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Ituzaingó y la integración regional

Por: Pablo Yurman

¿Qué tiene que ver la calle Ituzaingó con el Mercosur? Mucho, por no decir muchísimo. Lo que lamentablemente sucede es que el pueblo argentino, en general, y su dirigencia política, en particular, hace tiempo que han dejado de cultivar una visión estratégica y, por ende, histórica, de los procesos políticos.

El 20 de febrero de 1827 tuvo lugar la batalla de Ituzaingó en lo que hoy es el estado de Río Grande do Sul, República Federativa del Brasil. ¿Y por qué deberíamos los argentinos recordar esa fecha? Muy sencillo, y a la vez muy significativo, que haya caído en una suerte de olvido colectivo.

Las tropas argentinas vencieron a las del Imperio del Brasil, en un triunfo resonante del que curiosamente parecen tener mejor recuerdo los brasileños que los argentinos.

El Brasil, ya independizado políticamente de Portugal, había ocupado años antes la Banda Oriental, es decir el Uruguay, haciendo así realidad el viejo sueño portugués. La anexión de la Provincia Cisplatina –como se la llamó en Río de Janeiro– se produjo, por un lado, mediante la utilización de la fuerza militar, pero por otro lado, aprovechando la complicidad de las unitarios porteños que mientras condujeron la política nacional estuvieron más interesados en las luchas internas contra los caudillos federales que en defender a nuestro país de los enemigos exteriores.

Lo cierto es que la inmensa mayoría del pueblo oriental, como así también sus caudillos, (primero Artigas, luego Lavalleja y finalmente Oribe, por citar sólo a algunos) anhelaba su reincorporación al resto de las Provincias Unidas del Río de la Plata, ámbito cultural al que lo unían lazos forjados a lo largo de los siglos.

El desembarco en la costa oriental de Lavalleja y sus famosos treinta y tres orientales, no sólo logró movilizar a todo el paisanaje oriental sino que provocó las iras del emperador del Brasil y la consecuente declaración de guerra a nuestro país.

Si al comienzo de la guerra se hubiera consultado a cualquier observador neutral sobre el probable resultado, hubiesen existido pocas dudas: era prácticamente imposible que la Argentina venciera a las formidables fuerzas imperiales, fundamentalmente a su poderosa flota. Sin embargo, el genio de hombres como Guillermo Brown, que al frente a una pequeña flotilla hizo proezas navales, como así también la valentía del resto de nuestras tropas, pudo dar vuelta la tendencia inicial desfavorable y poner en jaque al Brasil.

En realidad, y acá viene lo de vincular a Ituzaingó con el actual proceso de integración regional, el pueblo argentino de entonces y sus caudillos federales comprendieron muy bien que la verdadera guerra no era con el Brasil, sino con la potencia que intentaba manejar las piezas detrás de las tropas imperiales: Inglaterra, que a través de sus diplomáticos quería completar con disimulo lo que torpemente había desaprovechado en 1806 y 1807. Su anhelo era que la boca de uno de los estuarios más importantes del mundo no estuviera bajo el dominio de una sola nación.

Mientras se llevaban a cabo las negociaciones por parte de lord Ponsomby para evitar una escalada del conflicto, las tropas argentinas comandadas por Carlos María de Alvear destrozaron a las fuerzas imperiales en los campos de Ituzaingó. Como dato curioso, la historia rescata que el desbande del enemigo fue tan grande que entre los trofeos de guerra figura una partitura musical, de autor anónimo, de una marcha que desde entonces quedó incorporada a las marchas del Ejército argentino y aún se conoce como Marcha de Ituzaingó.

La mayoría de los historiadores, tanto argentinos como brasileños, coinciden en que si Alvear se hubiera propuesto seguir con sus tropas hacia el norte, internándose en territorio brasileño, no le hubiera costado demasiado llegar hasta las puertas de Río de Janeiro. ¿Por qué no lo hizo? Se excusó diciendo que no tenía base firme para internarse en territorio enemigo. Alvear siempre fue un anglófilo, llegando incluso a comprometer seriamente el honor nacional pidiendo para estas Provincias el protectorado británico en 1815. Lo más probable es que haya obedecido órdenes del gobierno de Bernardino Rivadavia, que quería la paz con Brasil “a cualquier precio”, tal como se lo había ordenado a Manuel García, enviado a negociar con el enemigo un tratado de paz que pondría fin al conflicto, dejando, como de costumbre entre nosotros, perdidosa a la nación triunfante: la Argentina.

(*)Profesor de Historia en la UNR y profesor de Ética en la Pontificia

Universidad Católica Argentina

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