dolor que eso nos causó se reflejó poco por escrito. La tragedia estaba demasiado cerca para frivolizarla como narrativa. Perdí a uno de mis mejores amigos, que hacía guardia en el Hospital General”.

Y agrega: “El terremoto de Chile me obligó a volver a esa tragedia soslayada. Veinticinco años después, en otra tierra, recuperé miedos que habían sido demasiado próximos paras ser escritos”.

En su libro, el escritor enlaza su interés por el tema con “los misterios de la nocturnidad”. “Sí, aproveché para hacer un relato sobre las maneras en que nos abandonamos a nosotros mismos, confiando en un destino que desconocemos. Un hilo conductor de mi crónica es la manera en que dormimos”.

“Fui a Chile a un congreso de literatura infantil. La mayoría de los cuentos de hadas han sido escritos para leerse antes de dormir. Peter Pan usa la situación para que los protagonistas vuelen en pijama al País de Nunca Jamás. Los sismos más fuertes a los que he sobrevivido (el de 1985 en México y el de 2010 en Chile) ocurrieron de noche”, sostiene.

Villoro, con la misma prosa cuidada que desplegó en novelas y crónicas anteriores como “Palmeras de la brisa rápida” y “Dios es redondo”, abre “8.8. El miedo en el espejo” a una indagación que va de la metafísica existencial a un presente de cosificación.

“El primer asombro fue salir con vida. El segundo, descubrir la variedad de pijamas de los sobrevivientes. El tercero fue un examen de conciencia: ¿merecía salvarme?, ¿era una oportunidad de enmienda?”, prosigue.

También hace una crítica a la modernolatría, ese paisaje que el “confort estandarizado” torna uniforme: “Con arrogancia pensamos que controlamos la naturaleza y sus efectos; viajamos sólo porque el turismo en masa nos los propone y nos sentimos al margen de los riesgos. Abandonamos alternativas simples en la idea de concentrarnos en dominar opciones modernas, es decir, complejas”.

“Sin embargo, la erupción el volcán islandés en 2010 evidenció la parálisis que provoca la dependencia tecnológica. Europa se quedó sin vuelos. Eso hubiera sido menos grave si conservara sus rutas marítimas o de carretera. A veces, para avanzar hay que ir atrás”, añade.

Villoro habla de la sociedad actual como un “gueto colectivo” amenazado por desastres que sólo se discuten “cuando algo sale mal” (el caso de las centrales atómicas de Japón, viene a cuento) para lo cual utiliza el término “claustrópolis”: “Es una idea de Paul Virilio; se refiere a un planeta que damos por controlado y conocido hasta su último detalle, un planeta enclaustrado donde todo ya ha sido narrado, en el que no tomamos en cuenta lo imprevisto, el accidente”.

“Lo extraño es que las cosas más significativas suelen ser accidentes. Cada tecnología trae su propio accidente (por ejemplo, la luz eléctrica inventa el apagón). El terremoto en Chile, que modificó el eje de rotación de la Tierra, obliga a repasar nuestra idea de seguridad”.

Las reflexiones, con aire aforístico, pueblan las páginas de estas crónicas: “El terremoto solo permite hablar del terremoto” dice el autor, y además: “Las réplicas más fuertes de un sismo son psicológicas”.

“Lo que el miedo destruye no se recupera en forma integral, los mexicanos tenemos un sismógrafo en el alma”, agrega.

El libro de Villoro, además de crónica, relato y ensayo, admite otra lectura: la de compilación de textos sobre el tema. Recoge el relato de Heinrich von Kleist “El terremoto de Chile”, escrito en 1807, al que considera: “Una extraordinaria reflexión sobre el azar y los misterios de la providencia”.

Y cuenta la trama: una pareja considerada pecaminosa es liberada de la cárcel por un sismo. Creyendo que Dios los ha perdonado, andan sin cuidado por la calle, pero la gente, que los ve como pecadores y causantes de la ira de Dios y en consecuencia del terremoto, los lincha.

“La paradoja –sostiene Villoro– es que si los protagonistas se sintieran culpables, aprovecharían para escapar en medio del desorden. La bondad puede ser mala consejera. Todos los elementos de ese relato aparecieron en el sismo de 2010 y me pareció decisivo regresar a él”.

Sobre las fallas de la construcción que descubre un temblor, exclama: “Chile está más preparado que México, no sólo porque se ha expuesto a más sismos, sino porque tiene una mayor capacidad de organización. Meses después del terremoto ocurrió el rescate de los 33 mineros. En México, más de 70 mineros quedaron dentro en una mina en 2006 y hasta ahora solo se recuperaron dos cadáveres”.

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