El Hincha

Regreso al Gigante

Indiferencia y algunos insultos en el recibimiento a Maradona

Ante la aparición de los planteles, los hinchas canallas se dedicaron a alentar a su equipo pero a medida que Diego se fue acercando al banco de suplentes le recordaron su paso por Newells. "El que es hincha, hincha para el que quiera", manifestó el DT de Gimnasia


Foto: Franco Trovato Fuoco

Su sola presencia revoluciona cada lugar que pisa. Diego Maradona se convirtió en una leyenda a fuerza de goles y gambetas. El pibe que nació en Villa Fiorito y que alcanzó la gloria deportiva con la camiseta de la Selección Argentina, esa que es de todos y de todas, es en sí mismo un acontecimiento. En todos los rincones del globo terráqueo, decís que sos argentino y lo nombran a él. El Diego es un fenómeno social, trasciende el fútbol, lo deportivo. Es un tipo de carne y hueso, con una zurda perfecta. Es el que con sus dos goles a los ingleses en el 86, llegó para decir que las Malvinas son Argentinas y que años después del histórico partido dijo que los jugadores estaban “defendiendo nuestra bandera, a los pibes”. Sí, a esos que mandaron a matar a Malvinas en el 82.  Es el que idolatra al Che Guevara y a Fidel. El que se expresa por el campo popular y nacional. El que abraza a las Abuelas y a las Madres. Es, también, el que no reconoció a sus hijos a tiempo, pero que miró para atrás y dio cuenta de su error. Maradona genera contradicciones continuas, es otro sello que lo acompañará siempre.

El Diego, Dios, Pelusa, irrumpe intempestivamente y pone en suspenso la sucesión normal de los hechos. Porque esta tarde-noche, el partido entre Central y Gimnasia quedó en un segundo plano, al menos en la previa. Durante toda la semana no se habló de otra cosa que el regreso de Maradona al Gigante de Arroyito. Volvió a pisarlo diez años después de venir como entrenador de la Selección Argentina para jugar contra Brasil.

Y apareció la contradicción misma dentro del Mundo Central. Porque Diego supo ponerse la casaca de Newell’s, y en los últimos tiempos se metió más de la cuenta en el folclore de los hinchas rosarinos. Por eso, su regreso a Rosario generó mucho revuelo. Homenaje, ¿sí o no? Esa era la cuestión. El primero en tomar la palabra fue el vice Ricardo Carloni, que aseguró que a Maradona se lo iba a tratar como cualquier técnico. Homenaje, no. Después apareció la voz del capitán, Jeremías Ledesma, que pidió por un aplauso por todo lo que hizo en la Selección. Homenaje, sí. Opinaron de todos lados. Incluso se deslizó desde la prensa de Buenos Aires la posibilidad de que el Diez no venga a Rosario. Todo lo contrario, vino, y posó nuevamente con las banderas rojinegras, para que su presencia no pasara inadvertida, como todo lo que hace.

Maradona en el Gigante

Niños y niñas dejaron de lado la pileta, necesaria en una tarde calurosa, e improvisaron con la baranda que divide el club Regatas de Central, un paravalancha y esperaban a Maradona al grito de “Ole, olé olé, oleee, Diego, Diego”. No lo pudieron ver. El colectivo que lo trajo desde el Ross Tower hasta el Gigante les tapó la vista y dio pie para que el Diez bajara y pasara por la manga de contención. Sin mirar para arriba, con anteojos de sol oscuros y gorra negra, caminó rumbo al vestuario.

La voz del estadio comenzó que dar las formaciones y al decir “su director técnico Diego Armando Maradona…”, hubo más silbidos que aplausos. ¿Antesala del recibimiento? Nada más alejado. El inicio se demoró unos minutos, mientras una inusual cantidad de efectivos policiales recorrían el campo de juego.

La entrada de los equipos se dio en simultáneo y mientras de las diferentes tribunas brillaban las luces de los fuegos artificiales, los cánticos de Maradona no decían nada. Cuando se acercó al banco de suplentes, se escucharon pocos insultos de algún que otro plateista, nada masivo. También algunos aplausos perdidos. Sí hubo canciones en contra de Newell’s, el folclore de siempre, para terminar con un: “El que no salta es un inglés”. ¿Habrá sido una forma de reconocerlo sin nombrarlo? Tal vez sí, tal vez no. Lo cierto es que, contra todos los pronósticos, por un rato de su vida, esta vez con Diego primó la indiferencia.

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