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Inflación en la carne: las verdaderas causas

Por: Aldo Abram

En 2006 publiqué dos artículos advirtiendo que los argentinos tendríamos crecientes problemas para acceder a nuestro tradicional asadito, pasados tres años. ¿Tu Sam, Harry Potter o Mandrake? Nada de eso. Simplemente, fue el resultado de evaluar la estrategia del gobierno, que se basaba en decir que la carne era el origen del pecado de la inflación. Ahora, la presidente de la Nación y sus principales funcionarios han vuelto con el mismo diagnóstico. Según ellos, no hay suba generalizada de precios, el problema es sólo la carne y se debe a que los codiciosos ganaderos quieren ganar más, por lo que los consumidores deberán pagar más caro.

Como argumenta el oficialismo, es cierto que el alza actual del valor de los vacunos tiene algo de estacional. Lamentablemente, buena parte de la última suba de los valores de la carne tiene otros justificativos que permanecerán en el tiempo, en tanto se mantengan las pésimas políticas oficiales para el sector y la expansión creciente de la oferta monetaria. A partir de 2006, ante cada alza, el gobierno fue estableciendo cada vez más estrictos controles de precios y restricciones a la exportación para aumentar la oferta local y bajar la carne en el mercado interno. Más allá de la inconstitucionalidad de prohibir una actividad lícita como la venta externa de un bien, estas medidas significaron «asado para hoy, hambre para mañana».

Para que un bife llegue a la góndola, lleva unos tres años de criar y engordar un novillo o ternera. Si luego de hacer esa inversión de largo plazo, el productor ve que el gobierno le controla los precios y le prohíbe exportar, licuándole sus ganancias, lo más probable es que, parcial o totalmente, empiece a destinar su campo a la agricultura y a bienes donde el Poder Ejecutivo tenga menos incentivos para intervenir. Esto es lo que pasó desde 2006 y que llevó a que la ganadería se desplazara a zonas marginales, de menor productividad, y aumentara la liquidación de vientres. Cabe recordar que en este negocio, si uno envía al matadero más vacas, está disminuyendo la producción futura, ya que éstas son necesarias para gestar los terneros. Las escaseces de hoy son fruto del desincentivo a criar y engordar terneros de hace tres años y, lamentablemente, cambiar esta tendencia llevará ese mismo plazo de una modificación profunda hacia buenas políticas para el sector.

Lo grave es que el diagnóstico sobre la inflación es equivocado. Cualquiera que haga las compras del hogar sabe que, desde mediados de 2009 y en mayor o menor medida, la suba es generalizada y se ha acelerado. Una vez superadas las elecciones, moderar la inflación dejó de ser la prioridad y se buscó incentivar la demanda interna, para lo que el Banco Central aumentó el ritmo de emisión de pesos. Ahora, si uno produce de un bien más de lo que la gente demanda, baja su precio. El problema es que la moneda nacional es la unidad de medida con la que se valúan todos los bienes y servicios de la economía. Por ende, si se achica el metro, todo aumenta medido contra él. Por eso, los economistas dicen equivocadamente que la inflación es el alza generalizada de precios, cuando, en realidad, es la baja del precio de la unidad de medida, es decir, el peso.

A qué se asignó este «impuesto inflacionario» (más del 100% de suba del IPC desde 2004) que se cobró sobre el stock de pesos de los argentinos: a financiar al gobierno, comprar reservas y aumentar el crédito interno; pero, principalmente, para los dos primeros objetivos. Dado que, a futuro, esta estrategia se profundizará, la inflación y la pérdida de poder adquisitivo de nuestra moneda se acrecentarán, aunque la carne coyuntural y estacionalmente baje.

De hecho, una vez que su valor se reacomode, retomará su tendencia alcista, Entonces, ¿qué hará el Poder Ejecutivo? ¿Aumentará los controles de precios? ¿Prohibirá exportar? Esto solamente llevará a que haya cada vez menos productores que quieran seguir en el negocio ganadero y garantiza que tendremos menos carne el día de mañana. Aunque más no sea, el gobierno debería analizar la política ganadera del Uruguay, que está a la vista que tuvo muchos mejores resultados que la local, o vamos a terminar teniendo que viajar a Montevideo para comer un buen bife.

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